"Ventana abierta"
Amahal era un niño muy inteligente. Tenía unos grandes ojos negros, pero su mirada era tristona. Vivía con su madre en una choza porque eran muy pobres.
Amahal no estaba apenado porque fueran pobres; lo que le entristecía era que no podía correr, saltar, y jugar como sus amigos porque era cojito.
Su madre, cuando le veía caminar como un pollito con el ala rota, lloraba. Entonces, Amahal la abrazaba muy fuerte y le llenaba la cara de besos.
Cuando veía a su madre tan triste, Amahal cogía la flauta, se sentaba a sus pies y tocaba bellas canciones que le mecían el corazón.
Su madre cerraba los ojos: decía que el sonido de la flauta parecía el canto de un ruiseñor. Al acabar, se abrazaban tiernamente, olvidaban las penas y se sentían felices.
Una noche Amahal contemplaba la luna de enero, que siempre brilla de forma misteriosa. De repente, el cielo quedó todo iluminado: una gran estrella resplandeciente se abría camino.
Y... entre nubes de nácar rosado y polvo de plata, camina que camina, avanzaban tres personajes misteriosos; al frente, la estrella les guiaba.
Los tres señores se detuvieron en casa de Amahal. Su madre se asustó, pero ellos la tranquilizaron. Seguían aquella estrella para encontrar a un niño pequeño que todo el mundo esperaba.
Amahal sacó la cabeza por detrás de su madre con expresión maravillada. Entonces, pidió al señor de la barba blanca y acaracolada que le dejase ir con ellos. Él también quería ver al Niño.
Su madre le recordó que sin muletas no podía caminar, pero un señor de aquellos bajó del camello se colocó delante de ella y le puso en sus manos su corona de oro, diciendo:
-Somos los Reyes de Oriente. Traemos regalos para el Niño Jesús y para todos los niños que sufren. Amahal no sabía qué le pasaba, estaba como en un sueño.
Uno de los tres Reyes, de piel muy negra y ojos bondadosos, vestido con un turbante de colores entretejidos con sedas de oro y plata, lo sacó de su encantamiento y le ordenó:
-Amahal, coge tus muletas y ven con nosotros. ¡Date prisa Amahal! Y el niño arrancó a correr y apareció delante de los Reyes. La madre no se lo podía creer.
¡Eso sí que era un gran regalo! ¡Amahal andaba! -¡Voy con vosotros! -exclamó- cogiendo la flauta. Y dicen que tocó durante todo las más bellas canciones del mundo.
Amahal tocó su última melodía y dejó la flauta a los pies del Niño. Los tres Reyes también le ofrecieron sus regalos: oro, incienzo y mirra. La Virgen les miraba con unos ojos como estrellas.
Por los caminos del cielo, entre neblinas nacaradas de oro y plata, paso a paso, los tres Reyes desaparecieron; mientras, la flauta de Amahal todavía sonaba.
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