"Ventana abierta"
Érase una vez un rey que tenía tres hijos el primero y el segundo eran unos testarudos, pero el pequeño era un buenazo y por eso sus hermanos lo trataban de bobo.
Un día los dos hijos mayores decidieron irse a ver mundo. Por todas partes hacían maldades y claro, tenían miedo de que el rey los castigara así que no volvieron al palacio.
El rey lloraba porque sus hijos no volvían, hasta que un día Simplicio, que era el pequeño, dijo que iría a buscarlos. El rey lo abrazó muy fuerte y el chico se puso en camino enseguida.
Después de muchos días los encontró. De regreso al palacio, se encontraron un hormiguero. -¡Vamos a aplastarlo! -dijo el hermano mayor. -¡No! -gritó el pequeño-. ¡No os dejaré hacerlo!
Pasaron cerca de un lago donde unos patos se chapuzaban en el agua clara. Dijo el segundo: -¡Vamos a cogerlos! ¡Los asaremos! -¡No! -repitió Simplicio-. ¡No os voy a dejar!
Siguieron andando y encontraron un nido de abejas. El mayor quería prenderle fuego. - ¡Ya veréis cómo huyen asustadas! - ¡No! -gritó Simplicio-. ¡No os voy a dejar!
Al final se pararon delante de un gran castillo encantado. Como eran muy atrevidos, entraron sin miedo. ¡Qué misterio! Personas, animales y árboles se habían convertido en piedra.
De repente, apareció un viejo muy raro. Si queréis desencantar el castillo -les dijo-, tendréis que pasar tres pruebas. La primera, es hallar mil perlas que ha perdido una princesa.
La segunda, bajar hasta el fondo del lago y encontrar la llave de la habitación donde duermen tres princesas idénticas. La tercera, adivinar cuál es la más joven y bondadosa.
Si no lo hacéis bien os convertiréis en piedra. Quien lo consiga se casará con la joven princesita, desencantará el castillo y será el heredero del reino. Luego el viejo desapareció.
El hermano mayor salió a buscar las perlas que la princesa había perdido. No las encontró y se convirtió en piedra. El mediano solo encontró un puñado, y también se convirtió en piedra.
Ahora le tocaba al pequeño, que se puso muy triste porque la prueba era muy difícil. Pero como antes él había salvado la vida a las hormigas, ellas le encontraron las mil perlas.
Después, como también había salvado la vida a los patos, ellos le llevaron la llave que estaba en el lago. Y en la prueba más difícil le ayudó la reina de las abejas.
El muchacho entró en la habitación donde dormían las tres doncellas. No sabía a cuál escoger. Pero resulta que la más joven, antes de dormirse, había comido un poco de miel.
De pronto, se oyó un zumbido. Por la ventana entró la reina de las abejas. Voló un ratito cerca de una de las princesas y se paró delicadamente encima de sus labios de rosa.
Entonces el chico besó a la princesa. En ese instante se rompió el hechizo del castillo y de los dos hermanos. Simplicio fue rey y se casó con la doncella de los labios de rosa.
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