"Ventana abierta"
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Mons. Víctor Manuel Fernández
Digamos una vez más
que los santos son una alabanza al Espíritu Santo, porque nadie puede ser santo
sin la gracia del Espíritu. Él, con su gracia, nos hace parecidos a Jesús. Eso
está muy claro en San Francisco de Asís, a quien recordamos hoy.
El pobre de Asís es uno de los santos que mejor reflejan la pobreza, la alegría
y el amor fraterno de Jesús. Pero la hermosura de su corazón podría expresarse
sintéticamente como apertura. Todo lo existente era objeto de su amor, de su
admiración o de su compasión fraterna, y por eso le cantaba a Dios por la
"hermana luna", el "hermano fuego", la "hermana
hierba". Así vemos cómo el Espíritu Santo no nos encierra en nosotros
mismos, sino que nos pone en comunión fraterna con la realidad.
Su corazón pacificado no se resistía ni se llenaba de tensiones ante las
contrariedades de la vida o de la naturaleza, sino que reaccionaba con un
espíritu de feliz aceptación. Eso lo convertía en un modelo de permanente
alegría.
Su mirada de amor cautivaba y exhortaba a vivir de otra manera. No necesitaba
insistir ni presionar a los demás para obtener una respuesta generosa. Servía
con sencillez el banquete del Evangelio que atrae por sí mismo, por su propia
hermosura. Movido por el Espíritu Santo, Francisco salía permanentemente de sí
mismo para adorar, para reconocer la belleza de las cosas, para servir con
humildad a quien lo necesitara, para perdonar a quien lo ofendía. Su pequeña
existencia, por estar completamente apoyada en el "altísimo y buen
Señor", era una inestimable combinación de ternura y de vigor.
Su mensaje y la belleza de su testimonio provocaban conversión y reconciliación fraterna por donde pasaba. El beso que dio a un leproso refleja su capacidad de mirar a los demás con la mirada de Dios. Y el Espíritu Santo lo identificó tanto con Cristo, que le regaló las llagas que recibió en las manos, en el maravilloso encuentro con Jesús que vivió en el monte Alvernia. Es bello dejarse transformar por el Espíritu Santo de esa manera, porque mientras más nos parecemos a Jesús, más alegría podemos experimentar en la vida. Invoquemos al Espíritu Santo para que podamos vivir esa transformación.
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