"Ventana abierta"
LA CONFESIÓN COMO TERAPIA
Web católico de Javier Olivares
Conocí a un personaje
con un cargo importante. Un poco cegato de ojos y de mente. Se levantaba por
las mañanas, entraba en la empresa y empezaba a dar cornadas – disposiciones y
órdenes- a diestro y siniestro. De pronto, veía a uno con las tripas fuera:
Juan, ¿qué te pasa?
¿Que qué me pasa? Respondía Juan, que me acabas de dar una
"corná".
¿Quéee, cómooo, yooo? El tal personaje no sabía lo que hacía,
pero tenía una rara virtud: Ante Dios y ante los hombres sabía pedir perdón y
reparar los desperfectos. Igualmente, los cristianos, el pueblo de Dios hace
tiempo que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen; y les cuesta mucho, muchísimo
pedir perdón y reparar. Jesús sabía de qué barro estamos hechos cuando suplicó:
"Padre perdónalos porque no saben lo que hacen".
Una de las funciones esenciales del sacerdote es perdonar
¡siempre! los pecados, y perdonarlos a través de la confesión. En el Catecismo
de la Iglesia Católica se sigue recomendando vivamente el sacramento de la
penitencia. Un verdadero milagro de amor. ¿Por qué nos confesamos tan poco hoy?
Sin embargo, no suele oírse advertir a las muchedumbres que se acercan a
comulgar sobre el grave pecado de hacerlo en pecado mortal.
Hace poco, tras una reunión de niños con el Papa una niña le
preguntó: ¿Por qué hay que confesarse frecuentemente? El Papa le respondió: Y
¿por qué barre y limpia la casa tu mamá todos los días? Aunque tenga poco polvo
y suciedad, la limpia, sin esperar a que la casa llegue a oler mal o esté tan
desordenada que se convierta en una pocilga. Como el polvo, las pequeñas
ofensas ensucian el alma y las relaciones con Dios, y poco a poco esta
suciedad, si no la eliminamos, nos acarreará serios disgustos.
Muchos religiosos y laicos tienen la norma de confesarse
todas las semanas, pero ¿de qué pecados? de los que nunca nos confesamos, del
primero y principal de todos los mandamientos: De amar a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a ti mismo. Así:
El buen hijo nunca miente, roba, maltrata u ofende de
cualquier otra forma a su Padre, pero el Padre no se conforma con eso, quiere
ser amado, que se le trate con cariño, que le obedezcamos, que nos acordemos de
su cumpleaños o determinadas fechas importantes, le ayudemos o aliviemos en su
trabajo, tengamos un detalle de vez en cuando, mantengamos conversaciones con él…
Además, Cristo dijo: “El que me ama es el que cumple mis mandamientos”
Hay otras muchas cosas de las que tampoco se nos ocurre
confesarnos ni pedir perdón:
a) De no hacer nuestros trabajos con la mayor perfección posible, de las
chapuzas…
b) De conducir peligrosamente o con dos copas de más, siendo
un grave peligro para los demás prójimos además de para sí mismo).
c) De perder nuestro tiempo y hacérselo perder a los demás,
una forma de robo como otra cualquiera.
d) De no hacer la vida amable a los que nos rodean gruñendo,
criticando, murmurando siempre, sin decir una palabra de estímulo o amable a
nadie; cosas que no matan pero hacen la vida triste.
e) De no agradecer nunca la comida con una palabra cariñosa a
quien nos la ha preparado.
f) De no ayudar en las tareas de la casa, de maltratar a los
inferiores, de no apagar la TV ante un programa peligroso para el alma, de no
ayudar a los necesitados (a veces cercanos a nosotros); ni dar un euro para los
afectados por terremotos, incendios, inundaciones……
g) Pedir perdón en cuanto “metemos la patita” que es una
forma inteligente de terminar rápidamente con discusiones y malentendidos.
Muy duro es pedir perdón a los hombres y muy grave para los
cristianos no hacerlo ante Dios. Y sin pedir perdón y perdonar, no hay, ni
habrá nunca paz. Especialmente, hemos olvidado los pecados de omisión: “Todo lo
bueno que pudimos hacer y no hicimos”. Los gobernantes, no sólo los políticos,
nos dicen siempre lo que han hecho bien, los gobernados o la oposición lo que
hicieron mal; pero ninguno nos dice nunca lo que tenían que haber hecho y no
hicieron. En la mayoría de estos casos, los temas más importantes.
Por otra parte, en estos días en que tantas personas andan
agobiadas por depresiones, y/o ansiosas de paz y equilibrio espiritual, pocas
terapias encontrarán tan gratificantes como una confesión bien hecha. Solo
tiene un defecto: ¡ES GRATIS!
Extracto de un
artículo de Alejo Fernández Pérez
Unas palabras del Papa Francisco sobre la confesión
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está centrada en el sacramento de la
Reconciliación. Este sacramento brota directamente del Misterio Pascual. Jesús
Resucitado se apareció a sus apóstoles y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo,
a quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados». Así pues, el perdón
de los pecados no es fruto de nuestro esfuerzo personal, sino un regalo, don
del Espíritu Santo que nos purifica con la misericordia y la gracia del Padre.
La Confesión, que se realiza de forma personal y privada, no
debe hacernos olvidar su carácter eclesial. En la comunidad cristiana es donde
se hace presente el Espíritu Santo, que renueva los corazones en el amor de
Dios y une a todos los hermanos en un solo corazón, en Jesucristo. Por eso, no
basta pedir perdón al Señor interiormente; es necesario confesar con humildad
los propios pecados ante el sacerdote, que es nuestro hermano, representa a
Dios y a la Iglesia.
El ministerio de la Reconciliación es un auténtico tesoro, que en ocasiones
corremos el peligro de olvidar, por pereza o por vergüenza, pero sobre todo por
haber perdido el sentido del pecado, que en el fondo es la pérdida del sentido
de Dios. En cambio, cuando nos dejamos reconciliar por Jesús, encontramos la
paz verdadera.
"No hay que tener miedo de la confesión. Uno, cuando
entra al confesionario, siente tantas cosas, incluso vergüenza. Pero después se
siente libre, grande, hermoso, perdonado”
"Pero 'padre, me da vergüenza'. También la vergüenza es
buena. Es saludable sentir un poco de vergüenza. La vergüenza es saludable.
Cuando una persona no siente vergüenza, en mi país, se dice que es un
'sinvergüenza', un sinvergüenza”.
Luego pidió a las más de 20.000 personas presentes en la plaza que recordaran cuándo fue la última vez que se confesaron: Quizá hace semanas, meses o años. Por eso Francisco dijo que el tiempo apremia."Cada uno de vosotros debería preguntarse: ¿Cuándo fue la última vez que me confesé? Si pasó mucho tiempo, entonces no pierdas ni un día más. ¡Adelante!”.
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