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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

jueves, 29 de julio de 2010

Una Iglesia en un granero


La historieta creo haberla leído en A. De Mello. Bueno, si es de otro, que me perdone. Dos hermanos decidieron repartir la herencia de sus padres que eran agricultores. Uno era soltero y el otro casado. Como buenos hermanos repartieron el trigo a partes iguales. Pero el soltero pensó: bueno, yo soy soltero y necesito menos que mi hermano que está casado, tiene mujer e hijos. Y así de noche iba y sacaba en un poco de trigo de sus sacos y lo echaba en los sacos de su hermano.
Pero resulta que también el hermano casado sacó sus cuentas. Bueno, yo tengo suficiente, además tengo esposa y tengo hijos, mientras que mi hermano tiene que vivir solo. Y cada noche bajaba al granero y echaba algo de su trigo en los sacos de su hermano. Así pasaron los días hasta que una noche, por esa coincidencias de la vida, los dos se encontraron en el granero haciendo la misma faena. Se sonrieron. Se dieron un abrazo.
La noticia cundió por el pueblo. Cuando murieron los dos hermanos el pueblo decidió levantar en aquel lugar una Iglesia. ¿Qué mejor lugar para una Iglesia que un granero donde en secreto se vivía la caridad y el amor fraterno?
Lo que realmente nos diferencia a los hombres es el corazón y no el montón de trigo que llena nuestros  graneros.
Lo que definitivamente nos diferencia a todos es:
Si en vez de pensar en uno mismo pensamos en los demás.
Si en vez de pensar en nuestras necesidades pensamos en las de los otros.
Si en vez de amontonar para nosotros decidimos compartir con los demás.
Si en vez de pensar que yo soy soltero y necesito asegurar mi futuro porque luego no tendré nadie que se preocupe de mí, prefiere cada noche compartir su trigo con el hermano que posiblemente tenga más necesidades hoy.
Es interesante el comentario de Benedicto XVI cuando habla de la justicia y la caridad.
Muchos se imaginan que la caridad solo es un parche a las necesidades de los demás. La caridad es pan para hoy y hambre para mañana.
Y para ello, es preciso acudir a la justicia.
Hoy tiene mejor prensa la justicia que la caridad o el amor.
Pero la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde.
En tanto que la caridad va mucho más allá de la justicia. Es compartir de lo nuestro para que el otro tenga más de lo que le toca.
Es necesaria la justicia.
¿Pero será suficiente la justicia sin amor?
Por la simple justicia lo mío es mío, aunque el otro se muera de hambre.
Por la simple justicia el pobre tiene lo que le toca y el rico almacena lo que realmente él sembró.
La justicia puede terminar por ser una “codicia justa”.
En tanto el amor mira mucho más lejos que nuestros propios graneros.
La codicia nos hace exclamar: “hombre, tienes acumulado para muchos años; túmbate, come y bebe u date buena vida”.
En cambio, el amor contempla todo lo que uno tiene, pero inmediatamente se fija en que otros no pueden tumbarse, ni comer ni beber ni darse buena vida, porque viven cada día escuchando la misma música de sus necesidades.
El hombre de la parábola posiblemente era justo. Lo que tenía era suyo. Le pertenecía.
Pero carecía del sentimiento de la solidaridad, del sentimiento del compartir, del sentimiento de amor.
Es la historia de estos nuestros dos hermanos.
Habían repartido con sentido de justicia.
Pero luego el amor de sus corazones les llevó a compartir de lo suyo con el otro en el secreto de la noche.
Hasta que el secreto se hizo día en sus almas, se hizo encuentro fraterno y se hizo sonrisa y se hizo abrazo.
¿Hay mejor lugar para construir una Iglesia que un granero donde la justicia se hace caridad y donde la codicia se hace generosidad?
La Iglesia está llamada a ser justa y a anunciar la justicia.
Pero sobre todo, la Iglesia está llamada a ser el testigo fiel del amor que proclama Jesús en el Evangelio.
Dios es justo. Pero con la justicia que se encierra en el amor.
Dios es justo. Pero Dios es, por encima de todo, amor.
Dios es justo con la justicia del amor “hasta entregar su vida por los demás”.
La justicia no debe hacernos olvidar el amor, como el amor no debe hacernos olvidar la justicia.
¡Qué bueno hubiese sido que la parábola de Jesús terminase: “hombre tienes suficiente, come y bebe y date buena vida, porque hoy todos los hombres tienen lo suficiente para vivir, para comer y beber y vivir una vida digna de su condición humana”.
Clemente Sobrado C. P.

