La bici de Miguel
Es fantástico! -suspiró Miguel,
tendido en la cama y contemplando su póster favorito-.
¡Qué bárbaro! ¡El rayo del espacio,
la bici espacial! ¡Menudo aparato!
Cada noche, antes de dormirse, se
quedaba largo rato mirándolo. Luego, soñaba con ella.
Una noche de verano, acababa de cerrar
los ojos cuando de repente oyó un ruido extraño.
Se incorporó rápidamente y vio que
el póster se agitaba violentamente. De pronto sonó como un silbido y la bici se
desprendió de la pared y fue a caer al suelo.
Asombrado, Miguel la miró,
boquiabierto, y se cayó de la cama. Allí mismo, en su cuarto, estaba la bici en
tamaño natural… y la chica del póster en carne y hueso.
— ¿Quién eres tú? — preguntó Miguel,
hecho un lío.
— Me llamo Tina y soy una ciclista del
espacio.
¡Vamos a dar una vuelta!
Muy sigilosamente, Miguel ayudó a Tina
a transportar la bici escaleras abajo hasta el jardín.
‘¡Menuda sorpresa
tendrían mamá y papá si me vieran ahora!”, pensó él.
Cuando salieron al jardín, iluminado
por la Luna, Tina saltó sobre el rayo del espacio y salió disparada.
— ¡Mírame, Miguel! ¡Qué divertido es
pedalear en esta bicicleta espacial!
Miguel estaba impaciente por montar en
ella y cuando Tina se bajó, saltó sobre el rayo del espacio y exclamó:
— No ha estado mal, ¡pero fíjate en mí!
Se disponía a partir cuando se detuvo
en seco y añadió:
— ¡¡Pero si no tengo casco espacial!!
Tina señaló su cabeza y dijo:
— ¡Pero si lo llevas puesto!
De vez en cuando el casco soltaba como
un leve silbido.
— Es el oxígeno -dijo Tina.
Miguel llevaba también un reluciente
traje espacial, con grandes bolsillos para las provisiones. Montó de un salto
en la bici, listo para lanzarse a pedalear.
Primero avanzó vacilante en una
dirección… luego en la otra. ¡Al fin lo consiguió!
Pero qué trabajoso era pedalear en aquella bici.
— Ojalá tuviera motor.
— Vaya, si tiene cohetes propulsores…
— Has de apretar ese botón que hay en
el manillar. ¡No, no lo toques! ¡NO!
Era demasiado tarde…
Al apretar Miguel el botón, se oyó un
ruido sordo debajo del sillín y los cohetes se pusieron en marcha.
— ¡Has de apretar el interruptor para
desconectarlos!
— ¿Dónde está?
Pero antes de que Tina pudiera
responder, sonó una explosión y de la parte trasera de la bici se escapó una
llamarada de color púrpura.
Miguel salió
disparado a través del jardín en dirección al auto de su papá… iPang! La rueda
delantera chocó con el guardabarros del auto. iCatacloc!, sonaron los cohetes,
mientras la bici trepaba por la parte posterior al auto de su papá.
Pero no bajó por el otro lado y Tina
se quedó observando impotente cómo Miguel, agarrándose con fuerza a la bici, se
remontaba con ella hacia la oscuridad del cielo.
Tina vio alejarse la bici espacial con
la que Miguel se perdía en la noche.
En un segundo, estuvo a cien metros.
En dos segundos, había subido un kilómetro. Y un minuto más tarde seguía
subiendo…
Al fin, Miguel encontró el interruptor
y la bicicleta se detuvo. Miró hacia abajo por primera vez.
Colgada en la oscuridad divisó una
pequeña bola verde y azul. “Qué color más raro para una pelota de tenis”,
pensó.
Pero no era una pelota. ¡Era la
Tierra! Se veían claramente África y la India.
Cuando Miguel se dio cuenta de
lo lejos que estaba de casa, se sintió muy solo y desamparado, y notó cómo el
corazón le palpitaba. Tenía algo de miedo.
Al flotar se metió las manos en los
bolsillos del traje espacial, pero lo único que encontró fue un envoltorio de
una chocolatería de Venus:
“Chocovenus”.
De pronto, le saludaron las luces de
una nave espacial. Se sintió mucho mejor. Pero había algo que no marchaba bien.
Lo notaba por momentos.
Al acercarse, Miguel vio a un hombre
con traje espacial que le hacía señas frenéticas, colgado de un tubo. Al
parecer, estaba gritando, pero Miguel no oía nada.
La máquina se puso en marcha y Miguel
se lanzó tras la caja, que se alejaba dando vueltas. La recogió y la metió en
su bolsillo espacial y se dirigió a la nave.
Se detuvo junto al gran casco gris. Al
subir, la tripulación lo aclamó con grandes vítores y aplausos. Era un héroe.
— Buen trabajo, chico — dijo el capitán —.
Esa caja es muy importante. Es nuestra
brújula espacial. Sin ella, nos habríamos perdido.
Trató de enjugarse la frente, pero aún
llevaba el casco puesto.
— Te mereces una recompensa.
— Sólo quiero ir a casa — dijo Miguel.
Estoy muy cansado. Quiero ver a mis
padres.
Así pues, el capitán puso la nave en supermarcha rumbo a la Tierra,
usando la brújula espacial.
La "pelota de tenis" que había visto
Miguel se fue haciendo cada vez más grande, hasta que llegó a ocupar toda la
ventana.
Pronto Miguel comenzó a ver los campos que brillaban bajo la luz de la
luna y el río que se curvaba en dirección a su casa.
— ¡Ahí es donde vivo! — gritó —. ¿Podéis
dejarme bajar?
El capitán le prendió una medalla
espacial en el traje y maniobró la nave hasta que estuvo suspendida sobre la
casa de Miguel.
— ¡Ponte en la plataforma de lanzamiento!
Miguel recogió su casco y se dirigió
al tubo, de pronto oyó un ruido extraño y sintió que caía. Miguel intentó
agarrarse a algo, y cerró los ojos fuertemente…
Cuando volvió a abrirlos, estaba en su
cama y el sol entraba a raudales por la ventana. Se frotó los párpados y miró
el cartel de la pared.
— Ahí está la bici espacial… ¡Y Tina!
Todo ha sido un sueño trepidante.
Pero no había mirado debajo de la
cama, donde le aguardaban más sorpresas.
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