"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
ORA, AYUNA Y SIRVE, NO PARA QUE TE VEAN LOS HOMBRES
1 « Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de
lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.
2 Por tanto, cuando hagas
limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las
sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en
verdad os digo que ya reciben su paga.
3 Tú, en cambio, cuando
hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha;
4 así tu limosna quedará en
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
5 « Y cuando oréis, no
seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las
esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad
os digo que ya reciben su paga.
6 Tú, en cambio, cuando
vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu
Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
16 « Cuando ayunéis,
no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que
los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
17 Tú, en cambio, cuando
ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
18 para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. (Mt. 6, 1-6. 16-18)
Si sabemos que estamos en la presencia
de Dios y Él nos contempla siempre, hemos de hacer consciente
que nada escapa a su mirada. Y, si esta mirada sobre
nosotros es benevolente, ¿no nos afanaremos por agradar y hacer el bien a
quien tanto nos ama y pródiga sus cuidados como una madre a quien no se le
escapa ningún movimiento de su pequeño? Esto es devolver bien por el Bien
absoluto que es Dios. Pero nunca seremos justos al rendirle
adoración, porque ÉI es el Creador de todo y nosotros unas
pequeñas criaturas. Mas es un consuelo comprobar que, si todas
nuestras “miniaturas” se las ofrecemos a Dios y nada
queda fuera de ellas, todo “yo” estoy entregado a
todo “Tú”. ¡Esto es nuestro homenaje justo y gracioso!
Y en esta actitud y con el arma de nuestra
adoración, oramos, servimos y nos privamos de lo que nos es superfluo o
innecesario y ¡más de lo que nos puede estar
haciendo daño! Jesús, nuestro Salvador y Modelo, también
oró al Padre-Dios, ¡y qué oración más pura y
amorosa, más entregada del todo a la voluntad
de Dios!: “¡Padre mío, no se haga mi voluntad sino la tuya!”.
Decía el Catecismo: “orar es levantar
el corazón a Dios y pedirle su gracia”. La primera gracia
que Dios nos concede es ponernos en su presencia y escucharle,
hablarle, suplicarle, alabarle por su bondad y adorarle y bendecirle por su
gloria infinita. ¿Y después? ¡Pues que venga lo que viniere según su
beneplácito, porque decir Dios, es recibirle
como Don!...
Y aquí entramos de lleno en la atmósfera
del Espíritu Santo. Él es el Santificador y en este tiempo
fuerte que comenzamos de la Cuaresma, ¿qué otra cosa desea
sino santificarnos, hacernos vivir en la realidad de Dios y
dejar a un lado la vida caduca en la que muchas veces nos vemos sumergidos? ¡No
estamos solos para recorrer este camino de conversión que, a
veces, se nos imagina como intrincado y difícil! ¡No, Él es
el Consolador, el Abogado defensor, el Santificador,
el Entrañable, más profundo que nuestra misma intimidad... ¡Él está
aquí sosteniéndonos, iluminando los entresijos de nuestra
conciencia, a veces tan maltratada por nosotros mismos! Él nos
dice: “¡por aquí, no por donde tú deseas o piensas, sino por
dónde Yo te guío y te curo, te alumbro y te tomo de la mano
y cubro tu corazón de gracia y santidad!”
¡Oh Dios mío, deseo ser tuyo, todo
tuyo, sin otro Dios que Tú, pero sólo tu fuerza puede
desbaratar tantos idolillos que me rodean y parecen perseguirme para que no te
elija sólo a Ti! ¡Quiero lo que tú quieres, ven en mi
auxilio¡. Sé que la Iglesia me ofrece este tiempo fuerte de
la Cuaresma como un regalo para orar más; para entregarme
más y para escuchar más tu Palabra que, como luz, me guía
en el camino de la vida!: “¡Tu Palabra es eterna y no
pasará” y, cuanto más te medite y me entregue
a Ella en actitud obediente, más mi hombre interior se va
divinizando para que en el Día de tu venida Tú me reconozcas como
algo tuyo, como tu hijo querido, en el Hijo!
¡Ven, ven Jesús, ven a mi corazón y llénalo de Ti! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!"
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