"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
PRIMERAS COMUNIONES
P. Marcelino Manzano
Con el tiempo de Pascua han llegado o están
llegando las celebraciones de las primeras comuniones a nuestras parroquias y
colegios. Unas celebraciones que en los párrocos nos provoca una doble
sensación contradictoria.
Por una parte, para un sacerdote resulta muy
emocionante entregar a un niño el tesoro más grande que un ser humano puede dar
a otro, en nombre de la Iglesia que ha sido la designada para su custodia: el
cuerpo de Jesucristo Vivo y Resucitado. Conmueve pensar que en esas almas tan
jóvenes, llenas de vida, se estrena la augusta presencia del Santísimo
Sacramento. El Señor entra por primera vez en el templo que se preparó en el
niño desde el día de su bautismo. Supone entregarle un sacramento (el segundo
dentro del gran sacramento de la Iniciación Cristiana junto con bautismo y
confirmación), que será su alimento hasta la vida eterna, presencia real del
Todopoderoso y fuente de gracia en la lucha contra el pecado. Insisto: conmueve
pensar en la responsabilidad que tenemos los sacerdotes al dar la primera
comunión porque, de alguna manera, estás otorgando la prenda de la salvación de
su alma. Y detrás está el trabajo pastoral de toda la parroquia, empezando por
los padres y la familia e interviniendo los catequistas, la escuela y el propio
párroco como primer catequista de la comunidad. Es un regalo del Señor vivir
ese día con los niños que se han preparado bien, que rezan piadosamente y se
han confesado por primera vez experimentado la misericordia del Señor en un
Padre bueno que les ha perdonado por puro amor.
Por otro lado nos topamos con situaciones menos
ideales que nos ocasionan desazón cuando no verdadera frustración. Te
encuentras con padres que desisten totalmente de ejercer cualquier tipo de
educación cristiana de sus hijos, cuando no la torpedean sistemáticamente. Y
aquí con lo de padres me refiero en muchísimos casos a los varones, que ven la
religión fuera algo exclusivamente femenino y se desentienden completamente.
Cierto es que las situaciones laborales, con horarios leoninos, tampoco ayuda
demasiado a ejercer la responsabilidad que se adquirió en los compromisos del
bautismo del niño. En este sentido desde aquí doy mi apoyo a que se erija en
algún rincón destacado de Sevilla un monumento a las abuelas, que son las que
en esta época están ejerciendo realmente el papel de educadora cristiana,
enseñando a rezar a sus nietos, hablándoles de Dios, llevándolos a la
catequesis y en tantos casos pasando con ellos la mayor parte del día, lo
que incluye vestirles, llevarles al colegio y darles de almorzar, de merendar…
en definitiva, casi educarles en su integridad. Monumento a las abuelas ya.
Paralelamente, la propia celebración litúrgica es fuente de esa misma
contradicción de la que hablo, pues queremos preparar el sacramento como algo
hermoso y significativo, pero caemos en detalles superfluos que generan
discusiones por los adornos, los fotógrafos o dónde tienen que sentarse los
padres. La actual crisis ha propiciado que no se hagan tantos dispendios como
antes, pero la cuestión sigue ahí.
Ante todo esto, es un sentir generalizado en
nuestra Archidiócesis desde hace tiempo que la recepción de la Eucaristía, como
sacramento fuente y culmen de los demás sacramentos y de toda la vida de la
Iglesia, necesita una renovación que es difícil de afrontar en tanto y en
cuanto supone cambiar hacia un proceso catecumenal y continuado de crecimiento
en la fe en Jesucristo y, por qué no, exigir más compromiso a los padres y a
los propios niños, pues la fe ha de conducir a la conversión. Estamos en
contexto misionero, en la Nueva Evangelización, y lógicamente esto tiene que
empezar a notarse. En ello estamos y, si Dios quiere, pronto verá la luz el
nuevo Directorio para la Iniciación Cristiana que aunará criterios para situar
la primera comunión en su auténtico contexto junto al bautismo y la
confirmación, armonizándolo todo en el proceso de adhesión a Jesucristo y
madurar la fe, de tal manera que no esté desconectada de la existencia concreta
de cada uno.
Mientras tanto, que no decaiga el esfuerzo por
que las primeras comuniones ofrezcan todo lo mejor para hacer posible el
encuentro entre el Señor y tantos niños y niñas (aunque en Sevilla capital ha
disminuido el número, no ha sucedido tanto en los pueblos de la Archidiócesis).
Ya sabéis que Él mismo lo dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo
impidáis” (Mc 10, 13).
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