"Ventana abierta"
Rincón para orar
Sor Matilde
PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES
1 « Entonces el Reino de los Cielos será
semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al
encuentro del novio.
2 Cinco de ellas eran
necias, y cinco prudentes.
3 Las necias, en efecto, al
tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite;
4 las prudentes, en cambio,
junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas.
5 Como el novio tardara, se
adormilaron todas y se durmieron.
6 Mas a media noche se oyó
un grito: "¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!"
7 Entonces todas aquellas
vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas.
8 Y las necias dijeron a
las prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan."
9 Pero las prudentes
replicaron: "No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es
mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis."
10 Mientras iban a
comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete
de boda, y se cerró la puerta.
11 Más tarde llegaron las
otras vírgenes diciendo: "¡Señor, señor, ábrenos!"
12 Pero él respondió:
"En verdad os digo que no os conozco."
13 Velad, pues, porque no
sabéis ni el día ni la hora. (Mt. 25, 1-13)
Es una parábola del Reino, luego su
comprensión nos es limita, pues ¿qué sabemos del Reino de los Cielos? Ahora
vemos como en un espejo de adivinar. Y el espejo del tiempo de San Pablo, no
era como los de ahora. Era “un espejo de adivinar”, es decir, que la imagen no era
en absoluto nítida, ni correspondía a la realidad que se reflejaba. San Pablo
nos decía que para lo que veremos después: “cara cara”, lo de ahora es no ver,
es sólo barruntar entre niebla... Pero aún así, Jesús nos da está parábola del
Reino para que “adivinemos” algo de lo que encierra.
Aparecen diez doncellas que no son iguales,
sino en que las diez son jóvenes y vírgenes que desean desposarse con el
Esposo-Cristo; pero el comportamiento de la mitad de ellas, difiere mucho de
las otras cinco. “Cinco eran sensatas y cinco eran necias”. La sensatez y la
prudencia es en la Biblia una “bienaventuranza”.
“Dichoso el hombre que alcanza sensatez, el
hombre que adquiere inteligencia. Vale más que la plata y su renta más que el
oro, es más valiosa que las perlas, ni se le compara las joyas... Son dichosos
los que la retienen” (Prov. 3, 13-18)
Las diez doncellas, lleva cada una su
lámpara y las diez salen de su casa para esperar al esposo... Todos llevamos en
el corazón la lámpara de los grandes deseos, y esperamos que Dios los colme,
“esperamos al esposo”. Pero unas doncellas vigilan para que su lámpara no se
apague, para que sus grandes deseos no perezcan como una ilusión fallida, y
alimentan su vida con el aceite de la vigilancia, la alerta. Están al acecho para
descubrir la llegada del esposo. El aceite es el testigo presto de la espera,
porque todas se quedan dormidas; la espera se hace larga y pasa una hora y otra
y Él no llega. Muchas veces, muchas, a lo largo de las horas, la inconsciencia
nos acompaña, estamos como ajenos a la vida, al Amor, al fin de mi existencia,
no es posible vivir de continuo conscientemente mis verdades vitales. Pero
tengo un ayudante que vela para que todo esto no se quede a oscuras: mi deseo.
Este es un centinela que no se cansa, que si quiero, siempre está despierto y
me alerta a veces, que vivo y que soy consciente de lo mejor de mi vida, tan
frugal. Él me da la alegría y la esperanza en ese: “el esposo tarda”, pero al
fin: “¡que llega el esposo, salid a recibirlo!”. Cristo reclama que no sólo
llevemos lámparas sino que alimentemos con aceite el encuentro definitivo con Él,
el poder, por fin, entrar al banquete de bodas... porque “muchas doncellas son
las llamadas y pocas las escogidas”. ¡Qué vigilante tendría que ser nuestra
vida, qué alertas por si llega, qué deseosas de que llegue pronto, de que esta
vida, también la veamos así: efímera con sus gozos y sus penas!. Aficionarse a
las cosas del Reino: a la Palabra de Dios, al diálogo con Jesús, a escudriñar
en todo momento su voluntad y seguirla con ansia, cueste lo que cueste porque
mucho más le costó al Hijo de Dios, al Esposo, el rescatarnos de la esclavitud
para llevarnos eternamente a su Reino, para abrazarnos por toda la eternidad
pues a esto estamos llamados: a unirnos a Él, a ser sus prudentes y bellas
esposas.
¡Gracias Jesús por tus desvelos, porque nos
avisas, nos atraes y nos arrastras tras de Ti!
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