"Ventana abierta"
ÁNGELUS
VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA MADRE DE DIOS
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MUERTE DE JOAQUÍN. -MUERTE DE ANA. -ENTIERROS ENTRE LOS JUDÍOS. -ORFANDAD DE MARÍA. -EL CASAMIENTO ENTRE LOS JUDÍOS. -CASAMIENTO DE MARÍA Y EL PATRIARCA SAN JOSÉ. -EDAD DE AMBOS ESPOSOS.
Cerca de nueve años contaba María de su
estancia en el Templo, cuando la primera nube vino a empañar el cielo purísimo
de la existencia de la Hija de Joaquín y de Ana. Su padre, su amado y tierno
padre, San Joaquín, cayó gravemente enfermo, y en su avanzada edad bien pronto
se manifestaron los síntomas de muerte. Acudieron los parientes para consolar a
los ancianos esposos y Joaquín recibió tranquilo aquellas muestras de afecto de
sus deudos.
El justo Patriarca sonrió ligeramente, como
Jacob, pensó que había sido largo tiempo viajante por la tierra y comprendía
que necesitaba despojarse de la vestidura mortal para ir a descansar en el seno
de Abraham después de su peregrinación. Como justo, no le asustaba la idea de la
muerte y esperóla tranquilo y elevado su espíritu al Señor, como espera
tranquilo el marino, puesta su confianza en El que mueve los vientos y los
mares, la tormenta que tras el peligro ha de hacer brillar con mayor intensidad
y pureza la luz del sol. Las fuerzas fueron agotándose, y cuando el justo padre
de María conoció llegada su última hora, hizo pública confesión de sus pecados
como era costumbre entre los hebreos, y purificado de esta suerte su espíritu,
ofreció su muerte al Supremo juez en expiación de sus culpas, de las inherentes
a la naturaleza humana, de las que no se halla exento el más justo y puro de
los hombres.
Cumplido este deber de purificación de las culpas, libre su cuerpo de aquellas manchas que por la confesión había arrojado de sí, mandó llamar a María para darle su bendición paternal. Llegó dolorida la pura Niña ante la presencia de su padre, pero las súplicas de María no fueron oídas por Dios, en cuyos santos propósitos llevaba contadas las horas del padre de la pura y santa Niña, y Joaquín entregó su alma al Creador. Suponen algunos autores piadosos que en el momento en que Joaquín extendía las manos para bendecir a su Hija, Dios, en su suprema bondad, le hizo la revelación del glorioso destino que el cielo había señalado a su Hija, dicen que en aquellos angustiosos momentos la suprema revelación iluminó el rostro del anciano y bajando los brazos entregó su alma a Dios.
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