"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
TODOS QUERÍAN TOCARLO
7 Jesús se retiró con sus discípulos hacia el mar, y le siguió una gran muchedumbre de Galilea. También de Judea,
8 de Jerusalén, de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón, una gran muchedumbre, al oír lo que hacía, acudió a él.
9 Entonces, a causa de la multitud, dijo a sus discípulos que le prepararan una pequeña barca, para que no le aplastaran.
10 Pues curó a muchos, de suerte que cuantos padecían dolencias se le echaban encima para tocarle.
11 Y los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: «Tú eres el Hijo de Dios.»
12 Pero él les mandaba enérgicamente que no le descubrieran. (Mc. 3, 7-12)
Nuestro Señor Jesús, curaba a todo el que se le acercaba para verse libre de sus males. No hacía distinción alguna entre los enfermos. Sólo pedía fe y confianza de que Él, podía curarlos. Así, en muchos momentos de su vida se vio envuelto entre “muchedumbres que le apretujaban”. Como hombre verdadero que era algunas veces, sentía miedo de perecer aplastado y pedía auxilio a sus discípulos: “¡que le tuvieron preparada una barca”!, para separarse un poco de tantos entusiastas. Aun así, se separaba lo suficiente para seguir predicándoles la Palabra de Dios, un poco entrado en el lago de Galilea.
“Tocar a Jesús”, éste era el anhelo de todos porque sabían que emanaba de Él, una fuerza que les devolvía la salud. Pero antes que, a Jesús, el hombre religioso siempre ha querido “tocar a Dios”. Este anhelo, lo cumplió Él mismo, “enviando a su Hijo en una carne como la nuestra”. Este deseo, está bellamente expresado en tantos salmos que nos hablan de él: “mi alma está sedienta de Ti”, “mi carne tiene ansia de Ti, como tierra reseca, agostada sin agua”. Y “serán los dos una sola carne”: la Cabeza con Cristo, unido estrechamente con su Cuerpo, que es la Iglesia. Esa, somos nosotros que, hemos recibido el don insigne de poder comer en verdad su Carne y ser Cristo el que vive en cada fiel que, lo recibe con fe y devoción, lleno de gratitud, muy humilde. Jesús, ha venido a nosotros, no sólo para que lo toquemos, sino para que nos alimentemos de su Cuerpo y Sangre. ¡Es real y verdadero este Misterio del Amor de Dios por su pequeña criatura, herida y enferma! ¡Así nos ha amado Dios!
Pero, hasta los espíritus diabólicos, son protagonistas de este “juego divino”. Al no poder tocar a Jesús, por ser desemejantes a Él, no pueden evitar el postrarse ante Él y confesarle: “¡Tú eres el Hijo de Dios, el Mesías esperado que, ¡también viene a expulsarnos del corazón de los hombres y del mundo”! Una confesión de fe diabólica, porque el demonio sabe que, con la venida de Cristo a nuestro mundo, ¡su poder ha sido derrotado! Las fuerzas del mal no pueden nada contra Dios y contra los hombres que se adhieren a Él por la fe y el amor.
Estas verdades, nos producen un gran consuelo y la esperanza de que, un día ya no tendremos que penar luchando, sino que gozaremos de Dios poseyéndole. Mientras dura este hoy, Jesús se nos ofrece como Pan de Vida, como alimento para fortalecernos en el Amor y crecer en gracia. Un cristiano que vive anclado en Cristo, vive seguro en Él, aunque palpe su debilidad, porque Él nos ha prometido: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Por tanto, no temamos, porque “nada ni nadie, ¡nos puede apartar del amor de Cristo!” ¡Su amor nos sostiene en todas nuestras luchas!
Además, no somos huérfanos en este mundo, pues, Jesús, como testamento precioso, nos dio a su Madre como nuestra Madre. Así, somos los “hermanos pequeños de Jesús”, y una madre se enternece siempre por el hijo pequeño y débil y Ella, nos ha dado siempre muestras de sus desvelos y protección. ¡Seamos muy agradecidos porque estamos en muy buenas manos! ¡A ellas, nos acogemos! ¡Así sea, por su misericordia! ¡Amén!
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