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jueves, 22 de julio de 2010

No es fácil rezar el Padre nuestro


Me sucedió con un caballero: “Por penitencia rece un Padrenuestro”. Se me echó a reír y me dice: “¡Tan poquita cosa!”. Y le dije: “Si eres capaz de rezarlo bien, es suficiente”.
Es que nos hemos acostumbrado a rezar el Padre nuestro con tanta facilidad que casi nos sale espontáneo y lo rezamos sin enterarnos de lo que decimos. Cada vez estoy más convencido de que eso de rezar un Padre nuestro no es nada fácil, sino bien difícil. Debiera ser fácil. Pero termina siendo difícil.
Los discípulos, en el Evangelio de Lucas, comienzan por pedirle a Jesús que les “enseñase a rezar”. Y Jesús, a diferencia de todos estos maestros modernos que comienzan por enseñarnos toda una serie de técnicas, simplemente les enseñó el Padre nuestro.
A nosotros, desde niños, nos han enseñado a aprenderlo de memoria. Es posible que fuese la primera oración que aprendimos de memoria y que comenzamos a rezar, sobre todo al acostarnos.
Lo aprendimos de memoria como aprendimos a sumar, restar, multiplicar y dividir.
Pero ¿alguien nos enseñó a rezarlo?
Porque una cosa es saber y decir de memoria el Padre nuestro.
Y otra muy distinta es saber rezarlo.
Porque eso de rezar no es decir palabras de memoria.
Jesús mismo nos previene que no usemos demasiada palabrería.
Porque rezar es entrar en comunión de sentimientos con el mismo Jesús.
Porque rezar es abrir nuestro corazón al corazón de Dios.
Porque rezar es poner en sintonía y afinamiento nuestro corazón con el corazón de Dios.
Y porque rezar el Padre nuestro es entrar en la vivencia del Evangelio del Reino.
Pienso que Jesús mismo trató de enseñarnos esa pedagogía al decirnos que oremos comenzando por decir: “Padre nuestro”.
Todo comienza con una experiencia de Dios como Padre.
Todo comienza con una experiencia de sentirnos hijos de Dios.
Todo comienza con una experiencia de comunión con todos los hermanos.
Es decir, comenzamos por crearnos un clima espiritual y una vivencia de paternidad, filiación y fraternidad. Y sólo desde ese clima y esa vivencia tienen sentido el resto de invocaciones y peticiones.
Los discípulos pensaban en orar como los discípulos de Juan.
Pero Jesús los sitúa en un marco distinto al de Juan.
La oración del cristiano comienza con una visión, una experiencia y una vivencia distinta de un Dios también distinto. Por eso la oración refleja muy  bien, nuestra idea de Dios. Alguien lo expresó muy bien “dime cómo rezas y a quién rezas y te diré como es tu Dios”. Que pudiéramos traducir también: “dime como es tu oración y te diré cómo es tu fe”.
En las primeras comunidades cristianas, el Padre nuestro pertenecía un tanto al secreto de las comunidades. Y que sólo se enseñaba cuando el catecúmeno había profundizado en su experiencia de fe. Es que sin una verdadera fe no se puede rezar el Padre nuestro, porque implica descubrir primero al Dios de Jesús, al Dios revelado por Jesús, que es el Dios Padre.
Por eso mismo, para rezar bien el Padre nuestro necesitamos poner como base ambiental tres experiencias fundamentales:
La experiencia de Dios como “Padre”.
La experiencia de que no rezamos solos sino como comunidad de hijos-hermanos.
La experiencia de que somos la gran familia de Dios “nuestro”.
Podemos rezar desde la soledad, pero nunca rezamos “solos”.
Rezamos siempre unidos a toda la comunidad y familia de Dios.
Unidos a todos los hombres, en nombre de todos los hombres.
En nombre de toda la Iglesia.
No rezamos como “huérfanos”, pero tampoco “como hijo único”.
Rezamos como “familia numerosa”.
Los músicos, antes del concierto, comienzan por afinar los instrumentos poniéndolos todos en el mismo tono. El cristiano para rezar el Padre nuestro tiene que comenzar también por afinar su corazón.
Ponerlo en tono de paternidad divina.
Ponerlo en tono de filiación divina.
Ponerlo en tono de fraternidad divina.
Cuando hayamos sintonizado bien estas tres experiencias, ya será más fácil entender lo de “tu nombre”, “tu reino” y “tu voluntad”, como también “nuestro pan”, “nuestro perdón” y “nuestras tentaciones”.
Rezar en entrar en los sentimientos de Jesús orante, también aquí pudiéramos decir, “cuando oréis, tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 15 de julio de 2010

Cocinar está bien, escuchar está mejor


Resulta simpática esta página del Evangelio de Lucas. Marta y María y Jesús. La una metida en la cocina sin enterarse de lo que pasa en la sala de estar. Mientras tanto, María, se olvida de los pucheros y prefiere sentarse a los pies de Jesús y escuchar su palabra.
Es bueno el “servir” que es el oficio de Marta. Pero mucho mejor es el oficio de María: “estar con” y “escuchar”. Nadie dudaría de que, si llegado el mediodía, no hay almuerzo prepa- rado, todos se hubiesen quejado. Pero también es cierto que, tener un invitado en casa y dejarlo solo viendo televisión, por causa de los pucheros, tampoco resulta demasiado elegante.
En la vida se necesitan las dos cosas. Se necesita el servicio de la cocina y se necesita el acompañamiento del que está con nosotros. Se necesita trabajar para ganarse el pan de cada día y se necesita de un tiempo para encontrarnos como personas. Aquí Lucas no plantea en modo alguno la primacía de lo contemplativo sobre la vida activa, sino más bien, lo que es y debe ser esencial en la relación de las personas.

“Sentada …”

Cuando se trata de escuchar a alguien no valen las prisas.
Sólo se escucha bien cuando uno está tranquilo y no mirando al reloj.
Sólo se escucha bien sentados, señal de que tengo todo el tiempo para ti.
Sólo se escucha bien cuando el otro se siente cómodo porque sabe que no nos está quitando nuestro tiempo.
Una de las condiciones para hablar y escucharnos es que tú y yo nos sintamos a gusto, sintiendo que tú eres importante para mí y yo soy importante para ti.

Estar con Jesús

“Estar con Jesús” para escucharle. Quien no tiene tiempo para “escucharle a El” nunca llegará a intimar con El ni nunca llegará a compartir sus sentimientos. Por algo Pablo pide a la comunidad cristiana “sentid en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús”.
Estar con El, escucharle, disponer de tiempo suficiente para prestarle nuestra atención es el primer paso para interiorizar y profundizar en la relación espiritual y de fe con Jesús. De lo contrario, nuestra relación con El será siempre una relación de segunda mano, escuchando lo que otros han sentido y experimentado. Y la verdadera fe sólo es posible cuando uno mismo hace la experiencia de El como persona.
Es una pena cuando el creyente dice que no tiene tiempo para regalarse un rato de silencio para escuchar a Dios en su corazón. No tener tiempo para escuchar a Dios significa que muchas otras cosas son mucho más importantes y que a Dios lo reducimos a una especie de Post Data: “si tenemos tiempo”. Por eso también nuestra fe suele ser casi siempre de segunda mano.
Creemos por lo que otros han sentido y experimentado.
Creemos por lo que otros dicen de El.
Pero no creemos “porque nosotros mismos lo hemos visto y le hemos oído y escuchado”.

