"Ventana abierta"
Sor Leticia: «Ahora la espada la tiene un ángel»
De campeona de España de esgrima a
monja de clausura en Lerma
LUIS GÓMEZ
Lunes, 26 marzo 2012
Leticia González-Solís
Pampliega es desde hace 16 años sor María Leticia de Cristo Crucificado, aunque
todo el mundo le llama Leti, advierte. Campeona de esgrima de España, cambió el
florete por el hábito y con 19 años ingresó en el monasterio de clausura de las
Dominicas de Lerma (Burgos), donde comparte vida con su hermana pequeña, Aroa.
El viernes intervino, mediante videoconferencia, en las jornadas católicas del
Palacio Euskalduna de Bilbao. «Nuestro Facebook es el locutorio».
¿Qué le llevó a abandonar su prometedora
carrera deportiva y convertirse en monja de clausura?
Creo que ni piensas en abandonar ni en ser
monja, simplemente experimentas que has sido alcanzada por un amor nuevo que
deslumbra y va haciendo que encajen las piezas de tu vida. Vas poniendo orden
en los valores que tenías hasta ese momento.
¿Nunca había recibido hasta entonces la
llamada de Dios?
Dios estaba ahí... en el fondo del alma.
Inquietaba, pero en un momento sale a flote con toda su fuerza...
¡Irresistible!
Tenía el éxito en las manos, con su
presencia en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996. ¿Le costó mucho tomar esa
decisión?
En realidad, lo que me propusieron era
empezar con los Europeos y formar parte de la selección española. No quiero
sentirme heroica por lo que dejé. Tampoco sé hasta dónde habría llegado. Hallé
algo mejor que no alcancé con mis entrenamientos. Él me alcanzó a mí.
«La gente me hacía creer que era Dios, y no
lo era». ¿Tan vacía se encontraba?
Al principio, al hacerlo por diversión, es
una gozada, pero cuando entra la competitividad todo cambia. Al descubrir que
no tiene consistencia, tiemblas. Cuando dejas a Dios ser Dios, Él te alcanza y
te alza... ¡con fundamento!
Son pocas las personas que se deciden a dar
este paso.
Depende del amor irresistible que hayas
experimentado. No me siento heroína, sino atraída por un amor al que no podía
poner resistencia.
Disfrutaba como cualquier joven de su edad.
¡Y me lo pasaba en grande! Me encantaba
bailar hasta la madrugada, salir con chicos y disfrutar de todo lo que se ponía
por delante. Incluso hice puenting.
Se unió a una pandilla de rockabillies y
vistió de cuero y cazadoras de tachuelas. Sinceramente, cuesta imaginársela
ahora así.
¡Suelta la imaginación!
Aseguraba que «era una vida de peleas,
drogas y alcohol».
Sí y no. Tú sales para divertirte, la noche
te envuelve y por menos de nada te encuentras con las peleas, la droga y el
alcohol.
¿No le costó dejar atrás a los amigos y
familiares?
Puede entenderse al principio como un
dejar, pero luego compruebas que nunca me he sentido más cerca de ellos ni les
he querido más.
¿Su primera visita al convento de las
Dominicas le marcó?
¡Me sorprendió!
«Más allá de la reja»
¿Qué valores tienen los votos de pobreza,
castidad y obediencia?
Desde luego, no son renuncia. No me ha
llamado el Señor a renunciar, sino a experimentar su amor. Vivir la pobreza me
conduce a experimentar que Cristo es mi bien, todo mi bien; vivir la castidad
me lleva a potenciar la capacidad de amar... amar a Cristo con todo mi ser, a
vivir de su amor y también a amar a todos... ¡a todos!, sin que nadie se me
cuelgue. La castidad me concede la libertad de amar y la obediencia me lleva a
identificarme con Cristo. Le entrego mi libertad para que Él lo sea todo. Que
también los que entregan su amor a otra persona le entregan su libertad.
¿Cómo se vive en clausura?
La clausura la ven más los que están fuera.
Las que vivimos dentro sabemos que estamos en un recinto pequeño. Nuestro mundo
material es reducido. Pero, a la vez que experimentas la pequeñez de tu entorno,
crece hasta el infinito el amor por todos los que están fuera, crece el
corazón... ¡sin límites! Es limitado nuestro entorno, pero tenemos lo esencial
para vivir nuestra consagración: el coro, nuestras hermanas, nuestro trabajo,
nuestra huerta para pasear.
¿Mereció la pena cambiar el florete por el
hábito?
Claro. El florete, aunque lo usara muchas
horas, no me arropaba. El hábito me recuerda que soy de Cristo y que es Él
quien me arropa, me cubre, me protege... Es mucho más que un trozo de tela.
En una sociedad en la que cada vez es más
difícil vivir aislado, ¿los conventos son una muralla impenetrable?
No, en absoluto. Tenga en cuenta que
nuestra vocación es dominica. Está destinada a la evangelización, a dar
testimonio de Jesucristo. Aunque no utilicemos las redes sociales, nuestro
Facebook y Twitter es el locutorio, es poder mirar a la cara a quien viene a
vernos y decirles que tenemos algo grande que decirles. Jesucristo te ama y
quiere que seas feliz.
«No vivo de recuerdos»
¿Cómo se ve el mundo desde dentro?
Seguro que con más optimismo que como se ve
fuera. Vivir de Cristo tiene la ventaja de ver muchas de las realidades que nos
envuelven. La mirada de Jesús es entrañable, cariñosa, positiva...
¡estimulante! Vemos a nuestra gente con hambre de conocer a Dios y, desde
nuestra pequeñez, intentamos dar la luz de nuestro testimonio de vida.
¿Echa de menos el exterior?
No, la clausura ayuda a tener la vida
centrada y la Iglesia siempre ha cuidado que nuestra vida sea equilibrada. No
vivimos de recuerdos. El presente nos llena de sobra.
¿Enseña a las novicias los movimientos y
técnicas con la espada?
A veces pasamos ratos de recreo con esto,
pero no dejamos de verlo como una diversión.
¿Qué encontró en la esgrima?
Me forjó una personalidad fuerte y constante
y me enseñó a luchar y a no rendirme nunca. Disfruté de momentos de felicidad,
pero la felicidad continua sólo la he encontrado cuando conocí a Cristo y
empecé a vivir de Él. Cuando la persona sabe competir, la esgrima es muy
elegante y digno de ver. Los toques son muy artísticos. El único problema es
que es uno contra uno y el compañerismo a veces...
Conserva traje, espada y careta. ¿Regresará
algún día a la esgrima?
No. Conservo el equipo, pero ahora la
espada la tiene un ángel a la entrada del Oratorio. Soy feliz con Cristo, por
eso no le cambiaría nunca por la espada.
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