"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
DOMINGO DE LA ALEGRÍA. DIOS, PERDONA SIEMPRE
1 Todos los publicanos y los
pecadores se acercaban a él para oírle,
2 y los
fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y
come con ellos.»
3 Entonces les
dijo esta parábola.
11 Dijo: «Un
hombre tenía dos hijos;
12 y el menor
de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la hacienda que me
corresponde." Y él les repartió la hacienda.
13 Pocos días
después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde
malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
14 « Cuando
hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar
necesidad.
15 Entonces,
fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus
fincas a apacentar puercos.
16 Y deseaba
llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las
daba.
17 Y entrando
en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en
abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!
18 Me
levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti.
19 Ya no
merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros."
20 Y,
levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía lejos, le vio su padre
y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.
21 El hijo le
dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado
hijo tuyo."
22 Pero el
padre dijo a sus siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle,
ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies.
23 Traed el
novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,
24 porque este
hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido
hallado." Y comenzaron la fiesta.
25 « Su hijo
mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la
música y las danzas;
26 y llamando a
uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
27 El le dijo:
"Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha
recobrado sano."
28 El se irritó
y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba.
29 Pero él
replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de
cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta
con mis amigos;
30 y ¡ahora que
ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has
matado para él el novillo cebado!"
31 « Pero él le
dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo;
32 pero
convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba
muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.”»
La Iglesia, que es madre y sabe ofrecer a sus
hijos lo que más les conviene, pone en este domingo IV de Cuaresma para nuestra
meditación y oración, la “parábola del hijo pródigo”. Muchos comentaristas
dicen que, más que “parábola del hijo perdido”, tendría que llamarse “parábola
del Padre misericordioso”, pues el protagonista es el Padre y no los dos hijos
pecadores.
Se la ha llamado también “la perla preciosa de la Evangelio de san Lucas”
porque en ella resplandece, hasta cegarnos los ojos del alma, la misericordia y
compasión de Dios hacia el hombre caído, es decir, el hombre pecador. Porque
Dios “no lleva cuentas del mal”, perdona todo pecado cuando ve en el hombre un
sincero arrepentimiento y dolor del mal cometido. Y es capaz de abrazar y hacer
fiesta ante un pecador que le duele haberse portado así ante un Padre que es
todo amor y bondad sin límites.
Los personajes de la parábola están magistralmente caracterizados. El Padre, es
Dios que es todo amor y lo manifiesta en todas sus actitudes: de lejos ve al
hijo miserable y corre hacia él para acogerlo en su regazo, mezclando su pureza
con los vestidos sucios y malolientes del hijo que regresa pidiendo compasión
inmerecida; le devuelve su dignidad, vistiéndolo con una túnica y manto limpios
y nuevos; le pone el anillo en el dedo para recordarle que no es esclavo sino
hijo y señor de nuevo en su casa. Y, por fin, hace fiesta con manjares
suculentos en las mejores viandas y cantos y bailes...
¿Y el hijo menor? Ese somos nosotros, hijos indolentes ante nuestro Creador
que, sin mérito alguno nuestro, quiso crearnos y darnos una vida a su imagen y
semejanza. Pero el pecado que se nos pega como una segunda piel, nos hace
ingratos y descarados: exigimos lo que nos fue dado como regalo sin haberlo
trabajado ni sudado... Pero, como el pecado siempre nos sumerge en la muerte en
vida, Dios no interrumpe este proceso de conversión que se produce en nuestra
alma. Y vamos poco a poco reconociendo de dónde hemos caído. Dios, allí, nos
está esperando y no nos deja sumergirnos en un mal mayor que es la
desesperación. Y su Espíritu Santo nos crea un estado de humildad en el que nos
lleva de la mano a desandar el camino que nos alejó del Padre y de su casa que,
no es otra cosa que, el Amor.
¡Oh, Señor Jesús, que leamos y meditemos muchas veces está parábola que nos habla de la ternura de tu Corazón! ¡Qué la aprendamos de memoria hasta que abra brecha en nuestra alma que, muchas veces, no está blanda y receptiva para acoger con gratitud tu Palabra! ¡No nos abandones entre nuestras algarrobas y los cerdos, pues ellos sólo nos recuerdan que somos unos ingratos pecadores! ¡Sácanos de nuestra miseria y, ya limpios y purificados, seremos alabanza de tu gloria eternamente! ¡Padre mío, nunca cierres los brazos de tu misericordia a quien, sabiéndose hijo, desea con todo su ser volver a la filiación y a la amistad e intimidad contigo! ¡Qué así sea, mi Padre Dios! ¡Amén! ¡Amén!
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