“Estar como pareja”

También la pareja necesita comer. También los hijos necesitan comer. Con el estómago vacío pareciera que también el amor languidece. Gregorio Marañón decía en uno de sus libros que, el éxito del matrimonio entre los vascos, estaba en que las mujeres conocían muy bien los gustos culinarios y los estómagos de sus maridos.
Yo no sé si la cocina será suficiente para mantener la alegría y el gozo de la pareja. De lo que sí estoy convencido es que cada uno de ellos necesita de la presencia y la compañía del otro y que el otro tenga tiempo para regalarle cada día.
Uno de los problemas hoy de la pareja es que no tienen tiempo para ellos mismos. El trabajo, y el ganar unos dinerillos más, les absorben todo el tiempo. Y el tiempo que disponen es un “tiempo de cansados y fatigados”, por tanto un “tiempo de aburrimiento”, pero en manera alguna un “tiempo de relación, de escucha y relajación”.
Amar es saber escuchar.
Amar tener tiempo para estar a tu lado.
Amar es tener tiempo para prestarte atención.
Amar es tener tiempo para decirte que tú eres ahora lo más importante.
Amar es tener tiempo para ti.
Amar es tener tiempo para hacerte sentir que escucharte es importante para mí.
Amar es tener tiempo para compartir juntos nuestros sentimientos, nuestras alegrías, nuestras penas y preocupaciones.

Estar como padres

Tampoco solemos tener tiempo para escuchar a los hijos.
Porque también los hijos quieren sentir que ellos son importantes.
Porque también los hijos quieren sentir que alguien les escucha.
Porque también los hijos necesitan sentir que son algo más que consumidores de “loncheras” o de comida.
También ellos quieren decirnos algo y manifestarnos sus sentimientos.
Y cuando nadie les escucha es que nadie les da importancia.
¿No será por eso que prefieren la calle, porque allí sus amigos sí les escuchan?
En la vida humana y espiritual se necesitan Martas que huelan a pucheros.
Pero también se necesitan Marías que prefieren dedicar su tiempo a escuchar a los demás. ¿Cuánto tiempo disponemos para “estar con” y para “escuchar al otro”?
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 8 de julio de 2010

Saber detenerse en el camino


Muchas veces me he preguntado: “¿en qué consiste ser cristiano hoy?”
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”. Confieso que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”.
Reconozco que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”. Confieso que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.  “detenerse en el camino y no caminar dando rodeos cuando alguien me necesita”.
La fe de los piadosos
Muchos nos damos por satisfechos con ser piadosos. Rezamos mucho. Oramos mucho. Comulgamos todos los días. Realmente Tenemos una relación muy buena con Dios. Bueno, eso creemos nosotros.
¿Será suficiente ser piadosos para ser buenos creyentes?
El Sacerdote “que bajaba por aquel lugar” era un hombre piadoso. Venía de Jerusalén, posiblemente de cumplir con los servicios del Templo.
El Levita también venía de Jerusalén, posiblemente de hacer comentarios e interpretaciones de la ley.
Sin embargo, fueron incapaces de detener su paso y acercarse al hombre caído y maltrecho del camino. Muy devotos de Dios, pero demasiado insensibles hacia el necesitado. A Dios se dirigían cada día de una manera directa. Pero llegados al hombre herido, prefirieron “dar un rodeo y pasar de largo”. “Ojo que no ve corazón que llora”.
Nuestra piedad puede ser un gran peligro. Puede llevarnos a la autosatisfacción de sentirnos bien con Dios, y asegurarnos así nuestra salvación, pero haciéndonos insensibles ante los problemas del hombre que tenemos a nuestro lado.
Me gusta lo que escribe Benedicto XVI en su Encíclica “Dios es caridad”: “Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre al prójimo solamente como al “otro”, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo “piadoso” y cumplir con mis “deberes religiosos”, se marchita también la relación con Dios”. (DC 18)

Y añade: “Será únicamente una relación “correcta” pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mi ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama”. (id 18)
La piedad y los actos piadosos son buenos, pero tienen el peligro de engañarnos. Tienen el peligro del individualismo religioso, de encerrarnos sobre nosotros mismos y en nuestra religiosidad, y de olvidarnos del compromiso con los demás.
Un hombre poco piadoso
No sólo poco piadoso, sino pagano, infiel. Un samaritano.
También él pasa por el mismo camino. También él ve al hombre caído y descalabrado por unos bandidos.
Posiblemente rezaba poco. Pero su corazón se enterneció ante aquel desconocido herido en el camino.
Posiblemente también él llevaba prisa por llegar a destino. Pero la atención al hombre necesitado era más urgente que sus prisas.
Ni dio rodeos ni pasó de largo. Bajó del caballo, le vendó las heridas y se lo cargó hasta dejarlo en una posada. Y se hizo cargo de los gastos que todos los cuidados implicaban. “Lo que gastes de más yo te lo pagaré  a la vuelta”.
No se fijó si era judío o cualquier otro. Para él era un hombre.
No se fijó si era uno de los que no se hablaba con los samaritanos. Era un necesitado.
No se fijó si alguien lo veía. Le era suficiente que él pudiera verlo herido.
No pensó que con ello se ganaría el cielo. Sencillamente manifestó su amor al prójimo.
No se le veía mucho por la Iglesia. Pero se le veía vendando las heridas de los demás.
No era muy amigo de curas. Pero llevaba dentro el amor al prójimo.
No daba mucha limosna a la Iglesia. Pero no le dolió abrir la billetera y gastar lo que fuese necesario para curar al hombre herido.
No se preguntó si sería un hombre bueno o se había merecido la paliza. Sencillamente vio en él a un hombre.
No se preguntó si algún día le devolvería el favor. Le bastó saber que era un hombre y estaba en malas condiciones.
“La religión puede endurecer el corazón de muchas personas“… “Terminan por dar más importancia a sus observancias que al dolor y las humillaciones que padece la gente”. (J.M. Castillo)
No hay verdadero amor a Dios donde falta el amor al prójimo. Y “mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar” (Benedicto XVI n.15) El segundo mandamiento es igual al primero. ¿Lo sabíamos?
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 1 de julio de 2010

