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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

domingo, 24 de diciembre de 2017

Historia de Navidad.

"Ventana abierta"


JHON WILLIAM WILKINSON
Este artículo pertenece a la serie de ficción Especies Urbanas, cuyo autor es John William Wilkinson y que se publica los domingos en la página web de La Vanguardia.

Los Mágicos efectos del caldo de Navidad


Este año también se dijo Adriana Fosalba i Ruidor que para la Nochebuena sustituía la pesada comilona tradicional que tanto esfuerzo cuesta preparar, por algo más ligero, atrevido y moderno; verbigracia unos platos algo más acordes con el frenético ritmo que rige nuestras vidas. Su familia se lo agradecería.
Cuando a mediados de diciembre le explicó a su marido, Guillem Gordi i Sotés, que la cena de Nochebuena consistiría en una ensalada de rúcula, salmón ahumado y una sopita de miso, éste puso el grito en el cielo… ¡que qué se había creído!; que si una vez al año no hace daño; que si no podían privar a sus hijos –Neus, Mariola y Pau- de tan importante tradición culinaria y cultural; etcétera.
Y, claro, Adriana, un año más, ante la insistencia de Guillem, acabó claudicando. Eso sí, por mucho que le rogara que lo hiciera, estaba decidida en su negativa a liarse con el paté de perdiz que siempre le salía riquísimo y que tanto gustaba a todos. Porque además de llevar todas las calorías del mundo, lo cierto es que su elaboración exige una auténtica panzada de trabajo.

Hubiera suprimido encantada la trabajosa gelatina si no fuera porque es un ingrediente esencial del caldo con el que seprepara la sopa de galets
También hubiera suprimido encantada la trabajosa galantina si no fuera porque es un ingrediente esencial del caldo con el que se prepara la sopa de galets. Envuelta en muselina, se cuece durante un par de horas en una enorme olla, a fuego lento, con las verduras, hierbas y casi una botella entera de jerez seco, sólo para añadir, en el último tramo, las pilotes. El olor que invade toda la casa es embriagador.
Del pavo del día de Navidad nunca ha tenido que preocuparse Adriana: de eso se ocupa su suegra. Así que, sobre las seis de la tarde de Nochebuena, ya podía sacar de la olla con gran alivio y satisfacción la galantina y las pilotes, dejando listo, una vez colado, el caldo para la cena. Pondría los galets a hervir justo antes de sentarse a la mesa. Mas al probar el caldo por si le faltaba sal, se acordó de pronto de su tío abuelo Delfí. Este hombre, de 83 años, que en su juventud había sido de todo –deportista, aventurero, emprendedor, poeta- vegetaba en una residencia envuelto en las impenetrables brumas del Alzheimer.
Pues nada, aunque muy cansada, decidió Adriana que, puesto que la residencia le quedaba bastante cerca –o al menos no demasiado lejos-, no tenía excusa por no llevarle un poco de caldo, máxime si se tiene en cuenta que cuando ella era niña su tío Delfí nunca faltaba a la cena de Nochebuena y, además de traerle regalos y turrones, siempre contaba historias la mar de divertidas. Al tío le privaba la sopa de galets.
Adriana no se hacía ilusiones, puesto que su tío Delfí ya no reconocía a nadie. Lo encontró sentado erguido en una silla al lado de su cama, delgadísimo, la mirada perdida. Vestía pijama a rayas y albornoz gris. Estaba mal afeitado, el pelo revuelto. La pieza, al igual que el resto de la residencia, apestaba a orina y a muerte. Adriana, previsora, sacó un termo, un cuenco, una cuchara y un trapo de cocina, que haría las veces de barbero. Sabía por experiencia lo difícil que le iba a resultar conseguir que se tragara el caldo.

Llenó el cuenco hasta la mitad y, removiendo el humeante caldo con la cuchara, esperó a que se enfriara un poco

Llenó el cuenco hasta la mitad y, removiendo el humeante caldo con la cuchara, esperó a que se enfriara un poco. Tan potentes eran los olorosos vapores del caldo, que, una vez destapados, lograron vencer a la peste a muerte que impregnaba el ambiente.
Toda vez que visitaba al tío Delfí –que por vergüenza suya no era muy a menudo- le hablaba como si le escuchara, pues no descartaba que quizá se enteraba de algo de lo que le contaba o que al menos reconocía su voz. Ya hacía mucho que había dejado de hablar o a comunicarse de cualquier otra forma con sus semejantes. Sólo vegetaba.
Pero nada más probar la primera cucharada de caldo, se le iluminó la cara. Olfateó el aire. Y tras relamerse, mantuvo la boca abierta a la espera de otra cucharada del bendito caldo. A la tercera, ya sonreía. Sus ojos, ya muy abiertos, que a Adriana le miraban sin verla, expresaban el inmenso placer que sentía, antes de que, a la quinta cucharada, las lágrimas rebosaban de sus ojos, de pura emoción.
Adriana tampoco podía contener las lágrimas. Mientras le iba acercando la cuchara a la boca, se preguntaba qué pensamientos o recuerdos habría despertado en su tío el caldo de Navidad que tanto le gustaba cuando en Nochebuena les contaba chistes o asustaba a la abuela con un matasuegras.

Antes de irse, le plantó un beso en la frente; y otros dos, uno en cada mejilla. Le frotó las manos. Le aplanó el pelo. Y le explicó lo contenta que estaba de que tanto le había gustado el caldo. Al llegar al pasillo se volvió. Su tío abuelo Delfí que no paraba de llorar le pareció el hombre más feliz del mundo.
-Bon Nadal, tiet.

A punto estaba de echar los galets al caldo cuando sonó su móvil. La administradora de la residencia le informó de que su tío acababa de fallecer.
-¿Qué aspecto tenía? quiso saber Adriana.
- Sonría. Era algo realmente extraordinario. Murió feliz.

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