"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García. S.J.
UNOS DISCÍPULOS TORPES, MIEDOSOS Y AMBICIOSOS
José Luis Sicre Díaz
Domingo 25. Ciclo B.
La confesión de Pedro («Tú eres el Mesías»),
que leímos el domingo pasado, marca el final de la primera parte del evangelio
de Marcos. La segunda parte se estructura a partir de un triple anuncio de
Jesús de su muerte y resurrección; a los tres anuncios siguen tres relatos que
ponen de relieve la incomprensión de los discípulos. El domingo pasado leímos
el primer anuncio y la reacción de Pedro, que rechaza la idea del sufrimiento y
la muerte. Hoy leemos el segundo anuncio, seguido de la incomprensión de todos.
Segundo anuncio de la pasión y resurrección
La actividad de Jesús entra en una nueva etapa:
sigue recorriendo Galilea, pero no se dedica a anunciar a la gente la buena
nueva, se centra en la formación de los discípulos. Y la primera lección que
les enseña no es materia nueva, sino repetición de algo ya dicho; de forma más
breve: ««El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo
matarán y, después de muerto, a los tres días resucitará». En comparación con
el primer anuncio, aquí no concreta quiénes serán los adversarios; en vez de
sumos sacerdotes, escribas y senadores habla simplemente de «los hombres».
Tampoco menciona las injurias y sufrimientos. Todo se centra en el binomio
muerte-resurrección. Para quienes estamos acostumbrados a relacionar la pasión
y resurrección con la Semana Santa, es importante recordar que Jesús las tiene
presentes durante toda su vida. Para Jesús cada día es Viernes Santo y Domingo
de Resurrección.
Segunda muestra de incomprensión
Al primer anuncio, Pedro reaccionó reprendiendo
a Jesús, y se ganó una dura reprimenda. No es raro que ahora todos callen,
aunque siguen sin entender a Jesús: «ellos no entendían lo que les decían y
temían preguntarle» (Mc 9,32). Marcos es el evangelista que más subraya la
incomprensión de los discípulos, lo cual no deja de ser un consuelo para cuando
no entendemos las cosas que Jesús dice y hace, o los misterios que la vida nos
depara. Quien presume de entender a Jesús demuestra que no es muy
listo.
La prueba más clara de que los discípulos no
han entendido nada es que en el camino hacia Cafarnaúm se dedican a discutir
sobre quién es el más importante. Mejor dicho, han entendido algo. Porque,
cuando Jesús les pregunta de qué hablaban por el camino, se callan; les
da vergüenza reconocer que el tema de su conversación está en contra
de lo que Jesús acaba de decirles sobre su muerte y resurrección.
Una enseñanza breve y una acción simbólica nada
romántica
La discusión sobre el más importante supone, en
el fondo, un desprecio al menos importante. Jesús va a dar una
nueva lección a sus discípulos, de forma solemne. No les habla, sin más. Se
sienta, llama a los doce, y les dice algo revolucionario en comparación con la
doctrina de Qumrán: «El que quiera ser el primero que sea el último y el
servidor de todos».
Para comprender la discusión de los discípulos
y el carácter revolucionario de la postura de Jesús conviene recordar la
práctica de Qumrán. En aquella comunidad se prescribe lo siguiente: «Los
sacerdotes marcharán los primeros conforme al orden de su
llamada. Después de ellos seguirán los levitas y el pueblo
entero marchará en tercer lugar (...) Que todo israelita
conozca su puesto de servicio en la comunidad de Dios, conforme al plan eterno.
Que nadie baje del lugar que ocupa, ni tampoco se eleve sobre el puesto que le
corresponde» (Regla de la Congregación II, 19-23).
Este carácter jerarquizado de
Qumrán se advierte en otro pasaje a propósito de las reuniones: «Estando ya
todos en su sitio, que se sienten primero los
sacerdotes; en segundo lugar, los ancianos; en tercer lugar,
el resto del pueblo. Cada uno en su sitio» (VI, 8-9).