La mies es la misma y más abundante


Al leer el Evangelio de hoy me viene a la mente un recuerdo de mi infancia. En el pueblo, digamos en la aldea, no había fuentes de trabajo. Por eso, cuando llegaba el verano, el tiempo de la siega, la aldea se quedaba casi vacía de hombres y mujeres. Todo el que podía hacer algo se iba a Castilla para segar el trigo. Era un tiempo feliz donde la gente podía ganarse “alguito”, que para una aldea era mucho.
Los años han pasado y hoy nadie va a segar a Castilla. Las máquinas modernas han suplantado a las personas. Los amplios campos de trigales de Castilla ya no están para que ser segados con la hoz ni empacados en pequeños paquetes de paja con su espiga. Hoy todo lo hace la máquina. Siega, trilla y empaca. Han cambiado los tiempos.
Me pregunto ¿qué diría Jesús hoy si vieran estas tremendas máquinas segadoras que lo hacen todo? El mundo es más grande que Castilla. Y las mieses siguen siendo abundantes. Lo que sucede es que estas mieses en las que piensa Jesús no pueden segarse con la hoz ni con las máquinas. La imagen de la “mies” es realmente significativa. Y sigue siendo válida. Y eso de los “obreros son pocos” tampoco creo que ha perdido su actualidad.
Pero, no puedo olvidar lo de la siega de mis tiempos de los trigos de Castilla. Los campos siguen siendo los mismos. Los trigales posiblemente son muchos más en el día de hoy. Pero han cambiado los sistemas.
Me sigo preguntando, ¿y nosotros seguiremos siendo los segadores de hace tantos años o no tendríamos que cambiar también de sistemas? Es posible que hace unos años los obreros de los campos y las mieses del Señor tuviesen su manera de sembrar y de segar. Pero también hoy han cambiado mucho las cosas.
Los hombres siguen siendo los mismos, pero también diferentes.
Las inquietudes y problemas de los hombres siguen siendo los mismos, pero también diferentes.
El corazón de los hombres sigue siendo el mismo, pero también diferente.
Antes se podía llevar un sermón repetido en infinidad de sitios, prescindiendo de la realidad de cada situación.
Se podía hablar sin tener en cuenta la realidad de cada corazón y de cada mente.
Hoy posiblemente esto ya no sirva. Tampoco nosotros podemos trabajar la mies del Señor con la antigua hoz. Y necesitemos cambiar de sistema. Tal vez no nos sirvan las nuevas máquinas segadoras de Castilla, pero sí necesitemos buscar los nuevos modos y sistemas de acercarnos a los hombres y de anunciar el Evangelio. Es posible que ya no nos sirvan los sermones del pasado y tengamos que redactar sermones nuevos, pero primero escuchando a los hombres, entrando en sus corazones, en su mundo, en sus preocupaciones y problemas.
Es más. Tal vez ya no nos sirva el sistema de contar con grandes masas que nos escuchen y tengamos que acercarnos a cada uno en particular y hablarle a cada uno el lenguaje que él pueda entender. Nadie cuestiona hoy en Castilla que antes se segaba todo con la hoz y se necesitaba de mucha gente. Tampoco nadie debiera cuestionar hoy el cambio de nuestra manera de proclamar y anunciar el Evangelio hoy.
Tal vez hoy no necesiten de sermones, pero sí de alguien que les escuche primero.
Tal vez hoy no necesiten de muchas palabras, pero sí de alguien que les tienda una mano y los acompañe en el camino como Jesús con los dos de Emaús.
Tal vez hoy no necesiten de muchos discursos dichos desde los púlpitos de las Iglesias, pero sí de más encuentros personales en la calle, en el hogar, en la oficina o incluso en su mundo de diversión.
Tal vez hoy no estén dispuestos a que les demos nuestras ideas, sino que les ayudemos a que sean ellos mismos los que se encuentren con el Evangelio.
Pero, claro, esto es posible que requiera de muchos más obreros. Y nos convierta a todos en segadores, aunque yo preferiría decir que, más que segadores, que a todos nos encanta segar lo que ya está maduro, el Evangelio necesite hoy de más sembradores.
Se necesite más de una pastoral personal, capilar, de contacto individual.
Se necesite más de una pastoral de siembra.
Se necesite más de una pastoral de acompañamiento hasta que la gente encuentre por sí misma su verdad y sus respuestas.
Recordemos a la Samaritana del pozo. Luego de abrirles el camino para el encuentro con Jesús, todos dicen felices: “ahora creemos no porque tú nos lo has dicho, sino porque nosotros mismos lo hemos visto”.
Los hombres son los mismos.
El Evangelio también es el mismo.
Los caminos son diferentes.
Los métodos son distintos.
Y los encargados de anunciar el Evangelio, la Iglesia, también debemos ser distintos.
Las máquinas han suplido mucha mano de obra. Pero el Evangelio necesita cada día más obreros, más mano de obra. Las máquinas han dejado a muchos sin trabajo. El anuncio del Evangelio necesita cada día más trabajadores. En esa mies del Señor, todos tenemos algo que hacer. Todos estamos llamados e invitados. Aquí nadie podrá decir que no tiene empleo o trabajo.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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viernes, 25 de junio de 2010

A Dios le pedimos documento de Identidad

Los hombres necesitamos pedirle sus credenciales a Dios, su DNI, con el que identifique. (Foto: Educared)

Los hombres necesitamos pedirle sus credenciales a Dios,
 su DNI, con el que identifique.
 (Foto: Educared)

