"Ventana abierta"
LA ENTREGA Y ACOGIDA ENTRE ESPOSOS
Rosario García Naranjo
El amor conyugal es correspondencia entre los esposos. Uno no puede ser, en solitario y a la vez, el don y su acogida. El cónyuge que se entrega sin ser acogido, se desanima y decepciona. y el que está dispuesto a acoger a quien jamás se le entrega, se desencanta y desespera. El precio de estas faltas de correspondencia es la soledad y la crisis del amor.
COMENTARIO
El amor conyugal, como todo amor, es correspondencia. Como en el tenis, por poner un ejemplo, un jugador no puede estar en los dos lados de la cancha, sacando y devolviendo su propio saque, porque es un juego entre dos, no un solitario de uno consigo mismo. A veces, en la vida conyugal, hay un jugador que se ausenta de la cancha demasiadas veces, y espera que el otro se encargue de todo el juego.
La vida matrimonial no consiste en estabilizar situaciones en que sólo uno de los cónyuges es el único que se entrega y el único que acoge, mientras el otro se aprovecha de esta situación, vegeta en la completa pasividad, se convierte en una mochila cargada de piedras en las espaldas de su cónyuge, y se dedica a sestear esperando que el otro, por su amor y bondad, siga encargándose de todo el matrimonio. Estas situaciones son, por definición, una injusticia radical que pudre tanto al generoso como al caradura.
Santiago y Rosa tienen 2 hijos. Rosa trabaja a medio tiempo en una oficina y atiende las tareas de la casa y a sus hijos. Santiago llega a casa del trabajo, juega un rato con los chicos y se pone a ver televisión –es su descanso luego del trabajo–. No ayuda en las tareas del hogar ni tampoco ayuda mucho en atender a los chicos. Los fines de semana es Rosa quien se encarga de llevar a los chicos a pasear o a los cumpleaños para que Santiago pueda descansar. Emilia es amiga de Rosa y le pregunta por qué no pide más ayuda a Santiago. Rosa responde: “porque me da pena verlo cansado, quiero que esté bien”. Emilia conversa con ella: “está bien que quieras a Santiago y que te preocupes por él, pero los hijos son de los dos y la casa es de los dos y tú también eres un ser humano y te cansas, no eres de fierro* (persona valiente, bragada, temeraria). Aprende a pedir a Alfredo, que es una manera de enseñarle a dar. Él no sabe ver más allá de su comodidad, no te ve a ti, a tus necesidades, no ve a sus hijos, a la necesidad que cada uno de ellos tienen de compartir con su papá los fines de semana. Tienes que enseñarle”.
Ni siquiera desde la mejor intención, un matrimonio deja de ser cosa de dos y unidos, para convertirse en empresa solitaria de uno consigo mismo. Sí, incluso una buena intención puede ser necia y conducir un matrimonio al desastre, excuso decir cuando hay malicia en sestear mientras, sin corresponder y compartir, se obliga y chantajea al otro cónyuge a responsabilizarse de todo. El precio de estos abusos es la crisis del matrimonio. Encubierta y disimulada, o manifiesta y pública.
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