¿La rutina mata el amor?
Primer acto.
Todo es sorpresa, son dos desconocidos empujados por un deseo doble: por
un lado, la atracción sexual, y por otro, la conquista que encubre el miedo a
perder a esa persona entrañable. Hay un poco de vértigo, inseguridad, miedo a
salir corriendo, a arruinarlo todo. No se puede lidiar mucho tiempo con esa
ansiedad, así que damos el salto: la pareja se afianza y construye una
cotidianidad compartida.
La rutina puede
convertirse en una zona de confort -
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Segundo acto. La
pasión cede para dar lugar a la adaptación. La cotidianidad toma la forma de
una estructura que nos da certezas; las acciones del día a día se repiten como
una base sobre la cual podemos improvisar sin correr riesgos. Atesoramos las
rutinas construidas en pareja porque nos dan la sensación de que algo está bajo
control. Ese algo, ¿es el tiempo o es el amor? No podemos
detenerlo o acelerarlo, pero podemos organizarlo en función de una vida
compartida. La rutina, además, nos ayuda a ahorrar recursos. Ese
"excedente" de tiempo es ese espacio donde la pasión sobrevive.
Tercer acto. La
rutina nos resulta tan práctica que la repetimos día tras día… hasta que caemos
irremediablemente en la monotonía. Algo dentro de nosotros
pide variedad, cambio de ritmo. Pero estamos tan cómodos en la rutina y nos ha
costado tanto trabajo hacer que funcione, que no queremos movernos de ahí.
Crisis. Aburrimiento. Dudas. Tentaciones de ir a buscar "afuera" lo
que no tenemos en casa.
¿Cómo se llamó la obra? "La
rutina mató al amor". Es un lugar común y como tal, es un punto
de partida para reflexionar sobre la realidad. En estricto sentido, no es que
la rutina mate al amor, lo que hay detrás de esa idea es una negativa: no
quiero cambiar, no puedo, me resisto. Es normal que ocurra porque en
las rutinas hay seguridad, pero cuando nos aferramos a ellas también dejamos de
crear nuevas experiencias, nos volvemos rígidos e indiferentes ante nuevos
estímulos. Como los materiales ante los obstáculos, lo que se pone
a prueba en momentos de crisis es la resistencia. Si no hay cambio, hay
deformación o ruptura. Así, el mundo se vuelve una casa de espejos:
donde antes había seguridad, vemos aburrimiento; donde antes había ganas de ser
espontáneo o de improvisar, encontramos apatía; donde antes había estímulos,
ahora encontramos obstáculos y problemas.
¿Por qué nos aferramos a la
rutina?
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Les propongo un ejercicio: traten de
recordar cuántas veces al día la publicidad nos lanza mensajes como "Vive
el confort", "Disfrútalo desde la comodidad de tu hogar",
"El mundo a tu alcance con un solo clic". La publicidad no es la
única responsable, si acaso es un altavoz, un mensajero que atrapa las ideas que
están en el aire y las convierte en moneda de cambio. Lo que el mensajero
insiste en decirnos es que, supuestamente, la "felicidad" está
fincada en el confort. Yo sospecho de esa idea. El confort está bien para
descansar y reponer energías, pero resulta letal cuando se trata de las relaciones
porque éstas son como el agua: si se quedan quietas, se pudren.
Particularmente, las relaciones amorosas necesitan renovarse. Sin embargo, toda
renovación implica afrontar una crisis, hacer un esfuerzo y salir de la zona de
confort.
Pero a nadie le resulta cómodo que su
pareja lo confronte cuando es necesario un cambio. Pedir que alguien modifique
una actitud nociva es invitarlo a salir de su zona de confort, pues cambiar
patrones de conducta requiere hacer un trabajo de conciencia. Es completamente
humano que queramos seguir en ese sitio donde nos sentimos cómodos, pero hay
que reconocer cuando vale la pena hacerlo.
¿Por dónde empezar?
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El amor nada tiene que ver con el
confort: es imperfecto, cambiante, está lleno de misterios, estímulos y
obstáculos. Pero esa es su virtud, hacernos salir de nosotros mismos para
crecer y aprender.
Diálogo y comprensión.
Hay tiempos y momentos en los que ni siquiera el amor de otra persona puede
movernos de esa zona de confort, tal vez porque estamos atravesando por una
crisis, un proceso de duelo o de reconstrucción interior. Es normal que en ese
momento nos aferremos a las rutinas con más fuerza, porque son un poste que nos
estabiliza. Es importante asumirlo y hacérselo saber a nuestra pareja. Si hay
disposición para salir de ese bache, ella o él lo entenderán y tomarán sus
decisiones en función del amor que se tengan. Lo que no se vale es
responsabilizar al otro de nuestro aburrimiento cuando en realidad lo que
queremos es abandonar el barco.
Cambio de perspectiva.
Hay quienes funcionan bien con cambios drásticos, otros prefieren los cambios
paulatinos. Lo importante es que haya disposición y ganas de renovar los
vínculos. El cambiar de escenario, de ruta, de círculo de amigos o de paisaje,
nos da otra perspectiva como individuos y como pareja.
Deseo en movimiento. Aprender
a cambiar juntos parece ser el mayor reto de las parejas, y eso se refleja
también en el ámbito sexual. La rutina mata al deseo cuando uno se queda en
las formas, en lo externo, en la coreografía. Está bien experimentar nuevas
sensaciones con el Kamasutra, pero la sorpresa más profunda reside en
redescubrir al otro espiritualmente. A veces basta con ver las fotos de los
primeros viajes juntos para revalorar el camino recorrido y volver a sentir
juntos.
Problemas por estímulos.
La próxima vez que tu pareja te plantee un reto o un problema, antes de sentir
que las cosas van mal, míralo como un estímulo para encontrar soluciones.
¿Crees que la rutina mata al amor?
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