Siempre tenemos razones para resistirnos a las llamadas y la visitas de Dios. Jesús tiene experiencia de estas resistencias y razonamientos del corazón humano. Juan ya lo expresa en su Prólogo al Evangelio cuando dice:
“En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella (la Palabra), y el mundo no la conoció”. (Jn 1,10)
“Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. (Jn 1,11)
Y ahora que Jesús visita a su pueblo lo vuelve a experimentar en carne propia. Como siempre, los hombres necesitamos pedirle sus credenciales a Dios, su DNI, con el que identifique. A Jesús se lo dijeron bien claro, pese a que “se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”. “Haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”.
Me encanta aquel texto de Tagore cuando escribe:
“Mi huésped ha llegado a casa esta mañana de otoño.
¡Dale, corazón mío, la bienvenida con una canción!
Que tu canto sea como ese azul que tu sol ilumina, como ese aire húmedo del rocío, como el oro exuberante de las mieses; la canción de esas aguas sonoras.
O, mejor permanece callado en su presencia, mirándolo a la cara, y después deja tu hogar y márchate a su lado en silencio”.
Reconocen que tiene “palabras de gracia”, de salvación, de liberación. Pero tampoco ellos quieren creer a la palabra de Dios. Le exigen señales, signos que lo acrediten. ¿Por qué será que en la puerta de nuestro corazón Dios siempre encuentra una especie de aduana para revisar su equipaje antes de darle paso y abrirle la puerta?
Dios no es de los que empuja la puerta. Es de los que llama. Es los que toca primero y pide permiso. Y nosotros acudimos al principio constitucional de la “inviolabilidad de nuestra casa, de nuestro corazón.
¿No sería mejor que lo recibiésemos dándole la bienvenida con una canción?
O incluso, ¿no sería mejor que nos quedásemos pasmados y admirados de su amor y su cariño por nosotros, en callado silencio ante su presencia? ¿No sería mejor mirarle a la cara y descubrir en ella su sonrisa de gracia y de amor? Para que enamorados de él, también nosotros “dejásemos el hogar” de nuestras seguridades y de nuestros intereses y, decidiésemos marcharnos con él, a su lado como los discípulos, en silencio.
Dios no nos pide ni exige nada cuando quiere ser nuestro huésped.
Dios no nos cobra ni nos pide señal alguna.
Dios solo quiere que le abramos la puerta, que le aceptemos gozosos, cantando la canción de las “aguas sonoras”. ¿A caso nos parece un precio demasiado elevado para quien llega a nosotros con “palabras de gracia”?
Un día me encontré con un joven desesperado consigo mismo. “Mi vida, Padre, es un asco. Yo siento asco hacia mí, porque he vivido una vida vacía metida en todos los lodazales. Y como verá, para mi edad de veintiséis años, es un verdadero asco. Y no sé qué hacer con ella”.
En ese momento yo tenía en mis manos uno de los volúmenes de la Obra de Tagore. Y le respondí: ¿quieres que te lea unas frasecitas no más? Escucha:
“Perdí mi corazón por el camino polvoriento del mundo; pero tú lo cogiste en tu mano. Se esparcieron todos mis deseos, tú los recogiste y los fuiste enhebrando en el hilo de tu amor. Vagaba yo de puerta en puerta, y a cada paso me acercaba más a tu portal”.
¿Quién es ese tipo? Puedes ser tú mismo. ¿Pero de quien es esa mano y ese portal? Es la mano y el portal de Dios. ¿Y usted cree que Dios se va manchar las manos con esta basura? Le encanta ensuciarse las manos con toda la basura del corazón humano.
¿Pero eso tendrá un precio? Ninguno. Al contrario, es El quien paga por llevarse esa basura de tu vida. Pero ¿y qué debo hacer, porque a mí no me parece nada fácil? Facilísimo. Basta que tú te dejes, que abras la puerta de tu corazón y le dejes entrar. ¿Y qué negocio piensa hacer Dios con la basura de mi vida, también él la recicla? Efectivamente la recicla cambiando tu corazón y tu vida en un corazón y en una vida nuevos.
Lo llevé a la Iglesia y lo dejó solo ante el Sagrario en silencio. Yo me alejé un poco y dejé que se desahogase en lágrimas ante el Señor. Cuando se levantó, limpió con el pañuelo sus ojos y me pidió lo confesara. Lo hice allí mismo sentados en una banca. Desde entonces, cada vez que me encuentra me saluda siempre con “aquí la basura reciclada”.
No le pidamos a Dios documentos de identidad. Escuchemos sus “palabras de gracia” y dejémosle entrar y recibámoslo con una sonara canción.

Oración

Señor: reconocemos la belleza de tus palabras y luego las echamos al olvido.
Te pedimos te acredites ante nosotros. Ya ves que somos desconfiados.
Nos fiamos de cualquiera, menos de Ti.
Abrimos nuestra casa a muchísima gente, pero todavía no te hemos abierto las puertas a Ti.
Di palabra de gracia a mi corazón.
Que no ponga excusas y problemas a tu entrada.
Que siempre esté abierto a tus llamadas
y mi respuesta sea una canción agradecida.
Clemente Sobrado C.P.

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martes, 22 de junio de 2010

Anunciar el Evangelio a los pobres. 22 - Junio - 2010

"Ventana abierta"


Anunciar el Evangelio a los pobres


Es la frase con la que Jesús definió su misión en su presentación en Nazaret. Y es la frase que hoy tanto se repite en la Iglesia. Encargados de ser “Buena Noticia para los pobres”. Como frase suena bien y hasta actual.
El problema surge cuando nos preguntamos:
¿Y qué es anunciar el Evangelio a los pobres?
¿Cuándo se anuncia el Evangelio a los pobres?
¿Cómo se anuncia el Evangelio a los pobres?
Porque los pobres no viven de palabras.
Ni tampoco son trampolín para que otros crezcan.
Los pobres han escuchado demasiadas palabras.
Los pobres han escuchado el anuncio de muchas esperanzas.
Pero los pobres siguen siendo pobres, y con frecuencia, cada vez más pobres.
A los pobres no se les anuncia el Evangelio sentándonos en la orilla, sino echándonos al agua y mojándonos.
Tendríamos que comenzar por preguntarles a los pobres cómo nos ven a los que les hablamos del Evangelio. Qué imagen tienen de nosotros. Qué piensan y qué imagen tienen de los políticos, de los sacerdotes y de los religiosos. Y hasta me atrevería a algo más: ¿Será que los pobres siguen creyendo en nuestras palabras?

