"Ventana abierta"
HOY
Web católico de Javier Olivares
Quien se sabe hijo de
Dios, no debe de tener temor alguno en su vida. Dios conoce mejor nuestras
necesidades reales, es más fuerte que nosotros y es nuestro Padre. Debemos de
hacer como aquel niño que, en medio de la tempestad, permanecía en sus juegos,
mientras que los marineros temían por sus vidas; era el hijo del patrón del
barco. Cuando al desembarcar le preguntaron cómo pudo estar tan tranquilo en
medio de aquel mar embravecido, mientras ellos estaban espantados, respondió:
¿temer?, ¡pero si el timón estaba en manos de mi padre!
Cuando tratamos de identificar nuestra voluntad con la
voluntad de Dios, el timón de la vida lo lleva Él, que conoce bien el rumbo que
nos conduce al puerto seguro. Cuando el hombre está viviendo según el plan de
Dios no tiene necesidad de preocuparse por su vida, ni por su casa, ni por
cualquier cosa que le pertenezca.
¡No miremos nuestra propia fe; miremos la fidelidad de Dios!
¡No miremos las circunstancias a nuestro alrededor, sigamos mirando los
recursos del Dios infinito! Lo único que debe preocupar al hombre en esta vida
es si está trabajando según el plan de Dios, si está haciendo la obra de Dios;
y si es así, todo el cuidado de las demás cosas está en las manos de Dios.
"Así que no os afanéis por el día de mañana, porque el
día de mañana traerá su propio afán. Basta a cada día su propio mal."
Hay dos días preciosos en la semana en los cuales y por los
cuales nunca me preocupo:
Uno de esos días es Ayer; ayer, con sus penas y dolores, con
todas sus faltas, errores y desaciertos, ha pasado para siempre. No puedo
deshacer nada de lo que hice, ni anular una sola palabra que pronuncié. Todo lo
errado, lamentable y triste de mi vida que en él hay, está en las manos del
Amor Poderoso de mi Dios. A excepción de los recuerdos hermosos, dulces y
tiernos, que perduran dentro de mi corazón por el día que se fue, no tengo nada
que ver con Ayer. ¡Fue mío! ¡Es de Dios!
Y el otro día por el que no me preocupo es Mañana; mañana,
con todas sus posibles adversidades, sus cargas, sus peligros, su gran promesa
y su comportamiento deficiente, sus fracasos y errores, está tan fuera de
mi dominio como Ayer. Es un día que pertenece a Dios. Su sol saldrá con rosado
esplendor, o tras una máscara de nubes llorosas, pero saldrá. Hasta entonces,
el mismo Amor y la misma Paciencia que sostuvieron Ayer, sostienen Mañana. A
excepción de la estrella de esperanza que fulgura siempre sobre la cumbre de
Mañana, y que ilumina con tierna promesa el corazón de Hoy, no tengo ninguna
posesión en ese día de gracia que no ha nacido. Todo lo demás está bajo el
cuidado seguro del Amor Infinito que es más alto que la estrellas, más vasto
que los cielos, más profundo que los mares. ¡Mañana es el día de Dios! ¡Será
mío!
Lo que me queda a mí entonces es nada más que un día en la
semana, Hoy. ¡Cualquier hombre puede pelear las batallas de hoy! ¡Cualquier mujer
puede llevar las cargas de un solo día! ¡Cualquier hombre puede resistir las
tentaciones de hoy! Oh, amigos, cuando nosotros obstinadamente añadimos las
cargas de esas dos eternidades horribles, Ayer y Mañana, cargas que sólo el
Dios Todopoderoso puede sostener, es entonces que nos debilitamos. No es la
experiencia de Hoy la que enloquece a los hombres. Es el remordimiento por algo
que sucedió Ayer y el temor de lo que Mañana nos puede revelar.
¡Estos Días pertenecen a Dios! ¡Dejémoselos a Él!
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