"Ventana abierta"
ÁNGELUS
VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA MADRE DE DIOS
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MUERTE DE JOAQUÍN. -MUERTE DE ANA. -ENTIERROS ENTRE LOS JUDÍOS. -ORFANDAD DE MARÍA. -EL CASAMIENTO ENTRE LOS JUDÍOS. -CASAMIENTO DE MARÍA Y EL PATRIARCA SAN JOSÉ. -EDAD DE AMBOS ESPOSOS.
II
Y aun cuando ajeno a la narración de la vida de María, aun cuando pudiera parecer impertinente, diremos cuatro palabras sobre el duelo y entierro entre los judíos, punto que para muchos puede ser desconocido, y al relatarlo daremos a conocer en éste y otros extremos la vida y costumbres de aquel pueblo, lo cual explicará mejor algunos episodios de la relación, hallándose de esta suerte la conexión y enlace necesario entre las costumbres y relatos de los hechos y vida particular de la Santa Señora.
Entregada su alma por el padre de María, resonó la habitación con gritos y profundos gemidos de dolor, según práctica, las mujeres se golpeaban los senos arrancándose los cabellos, y los hombres, en medio de los sollozos, cubrían sus cabezas con ceniza, desgarrándose las vestiduras y llenándose de arañazos el rostro. Abriéronse inmediatamente todas las ventanas de la casa y encendióse junto al cadáver la lámpara funeraria de bronce, de manera que iluminase el rostro del difunto. Hecho esto, entregaron el cuerpo a los que debían lavarle y envolver en los sudarios. Para los judíos el cadáver se presentaba ante su consideración como un germen de futura vida en un nuevo cuerpo que vendrá con seguridad en el día de la resurrección de la carne.
Una mortaja envolvía el cuerpo, y el sudario los cubría, la mirra y el incienso entraban por mucho en la purificación por los aromas del cadáver, y el áloe que servía para perfumarlos. Como deber de los hijos, la Virgen cerró los ojos a su padre y ató los pies con redobladas cintas: rocióle con los aromas y perfumes citados, prescritos por las leyes mosaicas, y cubierto con el sudario fue colocado el cuerpo en el ataúd. Pasadas las horas prescritas, los amigos llevaban en hombros el cadáver, y los parientes pronunciaban lamentaciones y gemidos atronadores con gritos de dolor, dejábanse caer en el suelo hasta producirse heridas, que cuanto más duradera fuese su cicatrización, mejor demostraban el dolor.
El aparato litúrgico en los entierros era muy sencillo, cuando más el Gran Sacerdote pronunciaba alguna oración fúnebre. Los sepulcros estaban fuera de las poblaciones y eran propiedad del difunto: a la tumba servía de abrigo alguna cueva que permitiese la entrada a la familia, pues las gentes profanas a ella, es decir, fuera de parentesco, no podían acercarse, ni menos tocarlas con sus cuerpos, sin que estos, por este solo contacto, no quedasen impuros.
Las leyes judías prescribían la indispensable asistencia de flautistas a los entierros, y al de Joaquín asistieron, como cumplidora exacta que era la familia de las leyes de su pueblo. En el acto tocaban sentidas composiciones, interrumpidas por las plañideras oficiales, que entonaban después de los llantos, tristes composiciones poéticas. El duelo duraba seis semanas, y durante ellas celebrábanse los banquetes con que los amigos de la familia demostraban su dolor obsequiando a los parientes del difunto. El pan de los enlutados, denomina Oseas a estos tristes banquetes, y Samuel, en el capítulo III, describe los funerales: Romped vuestros vestidos y ceñíos de saco y doleos te Atenor. Ezequiel, añade a su vez hablando en sus profecías cómo el Señor le consolaba en la muerte de su esposa: Hijo del hombre, he aquí yo te quito de golpe el deseo de tus ojos. No endeches, no gimas, no llores. Reprime todo suspiro, desiste de todo luto mortuorio, ajusta el turbante a la cabeza, y el pie al zapato, no te cubras con rebozo ni comas pan de duelo.
Así, pues, las gentes de la familia cumplieron con lo que mandaba la costumbre y ley hebraica, se celebró la comida como la cena pascual: estaba prescrito el número de copas que debían beberse: dos antes de sentarse a la mesa, cinco durante la comida y tres en los postres. Al volver del entierro dióse la visita de pésame a Ana y María, levantándose y sentándose hasta siete veces durante aquélla. Durante los tres primeros días, la familia ni los parientes cercanos del muerto no podían ser saludados ni devolver éste, y durante siete siguientes no debían lavarse, calzarse, ni cubrirse, ni leer la Biblia: el traje durante ellos, era un saco de groseras pieles, sin mangas, atado a la cintura con una soga y cubierta la cabeza con ceniza.
Estas eran las costumbres judías en los entierros y los lutos, y así indudablemente se procedería en la familia de San Joaquín cuando su muerte, pues así lo exigía el cumplimiento de la ley mosaica, que tan exactamente era obedecida por aquella Santa Familia.
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