"Ventana abierta"
La Estrella
José Arregi
Amiga, amigo: ¡Feliz Navidad! O, si prefieres, feliz
solsticio de invierno: la noche empieza a acortarse en nuestro hemisferio
Norte, aunque sucede justo lo contrario en el hemisferio Sur. El Sol que muere nace
y muere y renace. Cuando unos lo vemos ascender en el cielo, otros lo ven
descender, pero a todos los vivientes nos regala su energía, aliento vital, de
día y de noche, de solsticio en solsticio y de equinoccio en equinoccio. Loado
seas, hermano padre Sol con nuestra hermana madre Tierra.
Es imagen de la Vida que no nace ni muere, que ES “en
el principio”, mucho antes que el Sol y todas las estrellas, “antes” de todo
antes y después, en lo más profundo del presente. Lo llamamos “Dios” y no
sabemos decir qué es, sino que ES, y sólo lo podemos decir con imágenes torpes.
Es Espíritu o Aliento, Impulso, Eros o Amor infinito, Presente o Presencia
absoluta. No es nadie ni nada que tenga forma, pero es Todo en todas las
formas. Es Yo/Tú, Él/Ella, Nosotros/Nosotras. Es Palabra, Relación, Comunión
universal. Es creatividad infinita. Es infinita bondad creadora, que se
manifiesta en todo lo que es bueno o para bien, en todos los seres, en todos
los vivientes, en todos los humanos.
Es el Sol que renace cada día en el fondo de tus
sombras, como en el solsticio de invierno.
Míralo, agradécelo, déjate alumbrar. Y, en tu pobreza,
encárnalo, sé lo que eres: compadece, acompaña, consuela, subvierte. Así lo
encarnó Jesús de Nazaret, hijo de María y de José, o hijo del Espíritu de la
Vida, como todo viviente. Fue un profeta bueno y subversivo de una aldea oscura
en un rincón de Palestina hace 2000 años. Llegó a ser lo que era. Creyó en la
bondad, activó la esperanza, anunció la liberación a todos los oprimidos, curó
enfermos de alma y de cuerpo, hizo frente a la autoridad religiosa y al poder
imperial. Fue libre y bueno. Fue feliz, porque tuvo entrañas. No fue perfecto
(¿qué es eso?), sino humano, hecho de arcilla frágil e inacabada, como tú y
como yo. En la bondad de su humanidad inacabada, encarnó a Dios, el Misterio de
la Vida, en forma a la vez parcial y plena, pues en la parte se halla el Todo.
Algunos hombres y mujeres, al verlo, como los magos de Oriente perdidos en el
camino, se dijeron: “Hemos encontrado la estrella que nos guía”. Y lo
siguieron.
Nos lo cuentan los evangelios, sean canónicos o
apócrifos. Pero todo eso no es historia, dirán muchos, sino leyendas de fe.
Tienen razón en buena parte. El Jesús de los evangelios es una figura
profundamente recreada por la fe de sus discípulas y discípulos. No sabemos,
por supuesto, en qué día nació. Sólo en el siglo IV se estableció en la mayoría
de las iglesias la celebración de su natividad el 25 de diciembre, al final de
las fiestas del solsticio.
Y es lógico, pues ese día celebraban los romanos el
nacimiento del sol y de Apolo, los mitraicos el nacimiento de Mitra, los
germanos el de Frey (y luego los aztecas el de Huitzilopochtli, los incas el de
Inti…). Los nombres son distintos, pero la luz es la misma. La luz que brota
del fondo de todo, que nos infunde el calor de la vida, y que nosotros hemos de
encender. No hay nada más verdadero.
No importa el día en que nació Jesús, sino la figura
luminosa que los evangelios presentan, la del hombre libre y hermano. Diré más:
ni siquiera importaría que nada de lo que nos cuentan dichos evangelios, de
manera por cierto tan distinta y a veces contradictoria, sea propiamente
histórico. Lo que importa, al final, es que se abran los ojos para verlo todo
de manera nueva, para ser lo que fue Jesús, lo que somos de verdad.
Lo más real de Jesús no son los dichos y hechos que
pudieran probarse como históricos, sino la hondura de la Vida que le hizo y nos
hace más libres y humanos. Sólo puede decirse en parábolas, poemas y
evangelios. El anuncio de un ángel a María y a José y a los pastores de Belén,
el nacimiento virginal, el viaje de los magos guiados por la estrella que
aparece y desaparece… nunca sucedieron como hechos históricos, como no
sucedieron la multiplicación de los panes o la resurrección física con la tumba
vacía y tantas cosas más. Pero ¿hay algo más real que “eso indecible” que nos
quieren narrar?
¿Qué es eso? Es lo que narra el mito, sugiere el
poema, sueña el niño, anuncia el profeta, emprende el rebelde. La bondad
creadora: he ahí la estrella.
Fuente: Redes Cristianas
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