"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
HE AQUÍ EL CORDERO DE DIOS
35 Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos.
36 Fijándose en
Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de Dios.»
37 Los dos
discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
38
Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le
respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro" - ¿dónde vives?»
39 Les respondió:
«Venid y lo veréis.» Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él
aquel día. Era más o menos la hora décima.
40
Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y
habían seguido a Jesús.
41 Este se
encuentra primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado
al Mesías» - que quiere decir, Cristo.
42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas » - que quiere decir, "Piedra". (Jn. 1, 35-42)
Juan
Bautista, cedió sus discípulos a Jesús y esto, lo hizo
indirectamente. “Estaba Juan con dos de sus seguidores y viendo a Jesús
les señaló diciendo: “Éste es el Cordero de Dios, el que
quita el pecado del mundo”. Juan, había dado testimonio de Él, de que
estaba por delante de Él y que era el Hijo de Dios. Para el
encuentro con Jesús, Juan, había hablado a estos hombres que querían
seguir al Mesías. En Él, estaba la plenitud de su deseo y entrega y
su maestro no podía defraudar sus expectativas.
El
apelativo de que
era “el Cordero” les resultaba misterioso, aunque
aludía claramente a que Jesús se sacrificaría como el cordero pascual para
borrar los pecados de todos los hombres, como así fue, aunque su
inmolación estaba todavía muy lejos. A este Jesús, es a quien
siguen Juan Apóstol y Andrés. Este ir tras de Jesús, le hace
volverse para preguntarles: “¿Qué desean?”. Y, le pidieron
estar con Él, donde Él viviera.
Es
obvio que Jesús no tenía casa, sino que se hospedaría en alguna
de un familiar o amigo. Estos dos nuevos visitantes, serían bien
acogidos también, como es costumbre de cortesía entre los judíos. Un
día, estuvieron con Jesús y al verle y escucharle, les bastó para
hacerse entusiastas testigos de lo que entre estos galileos estaban buscando.
Andrés, le desvela a su hermano Simón: “¡Hemos encontrado al Mesías!, y
lo llevó a Jesús”. Éste, se le quedó mirando y le reveló su
identidad, así como su futura misión: “Tú te llamarás
Cefas (piedra), Pedro.
He
aquí los primeros apóstoles que estaban ya ungidos por el Espíritu Santo. El
mismo Espíritu que ungió a Jesús después de ser bautizado en el
Jordán por Juan el Bautista, y él, lo declaró Hijo de Dios y que
hacía las complacencias del Padre. Toda una serie de manifestaciones del cielo
al comienzo de la misión de Jesús en favor de los hombres.
Cuando
se nos narran los episodios de la vocación en la Biblia, siempre vemos un
entusiasmo nada común y una rapidez y una alegría en el seguimiento. Pero este
hecho no sucedió sólo a estos primeros hombres que siguieron a Jesús
y a los profetas anteriores a ellos, sino que hoy, también
cuando uno es llamado a una especial consagración, vemos la misma fuerza
en el Espíritu que llama y a veces no ahorra palabras especiales
pronunciadas por Dios, con gran arrebato y poderío, para hacer
ver muy claro la voluntad expresa de Dios sobre el llamado. No seguir estas
invitaciones, sería una insensatez e infidelidad, pues
sabemos que Dios concede todas las gracias y dones para responder.
¡Qué
acción de gracias despierta en nosotros que, vemos que todo lo
hace bien el Señor y no se contenta con palabras vagas o no audibles
claramente, sino que irrumpe en la vida y la cambia totalmente en sus
planes y dirección!... Podemos objetar: “yo no he oído esta llamada
tan claramente”. Es posible que así sea, hasta ahora, pero como para
Dios no hay tiempo, quiere que nos pongamos en ferviente oración
y totalmente desarmados le preguntemos desde el ápice del
corazón: “¿Qué quieres ahora de mí, mi Dios? Habla, que
tu siervo te escucha! ¡Ven y no tardes más!”
¡Seamos como niños al acercarnos a Dios y escuchemos como ellos, con gran atención amorosa! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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