"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
SEÑOR, TÚ LO SABES TODO Y SABES QUE TE AMO
1 Después de esto, se manifestó
Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó
de esta manera.
2 Estaban
juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea,
los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.
3 Simón Pedro
les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.»
Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
4 Cuando ya
amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era
Jesús.
5 Díceles
Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.»
6 El les dijo:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya
no podían arrastrarla por la abundancia de peces.
7 El discípulo
a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido -
pues estaba desnudo - y se lanzó al mar.
8 Los demás discípulos
vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho
de tierra, sino unos doscientos codos.
9 Nada más
saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan.
10 Díceles
Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.»
11 Subió Simón
Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres.
Y, aun siendo tantos, no se rompió la red.
12 Jesús les
dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «
¿Quién eres tú? », sabiendo que era el Señor.
13 Viene
entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.
14 Esta fue ya
la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de
entre los muertos.
15 Después de
haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que
éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús:
«Apacienta mis corderos.»
16 Vuelve a
decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú
sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.»
17 Le dice por
tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le
preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo;
tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.
18 « En verdad,
en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde
querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y
te llevará adonde tú no quieras. »
19 Con esto
indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto,
añadió: «Sígueme.» (Jn. 21, 1-19)
Los discípulos estaban ya en Galilea, como les
ordenó Jesús: “id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea, allí me
verán”. Y efectivamente volvieron a sus faenas de pesca en el lago de
Genesaret. Y, cuando estaban intentando pescar de noche y al amanecer, vieron
su trabajo fallido pues no pescaron nada. Pero Jesús, por tercera vez, se
apareció a ellos a la orilla del lago. Primero, les pidió pescado, pero, no
tenía nada. Y, así les invitó con seguridad que echaran la red a la derecha de
la barca.
Ante la gran cantidad de peces, sus ojos se abrieron hacia ese desconocido:
“¡Es el Señor!”, gritó Juan, el discípulo que intuyo de nuevo la presencia del
Maestro. Pedro, sin tantas luces, fue el primero que se lanzó al agua para
llegar rápido junto al Señor. Mientras, los demás, se acercaban en la barca con
la gran pesca pues no estaban muy lejos, así que todos rodearon a Jesús.
Meditando este Evangelio, a veces, me he preguntado: ¿qué hablarían Pedro y
Jesús, en esos minutos en los que todavía estaban solos, sin la presencia de
los demás?... Es muy seguro que Pedro se llenaría de la presencia del Espíritu
que rodeaba el Cuerpo de Jesús Resucitado. El texto sagrado, sólo nos habla de
que los discípulos vieron unas brasas que asaban un pescado y pan. “Arrastraron
la red llena de peces y se sentaron”. Sólo, la Palabra del Señor, los volvió a
la realidad: “¡Vamos, almorzad!”. Él, tomó el pan y el pescado y se lo
repartió: ¡todos sabían que era el Señor!
Después de comer, Juan nos relata el diálogo sublime de Jesús, con Pedro. Le
pidió por tres veces su amor, porque tres veces antaño, lo había negado por
temor. Y es que, la misión que le encomendaba a Pedro, era inmensa: apacentar
las ovejas del Señor, es decir, ser la Cabeza de este Cuerpo de fieles a Dios
que, es la Iglesia. Él, estaría en lugar de Cristo, transmitiendo fielmente su
Palabra y entregando a los que creen, sus Sacramentos.
La fe y el amor de Pedro a Jesús, ha de ser muy cualificado porque lleva sobre
sí, en su debilidad, una promesa de Jesús: “Yo he rezado por ti Pedro, para que
tu fe no se apague. Y tú cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos”. En la
gracia y la fuerza de Jesús, Pedro será fiel a lo largo de los siglos en la
figura del Papa y de la Iglesia de Jesucristo.
Mas, no sólo le pidió seguir sus mandatos, sino que, le dijo que, le imitara
dando su vida por el rebaño de Cristo: “cuando seas viejo, (es decir, en la
plenitud de tu vida de fe), otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”.
Sabemos que, fue martirizado como Jesús, dando con ello gloria a Dios.
¿Es que nosotros estamos exentos de seguir al Señor hasta dar la vida por los hermanos? ¡Ni mucho menos! Jesús, nos habló también a todos preguntándonos: “¿me amas más que muchos?”. Y esto, no nos fue dicho de una sola vez, sino que, nos lo repite cada día y cada instante de nuestra vida. Y, ¡responderemos como Pedro, rendidos a su amor: “¡sí Señor, tú sabes que te amo!” ¡Qué así sea en nosotros, por tu gran misericordia! ¡Amén! ¡Amén!
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