A continuación, realiza un gesto
simbólico, al estilo de los antiguos profetas: toma a un niño, y lo
estrecha entre sus brazos. Alguno podría interpretar esto como un gesto
romántico, pero las palabras que pronuncia Jesús van en una línea muy distinta:
«El que acoge a uno de estos pequeños en mi nombre me acoge a mí; y el que me
acoge a mí, no es a mí a quien acoge, sino al que me ha enviado a mí». Jesús no
anima a ser cariñosos con los niños, sino a recibirlos en su nombre, a
acogerlos en la comunidad cristiana. Y esto es tan revolucionario como lo
anterior sobre la grandeza y servicio.
El grupo religioso más estimado en Israel, que
curiosamente no aparece en los evangelios, era el de los esenios. Pero no
admitían a los niños. Filón de Alejandría, en su Apología de los
hebreos, dice que «entre los esenios no hay niños, ni adolescentes, ni
jóvenes, porque el carácter de esta edad es inconsistente e inclinado a las
novedades a causa de su falta de madurez. Hay, por el contrario, hombres
maduros, cercanos ya a la vejez, no dominados ya por los cambios del cuerpo ni
arrastrados por las pasiones, más bien en plena posesión de la verdadera y
única libertad».
El rabí Dosa ben Arkinos tampoco mostraba gran
estima de los niños: «El sueño de la mañana, el vino del mediodía, la charla
con los niños y el demorarse en los lugares donde se reúne el vulgo sacan al
hombre del mundo» (Abot, 3,14).
En cambio, Jesús dice que quien los acoge en su
nombre lo acoge a él, y, a
través de él, al Padre. No se puede decir algo más grande de los niños. En
ningún otro sitio del evangelio dice Jesús que quien acoge a una persona
importante lo acoge a él. Es posible que este episodio, además de servir de
ejemplo a los discípulos, intentase justificar la presencia de los niños en las
asambleas cristianas (aunque a veces se comporten de forma algo insoportable).
1ª Lectura: ¿Por qué algunos
quieren matar a Jesús? (Sabiduría 2,12.17-20)
En el evangelio Jesús anuncia que «el Hijo del
hombre será entregado en manos de los hombres». ¿Por qué? No lo dice. Este
texto del libro de la Sabiduría ayuda a comprenderlo.
2ª lectura: envidias, peleas,
luchas y conflictos (Carta de Santiago 3,16-4,3)
Esta lectura puede ponerse en relación con la
segunda parte del evangelio. En este caso no se trata de discutir quien es el
mayor o el más importante, sino de las peleas que surgen dentro de la comunidad
cristiana, que el autor de la carta atribuye al deseo de placer, la codicia y
la ambición. Cuando no se consigue lo que se desea, la insatisfacción lleva a
toda clase de conflictos.
P. Leonardo:
1. No sé dónde he leído esta simpática historia:
“Oración de un pobre: Señor, si me van bien las cosas, normal.
Si me vienen regular, dame sabiduría para ir sorteando los
obstáculos. Y…si me van mal… ¡ni se te ocurra!”
2. Pues pasamos por los tres estadios de recorrido
obligados…Inevitables.
3. El tercer tramo, que llega acuciante, se
presenta con frecuencia, nos molesta y con todas las veras le suplicamos
a Dios que nos libere de esas situaciones. Aunque olvidemos fijarnos en
el primero para agradecer y el segundo para pedir luz
al Espíritu Santo.
4. Desenmascara el corazón de aquellos discípulos:
en el fondo eran ambiciosos. Ese camino no vale.
5. Servir, servir es el camino concreto, Para ello
no hay edad, cualidades, salud, inteligencia o puesto en la vida que no
sean una oportunidad a la mano. San Ignacio decía simplificando: en todo amar y
servir. Aunque sabemos que esa postura es la cruz de cada día.
Detrás de ella viene la gloria, la íntima felicidad, el premio de Dios Padre.
6. Seguir bien a Jesús, lleva un camino serio, comprometido con el Reino (paz, amor, justicia, libertad y verdad) con una cruz incorporada a ello, pero con un luminoso horizonte.
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