"ventana abierta"
El asombro de la Navidad
Por Ciriaco Benavente Mateos, obispo de
Albacete
Carta del obispo de Albacete, Ciriaco Benavente, para el domingo 5-1-2014,
II Domingo después de Navidad.
La liturgia de este domingo nos trae de nuevo en la lectura del Evangelio el
prólogo del de san Juan. Es una nueva invitación a la alegría y al asombro.
Porque sólo quien es capaz de asombrarse ante el misterio de la Navidad ha empezado
a entender lo que los cristianos celebramos este día.
¿No resulta escandaloso
que aquel que empezó siendo un humilde embrión en las entrañas de María; que
aquel que, nueve meses más tarde, fue dado a luz y recostado en un pesebre sea
el Hijo de Dios?
Ello resultaba tan estridente ya en los primeros tiempos del cristianismo
que el filósofo pagano Celso se preguntaba con ironía:
« ¿Hijo de Dios un
hombre que ha vivido hace pocos años? ¿Uno de ayer o anteayer?, ¿un hombre
«nacido en una aldea de Judea, de una pobre hilandera»?
(Una tal reacción,
dicho sea de paso, es la prueba más evidente de que la fe en la divinidad de
Cristo no es fruto de la helenización del cristianismo, sino, en todo caso, de
la cristianización del helenismo).
Hace años, el teólogo Ratzinger, en su Introducción al Cristianismo, escribía
a este respecto: «Con el segundo artículo del Credo estamos ante el
auténtico escándalo del cristianismo. Está constituido por la confesión de que
el hombre-Jesús, un individuo ajusticiado hacia el año 30 en Palestina, sea el
“Cristo” (el ungido, el elegido) de Dios, es más, nada menos que el Hijo mismo
de Dios, por lo tanto centro focal, el punto de apoyo determinante de toda la
historia humana…
¿Nos es verdaderamente lícito agarrarnos al frágil tallo de un
solo evento histórico?
¿Podemos correr el riesgo de confiar toda nuestra
existencia, más aún, toda la historia, a esta brizna de paja de un
acontecimiento cualquiera, que flota en el infinito océano de la
vicisitud cósmica?
La liturgia de la Navidad, en los textos bíblicos de las tres misas (la de
la media noche, la del amanecer y la del mediodía) nos lleva de la mano con
admirable pedagogía hasta la plena confesión de fe.
Por las montañas de Judea hay rumor de ángeles; ha empezado a correr la
noticia de que en la aldea de Belén ha ocurrido algo extraordinario.
Imaginemos, dando un salto con las actuales tecnologías, a un reportero gráfico
de televisión: Cámara al hombro, se acerca a la gruta de Belén. Vemos, en
penumbra, con cara de asombro, a María y a José.
Luego el objetivo se detiene
en un punto luminoso. En un primer plano vemos a “un niño recién nacido,
envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Así de sencillo y admirable
es lo que nos narra la liturgia de la “misa del gallo”.
Luego, el cámara nos presenta a los pastores, que, avisados por los ángeles,
corren “a ver eso que ha pasado y que el Señor les ha manifestado” (la
misa del amanecer).
En un tercer momento, el comentarista de las imágenes, tocado también por el
desconcierto y el asombro, empieza a hacerse preguntas: ¿Quién es ese niño?
Es el cuarto evangelista quien, a la luz de la Pascua y de Pentecostés, nos
da la respuesta: “En el principio existía la Palabra, y la Palabra era Dios.
Por medio de la Palabra se hizo todo… En la Palabra estaba la vida, y esa vida
era la luz de los hombres….Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de
gracia y de verdad” (misa del mediodía).
El misterio de la Navidad sigue siendo para la mentalidad racionalista de
hoy, como lo era para el pagano Celso, un escándalo. “¡Bienaventurado aquel
que no se escandalice de mí!” diría Jesús. Sólo desde la humildad, a
la luz del Espíritu Santo, es posible acceder al misterio. «Es de las raíces
del corazón de donde sale la fe», exclama San Agustín, parafraseando el
paulino corde creditur (se cree con el corazón).
Para entender y vivir la Navidad hay que situarse en el cuadrilátero que
forman estas cuatro palabras: Asombro, alegría, gratitud y entrega. Todo nos
lleva al asombro y al pasmo. Y del pasmo y el asombro a la alegría. Las
buenas noticias nos llenan de gozo, prorrumpimos a cantar. No hay suceso en el
mundo más celebrado y cantado que la Navidad.
La tercera actitud es el agradecimiento, porque “ha aparecido la
gracia de Dios, que trae la salvación para todos los pueblos”. Qué bien lo
expresó un autor del siglo XVI: “¡Pues, siendo tan Gran Señor, / tenéis
corte en una aldea!/ ¿Quién hay que claro no vea/ que estáis herido de amor?”.
La cuarta actitud es la entrega. ¿No os producen admiración las
figuritas de nuestros belenes, llevando todas ellas regalos para el Niño? Y lo
mismo los magos. Es que no se puede celebrar la Navidad quedándose igual. No es
extraño que Caritas nos saque los colores denunciando que, al lado de la
pobreza y la marginación, campeen a sus anchas despilfarro y consumismo. Eso,
mientras celebramos el nacimiento de quien, siendo Dios, se abajó hasta lo más
bajo de la condición humana para levantar al hombre a la dignidad de hijo de
Dios. Que no, amigos, que “a Belén por ahí no se va; se va por la otra
puerta de la ciudad” (V.M. Arbeloa).
+ Ciriaco Benavente Mateos Obispo de Albacete
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