La buena noticia para un enfermo es que ya se ha curado.
La buena noticia para un alumno es que ya ha aprobado.
La buena noticia para un pobre es que su esperanza ya es una realidad.
Ya disfruta como el resto de los bienes de la sociedad y ha salido de su pobreza humillante.
No creo que sea haciendo pobres a los ricos como salvaremos a los pobres.
A lo más tendríamos más pobres.
La verdadera noticia para los pobres será que los que tenemos mucho, podamos compartir solidariamente con los que tienen menos o no tienen nada.
A los pobres no les molesta que haya ricos.
Les molesta las tremendas diferencias entre unos y otros.
La insensibilidad de los que tienen para con los que no tienen.
Los gastos inútiles y los despilfarros de unos frente a las necesidades de los otros.
Y sobre todo, les hiere la hipocresía de quienes les anuncian el Evangelio pero siguen viviendo cómodamente sin privarse de nada y sin meter la mano al bolsillo.



Cuando Jesús envió a los suyos a testimoniar el Reino, los mandó sin nada.
Pobres entre los pobres.
Y viviendo como los pobres. “En la primera casa que os reciba quedáis allí”.
No estéis buscando otra con mayores comodidades.
Compartid la misma comida y bebida y la misma cama y las mismas incomodidades.
Anunciar la buena noticia a los pobres significa:
Predicar la justicia y luchar por la justicia y ser justos.
Luchar para erradicar las causas de la pobreza.
Ponernos del lado de los pobres sin ser enemigos de los ricos, pero tampoco defendiendo su causa.
Defender la causa de los pobres, por más que nos pueda crear problemas con los de arriba o incluso caigamos en su desgracia.
Perturbar el orden defendiendo la justicia y la dignidad de todos los hombres, no es perturbar orden alguno, sino tratar de poner precisamente orden donde reina el desorden.
Porque lo peor que podemos hacer es justificar la injusticia a título de evitar el desorden que supone el cambio de la injusticia por la justicia.
Es amar a todos pero con un amor preferencial por los necesitados.


Oración

Señor: Tú quieres ser buena noticia para todos.
En especial para los más necesitados: los pobres, los presos, los oprimidos.
Y tú vida se movió entre ellos abriéndolos a la esperanza del Reino.
Danos la valentía de sentir 
lo que tú sentías y que nuestras vidas puedan ser un testimonio de amor y esperanza para todos ellos.

Clemente Sobrado C.P.

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jueves, 17 de junio de 2010

Y tú ¿qué dices de mí?

31-Julio-2010

Y Tú ¿qué dices de mí?

Hoy me permito un cierto atrevimiento y hasta descaro con Jesús. Él hace dos preguntas, las dos muy interesantes:
 “¿qué dice la gente de mí?”
“Y vosotros qué decís que soy yo?”
Claro que siempre resulta más fácil responder lo que piensan o dicen los otros. Eso parece que nos lo sabemos de memoria. Lo difícil es responder ¿qué pienso yo? Algo así como si tuviésemos claro lo que piensan y dicen los demás, y un tanto oscuro e indefinido lo que pensamos cada uno.
¿No será que siempre es más fácil desnudar al otro que desnudarse uno mismo delante de Dios?
A la primera pregunta respondieron todos. A la segunda sólo respondió Simón en nombre de todos. Alguien tenía que dar la cara por el grupo. El silencio también puede ser una manera de confesar nuestra falta de sinceridad con nosotros mismos y nuestros miedos a descubrirnos demasiado. Mejor nos callamos. Que Simón, que siempre es el más atrevido diga algo y dé la cara.
Pero hoy, yo quisiera invertir las preguntas. Aquí es Jesús quien pregunta y nosotros los que tenemos que responder. Hoy quisiera ser yo mismo quien le hace la pregunta a Jesús. ¿Será un atrevimiento? ¿Será un descaro de mi parte? Si Jesús está interesado en saber lo que los demás pensamos de El, también nosotros estamos interesados en saber lo que El piensa de nosotros. “Señor, ¿y Tú qué dices, qué piensas de mi?” En un principio sentí miedo a que me dijeras la verdad. Pero, pensándolo bien, saqué la conclusión de que Jesús piensa mejor de mí que yo de El. Y que si a mí me da vergüenza contestar a sus preguntas, ciertamente que Jesús no sentirá vergüenza alguna en responder a mías.
Además, nosotros estamos más acostumbrados a preguntarle a Dios que dejarnos preguntar por El. Porque a todo lo que nos sucede, nuestra reacción inmediata suele ser siempre: “¿Por qué, Señor? ¿Por qué a mí precisamente? Si te he pedido tanto, ¿por qué no me escuchas? ¿Por qué no me consigues trabajo? ¿Por qué te has llevado a este mi ser querido?” La Agenda de Dios está llena de preguntas nuestras. Por eso, estoy seguro que mi pregunta ya no le va a extrañar.
Señor, ¿Tú qué piensas de mí como persona? Porque tú me has dado la vida no para que la conserve achatada y enana sino para que me realice humanamente, me desarrolle humanamente. Llegue a ser una persona madura. Que como Tú, también “crezca en edad, en el cuerpo, en gracia y en sabiduría”. ¿Habré madurado en mi libertad o seguiré siendo todavía el “hijito de mamá”?  ¿Habré madurado en mi corazón sabiendo amar como Tú amas o estaré confundiendo mi amor con los deseos de mi cuerpo? ¿Habré madurado, tomándome en serio a mí mismo, hasta llegar a ser esa persona que Tú esperas de mí?
Señor, ¿qué piensas y dices de mí como bautizado? Porque Tú me has regalado también esa otra vida de la gracia, que es la tuya, no para que tenga que vivir una vida bautismal achatada por eso de que “no soy malo, no robo ni mato”. No me has dado la vida nueva del Bautismo para que sencillamente quede registrada en los archivos parroquiales o en las fotos del momento. ¿Muestro la verdad de mi Bautismo en mi modo de pensar, en modo de vivir, en mi modo de actuar en el mundo y en la Iglesia? ¿Soy realmente esa imagen del hombre nuevo nacido de tu Pascua?
Señor, ¿qué piensas y dices de mí como sacerdote? Me llamaste un día, como a tus discípulos, para hacerme ministro de tu Evangelio, de tu Palabra, de tu Eucaristía, de tu Perdón. Para ser el pastor que te represente a ti, el Buen Pastor, en medio de la comunidad. Para que conozca a tus ovejas, ¿a cuántas conozco? Para que ellas me escuchen, ¿no estarán aburridas de mis palabras? Para ellas me sigan, ¿seré realmente un modelo para ellas? Y me has encargado que salga a buscar a las que no están en el rebaño. ¿Me habré arriesgado lo suficiente o no, me habré adaptado a mis comodidades?
Señor, ¿qué piensas y dices de nosotros como esposos? Nos bendijiste el día de nuestra boda y nos dijiste que nos amásemos, nos sirviésemos mutuamente todos los días de nuestra vida, y fuésemos una comunión de amor, y fuésemos el símbolo de tu amor entre los hombres. Que nuestro amor fuese una fiesta en la que nunca faltase el buen vino de la alegría pascual. Que diariamente tuviésemos llenas del agua de nuestro esfuerzo y buena voluntad las vasijas de nuestras vidas, para que Tú puedas hacer el milagro que despierte y afiance la fe de nuestros hijos. ¿Recuerdas cómo nos veías el día de la Boda? ¿Y cómo nos sigues viendo ahora?
Señor, ¿qué piensas de esta Iglesia de la que nos hiciste hijos y miembros vivos? ¿Será esta Iglesia la que Tú pensaste? ¿Será esta la Iglesia que Tú quieres hoy para el mundo y la humanidad?
¿Tú qué dices y piensas Jesús?  Bueno, como Tú hablas al corazón, mejor me quedo en silencio, que es la mejor manera de escucharte. Pero, cuidado, por si me hago el sordo, háblame claro y háblame fuerte. Que no tenga motivos para decir que también Tú callas.
Padre Clemente Sobrado C.P
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domingo, 18 de abril de 2010

Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado

"Ventana abierta"


EVANGELIO 
18-04-2010  
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado
Archidiocesis de Madrid.-

  Lectura del santo evangelio según san Juan 21, 1-14

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberiades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: – «Me voy a pescar.» Ellos contestan: – «Vamos también nosotros contigo.» Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: – «Muchachos, ¿tenéis pescado?» Ellos contestaron: – «No.» Él les dice: – «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. » 
 La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces.


 Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: – «Es el Señor.» Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. 


Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: – «Traed de los peces que acabáis de coger.» Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.


Jesús les dice: – «Vamos, almorzad,» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Palabra del Señor.


EL VOLCÁN.
18-04-2010 

 
El volcán del glaciar Eyjafjalla en Islandia sigue expulsando vapor de agua y cenizas. Es impresionante ver las imágenes de la naturaleza desatada. Pidiendo para que no pase nada a nadie contemplo cómo se frustran los planes, se suspenden los vuelos y el hombre se encuentra impotente ante estos fenómenos. Nadie busca culpables ni se denuncia a las compañías aéreas (aunque tienen que estar temblando). Si cuando hemos visto terremotos (y no nos olvidamos de rezar por las víctimas), mucha veces se buscan culpables en el tipo de construcción, la pobreza del país y mil argumentos más, ante una nube de cenizas -que el viento lleva donde quiere-, nadie puede decir nada. ¿qué vuelos se suspenderán en unas horas? Nadie puede decirlo, pero seguro que nadie exige a una compañía aérea que vuele si pone en juego su vida. La nube se moverá por donde quiera y a quien le toque tendrá que fastidiarse (lo de la resignación no me convence demasiado).

Las apariciones de Jesús resucitado son como la nube volcánica, aparece donde quiere en el momento que quiere. Los apóstoles sabían que en Galilea verían al Señor, pero apareció como quiso y cuando quiso. Los apóstoles, tal vez aburridos de esperar habían vuelto a sus faenas. Sólo Juan seguía atento, esperando, confiando, sabiendo que el Señor nunca defrauda. Al contrario que la nube de ceniza que tienes que evitarla para no entrar dentro y poner en peligro la vida, a Jesucristo tenemos que descubrirle para meternos en Él, acercarnos y escucharle para vivir.
Tristemente hoy ven muchos la fe en Cristo resucitado como un elemento tóxico y parafrasean al sumo sacerdote:«¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.» Quieren evitar a Jesús en su vida, esquivarle, no acercarse a Él de ninguna manera y que Él tampoco se acerque a ellos. Se cubren la nariz, los ojos y los oídos del alma para que ni una mota de fe pueda entrar en ellos. Pero la fuerza del Señor resucitado en más poderoso que la de un volcán en erupción. «Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos.» 


En este tiempo de Pascua tenemos que estar con todos los sentidos vigilantes para descubrir dónde se aparece el Señor, cuando nos va dejando muestras de todo el amor que nos da, cuándo derrama sobre nosotros la gracia del Espíritu Santo. La pascua es también tiempo de vigilancia, de descubrir la presencia de Dios en nuestra vida y acercarnos a Él. Es tiempo de acción de gracias, de contemplación, de alegría. Sin duda en nuestra vida hemos intuido muchas veces la presencia de Dios, que estaba cerca, que nos estaba rondando. Ahora es tiempo de decir: “es el Señor”, echarnos al agua y correr a su encuentro. Él nos dará todo por añadidura.
No tengamos miedo a Cristo resucitado, no le impidamos llamarnos por nuestro nombre y pedirnos lo que quiera y que lo hagamos alegres, a pesar de los posibles ultrajes.




