"Ventana abierta"
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Mons. Víctor Manuel Fernández
El Espíritu Santo nos lleva a adorar al Padre Dios, y le ofende que adoremos las cosas del mundo. Pero sobre todo le ofende que estemos demasiado pendientes de nosotros mismos, como si fuéramos dioses.
Para no sufrir tanto, y para que mis errores y caídas no me paralicen, tengo que reconocer algo: que yo no soy Dios. Para eso, lo mejor es adorar a Dios, el único que merece ser adorado. Yo no puedo pretender la adoración de los demás, ni pretender adorarme a mí mismo. Sólo él es el Absoluto, sin manchas ni imperfecciones. Todos los seres creados de este mundo somos limitados, y es inevitable que cometamos errores. Y aunque no los cometamos, es imposible que todos estén conformes con nuestra forma de ser y de actuar.
Hay muchas cosas que no sabemos, y no podemos medir todas las consecuencias de todos nuestros actos y palabras. Ignoramos todo lo que hay en el corazón de los demás, no podemos enterarnos de todo, y ni siquiera nos conocemos bien a nosotros mismos. Nuestra forma de ser necesariamente tiene límites. Por lo tanto, reconozcamos que no somos dioses, ni podemos serlo. Nuestras capacidades son tremendamente limitadas. Hay que aceptar esto con serenidad y realismo, y destruir el falso ideal de ser absolutamente perfectos.
Es bueno detenerse algunas veces a pedirle al Espíritu Santo esa sencillez que nos ayuda a aceptar nuestros límites con serenidad. Sólo así podemos tratar de mejorar, pero sin obsesionarnos ni entristecernos demasiado por nuestras debilidades.
Los errores pueden darnos la gran sabiduría de la humildad, la bella virtud de la misericordia, la serena paciencia con los errores ajenos, la capacidad de depender de Dios con sencillez, etc.
Así tenemos que amarnos, como somos: como seres limitados llamados a un
permanente crecimiento. Somos una mezcla, una combinación de cosas buenas, de
errores y de nuevas posibilidades de cambio. Tenemos que aceptar y amar esa
combinación que nos proyecta hacia un futuro mejor.
Oración inspirada en la reflexión de Los Cinco Minutos del Espíritu Santo del 10 de mayo
"Espíritu Santo, dulce huésped del alma, ven a enseñarme la humildad verdadera. Ayúdame a reconocer con sinceridad que no soy Dios, que tengo límites, errores y fragilidades, y que eso no me quita dignidad ni valor a tus ojos.
Líbrame de querer ser perfecto en todo, de angustiarme por fallar o por no agradar a todos. Enséñame a vivir con serenidad, aceptando que soy una obra en proceso, que estoy creciendo cada día, y que tú me amas tal como soy, con mis luces y mis sombras.
Espíritu Santo, rompe en mí ese falso orgullo que me lleva a exigirme demasiado, a juzgarme con dureza, a no tenerme paciencia. Dame la gracia de mirar mis caídas con ternura, de abrazar mis límites sin miedo, y de saber que tú puedes hacer maravillas incluso con mi debilidad.
Enséñame a no adorarme a mí mismo, ni a buscar la admiración de los demás, sino a adorarte solo a ti, que eres el único perfecto, el único digno de todo honor y alabanza.
Dame tu sabiduría para transformar mis errores en humildad, mi inseguridad en confianza, mi tristeza en esperanza. Enséñame a vivir con esa paz que nace de saberme amado en medio de mi pequeñez.
Y sobre todo, ayúdame a amar mi realidad tal como es: una mezcla de luces,
sombras y promesas. Porque sé que contigo, Espíritu Santo, siempre hay una
posibilidad de empezar de nuevo.
Amén".
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