"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
EL QUE CUMPLA Y ENSEÑE LA LEY DE DIOS, SERÁ GRANDE
17 « No penséis que he
venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar
cumplimiento.
18 Sí, os lo aseguro: el
cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que
todo suceda.
19 Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ese será grande en el Reino de los Cielos. (Mt. 5, 17-19)
El Antiguo Testamento es como un
río impetuoso, pero, al fin y al cabo, un río que tiene sus límites
en el cauce. Pero, el Agua Viva que circuló antaño por él, en
los Profetas, en la Ley, en los Sabios y los Salmos,
ha desembocado, “cuando llegó el tiempo preparado
por Dios”, en el inmenso Mar
del Nuevo Testamento. “Y llegó la plenitud de los tiempos en que
envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley
para rescatar a los que vivían bajo la Ley”.
La Ley era un yugo que antaño vinculaba
a Dios y a su designio eterno. “Era como un pedagogo
hasta que llegara Cristo”. Pero, ÉI no ha venido
a destruirla sino a darle plenitud. ¿Cómo podemos pensar
que Dios se puede contradecir? ¡Dios es el mismo en
el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento! Su Ley
es santa, porque es Santo el que la
promulgó. Los Diez Mandamientos siguen en pie en la voluntad
de Dios. Pero, no así todas las prescripciones legales
que, muchas veces, añadían al núcleo de la Ley los hombres
devotos de Israel. Todo lo que hacen los hombres, según sus
luces, son cosas de la tierra y ellas no confieren la vida
eterna; pero la Palabra de Dios, en la Ley y
los Profetas, ellas sí que dan la Vida.
Jesús, que viene del cielo, es quien
puede plenificar la Ley antigua porque es Dios.
Así, decía a los judíos: “habéis oído que se dijo: amarás a tu
prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo, amad a
vuestros enemigos y haced el bien a los que os aborrecen…” Este
mandato es impensable para un judío que tenía por norma: “ojo por ojo y
diente por diente”. ¡Pero también es inédito en cualquier religión donde
lo más alto que se custodia es la justicia!.
Pero Jesús, el Hijo de Dios, trae de su Padre
la Ley del Amor. Porque “Dios es Amor”. Y “el
amor, todo lo aguanta, es paciente, todo lo perdona, todo
lo excusa... ¡Y esto sin dañar a la verdad porque también la
verdad es Dios: “Yo soy la Verdad y la Vida!”.
Dios, en Jesús, nos pide
que “sigamos sus huellas”, que por este amor se dejó poner en una
cruz y aún allí siguió amando y perdonando a “los que no sabían
lo que hacían”. ¡Hasta disculpó a los que lo mataban!.
Esta Ley Santa es superior a nuestras escasas fuerzas y luces.
Pero Dios, que sabe esto bien, nos ha dado
su Espíritu Santo que todo lo puede según su plan salvador.
Se entiende ahora por qué Jesús nos
pide con insistencia que “no nos saltemos ni
una tilde de la Ley”, porque si lo
hacemos, lesionaríamos al mismo Dios que es Amor.
¡Señor, haznos salir de la estrechez de la Ley que mata y haznos zambullirnos en tu Ley, la que tú diste plenitud en tu Persona, porque, en imitarte a Ti y seguirte, consiste la santidad que deseas regalarnos: el vivir eternamente a tu derecha, Jesús, ¡en los cielos! ¡No nos abandones en los razonamientos insensatos, juzgando el porqué de tu amor por nosotros! ¡Al contrario, haznos sumergirnos en el mar sin fondo de tu voluntad santa que es la Ley suprema, la del Amor! ¡Que amemos, que te amemos con los gemidos inefables de tu Espíritu Santo y así seremos tus hijos agradecidos y buenos! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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