María reconocería siempre a su hijo resucitado, que ella nos de ojos vigilantes, corazón despierto y alma atenta para descubrirle siempre, como los ojos de los hombres la nube del volcán.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Amigo celebra en Sevilla sus bodas de oro sacerdotales. Martes Santo. 31 - Marzo - 2010

"Ventana abierta"


Amigo celebra en Sevilla sus bodas de oro sacerdotales

Con la cruz no cuesta

Asenjo, al cardenal: "Es su catedral, su diócesis, su casa"
Jesús Bastante, 31 de marzo de 2010 


"Me preguntan muchas veces: ¿Se acuerda usted de Sevilla? La respuesta es siempre la misma: ¿Es que no se me nota?". 

Carlos Amigo Vallejo estaba ayer feliz en su regreso "a su catedral, a su diócesis, a su casa", en palabras de su sucesor, el arzobispo de Sevilla Juan José Asenjo Pelegrina. Lo cuenta Francisco Correal en Diario de Sevilla.


Juntos presidieron la emotiva misa Crismal en el Altar Mayor después de un multitudinario acto penitencial en la parroquia del Sagrario en el que participaron 290 sacerdotes de las vicarías, arciprestazgos y parroquias de la diócesis. Asenjo y Amigo se fundieron al final en un sentido abrazo en la Capilla Real cuando el cardenal, con otros trece sacerdotes -incluido el organista y canónigo José Enrique Ayarra- recibió un obsequio con motivo de sus bodas de oro sacerdotales.

Ha coincidido con Año Santo Compostelano la conmemoración de una ordenación sacerdotal que tuvo lugar en el caso de Amigo Vallejo en Santiago de Compostela.


 Monseñor Asenjo destacó los 27 años de pontificado de su predecesor en la diócesis de Sevilla, un mandato largo que es un contrapunto de este tiempo, dijo Asenjo, "de fidelidades cortas y compromisos tenues".

En una Capilla Real abarrotada de sacerdotes, que ocupaban ambos laterales como en el Senado de Roma o en un hemiciclo, Asenjo puso énfasis en la fidelidad a Cristo y a la Iglesia "cuando tantos compañeros nuestros abandonan el ministerio".

El mantenedor leyó los nombres de los cinco diáconos y ocho presbíteros que han hecho sus bodas de plata. Y de los catorce curas que alcanzaron los cincuenta años de ministerio sacerdotal. En los bancos de la izquierda de la Capilla Real, se sentaban las religiosas de la Casa Sacerdotal.

Los visitantes no daban crédito a la interminable procesión de sacerdotes. Todos investidos con alba y casulla y procedentes de la Sacristía de los Cálices. En la catedral se vio a Adolfo Arenas, presidente del Consejo General de Cofradías. La primera en llegar en este Martes Santo era la del Cerro del Águila, una hermandad que inició su estación de penitencia precisamente en el mandato episcopal de Amigo Vallejo.


En la comitiva sacerdotal participaban clérigos de muy distintas generaciones. Había dos pregoneros de Semana Santa (José Luis Peinado e Ignacio Sánchez-Dalp), párrocos de Santa Cruz (Pedro Ybarra) o de Las Letanías (Emilio Calderón), expertos en teatro, como el padre Isaac, o en japonés, como Fernando García Gutiérrez. Un abanico de sacerdotes suficientemente amplio como para desmentir los clichés.

Carlos Amigo dedicó su medio siglo de servicio sacerdotal a los que le han acompañado en su tarea, a estos curas sevillanos de cuna o de adopción de los que conoce sus caras y sabe sus nombres, "puedo preguntarles por cómo va su parroquia o cómo está su madre". 


Volvía a su casa, pero fue un viaje fugaz. "El resto de la Semana Santa lo pasaré en Valladolid", dijo a este periódico.

 Por fin, quien fuera arzobispo de Tánger y de Sevilla lo será de la diócesis en la que nació. "Al obispo lo han mandado a Toledo y hasta el día 17 Valladolid está sin obispo".

Su sucesor, Juan José Asenjo Pelegrina, permanecerá en Sevilla. "El Domingo de Resurrección me iré una semana a Sigüenza para descansar. A dormir, rezar, leer, pasear". A uno y otro les venía como anillo al dedo la cita del Apocalipsis: "Yo soy el que es, el que era y el que viene".


En la misa Crismal se bendicen los óleos que después serán usados en la administración de los sacramentos en todas las parroquias de la diócesis. Una metáfora de la vida, desde el bautismo hasta la unción de enfermos. Un grupo de diáconos fueron a la Capilla de la Antigua a recoger el perfume crismal y tres ánforas, la del crisma y las de los óleos de enfermos y catecúmenos.

El óleo de los enfermos se utiliza para "aliviar la enfermedad y los dolores de los enfermos". En el otro extremo, el óleo de los catecúmenos imita el aceite que se aplicaban los atletas para vigorizar sus músculos y tiene el significado de proporcionar al sacerdote energía suficiente para combatir la fe y rechazar el pecado.

El aceite está en el Antiguo Testamento, en el diluvio universal, en David y en Moisés. Bibliografía fundamental de los óleos para el aceite de oliva, columna vertebral de la dieta mediterránea.

En su homilía, Monseñor Amigo no se olvidó de que estamos en Semana Santa. "Son días de ofrecimientos y promesas. Y la cruz es lo más grande de Cristo". Mucho más que Renacimiento o Barroco, que dorados o bambalinas. "El sacerdote tiene que acompañar en sus heridas las llagas abiertas del que sufre, del que no tiene, del que pasa hambre, del que está hundido en sus pecados".


La Iglesia "no es muro y parapeto", dijo Amigo Vallejo. De hecho, esta ceremonia para sacerdotes -casi uno por los trescientos feligreses contabilizados- no excluyó la comunión "al pueblo". "Si tienes entrañas de pastor, no deben asustarte las espinas. Tienes que identificar la imagen de Jesucristo con los más desfigurados, con los más pobres". Habló de los dos chorros que manan de la fuente de la misericordia: la generosidad y la alegría. "La misericordia no se regatea".