Él es consciente de que subir a Jerusalén significa arriesgar totalmente su vida y sus discípulos también; dicen que deciden con miedo.
Pero ¿por qué sube a Jerusalén?
Hay un momento en la vida de todo hombre donde, después de haberse definido y expresado, y hablado, llega el momento de dar la cara, es decir, hay situaciones donde no puedes mirar a otro lado ni echarte para atrás, o huyes o simplemente te presentas como eres y haciendo lo que tienes que hacer.
¿Cómo vivirá allí, en esa circunstancia trágica y última, que le va a costar la vida, esos tres grandes valores que consideramos que son los más importantes de toda nuestra vida, pero que son los que nos dan más miedo por las consecuencias que nos traen?
La autenticidad, el vivir los propios valores, el saber cuáles son, establecerse un modo de ser y un proyecto de vida digno, bueno, valioso.
El valor de la sinceridad, de que la palabra no vaya siempre motivada por la mentira, o la estrategia o el doble sentido.
Y por otra parte también la coherencia de la vida, hacer lo que verdaderamente creemos que se debe hacer sin que nada ni nadie estorbe a nuestro compromiso, es decir, se trata de dar la cara de la verdad ante la mentira, de los valores frente a los intereses, de la coherencia frente a la comodidad o a la pereza o a la cobardía.
Y Jesús va a Jerusalén a dar la cara, la hora de la verdad.
No es que haga otra cosa que lo que ha hecho siempre, pero en aquel momento, aquel sitio, en aquellas circunstancias, tiene una especial relevancia, y también unas más tristes consecuencias. Es un poco meterse en la boca del lobo. Su idea de Dios, su predicación sobre Dios, va a producir el choque contra la religión oficial. Su idea de cómo deben ser las relaciones sociales va a chocar contra el sistema político y económico.
Su manera de exigir la responsabilidad del hombre más que el fanatismo de las masas, va a hacer que estas mismas masas que un día lo aclamen, al otro día pidan que lo crucifiquen.
¿Esto por qué lo hace Jesús, por chulería?
No, porque realmente va a sufrir.
Él no es un insensible y va a sufrir físicamente la tortura, la muerte; pero también psicológicamente, el miedo, el rechazo, la traición...
Jesús no es insensible, es valiente.
¿Y por qué?
¿Cuál eran los valores?
¿Cuál era el mensaje de Jesús?
Definir a Dios como Padre y a los hombres como hijos de ese Padre, es decir, un mensaje sobre Dios y sobre los hombres, unido.
Si Dios es Padre, no puede seguirlo sin tener en cuenta a sus hijos.
Si el hombre es hijo de Dios, no puedo quererlo, cuidarlo, tratarlo como se merece si no tengo en cuenta a ese Padre.
La causa de Dios, la causa del hombre, unidas.
¡Es tan fácil separarla!
¡Es tan fácil creer en Dios sin comprometerse con los demás!
¡Es tan fácil comprometerse con los demás sin tener en cuenta a Dios!
Las dos cosas juntas es lo problemático, lo difícil, pero lo completo.
Por eso Jesús da la cara.
Y ahora nosotros, en nuestra Cuaresma, ¿nos vamos a limitar a pasarla de largo?
¿Nos vamos a limitar simplemente a una serie de prácticas penitenciales, pero sin ninguna referencia al resto de la vida ni a la subida de Jesús a Jerusalén, de su opción?
¿O se trata de plantearnos por qué estamos dando la cara?
Cuando llega la hora de la verdad, que son las 24 horas del día, ¿verdaderamente vivimos la solidaridad, la fraternidad, la afiliación?
¿Verdaderamente somos auténticos con nuestro ser cristiano?¿coherentes con nuestro ser cristiano? ¿sinceros con nuestro ser cristiano?
Los dos símbolos grandes de la Cuaresma es la ceniza y la luz, lo inerte y lo vivificante.
Es una opción, a la hora de vivir dando la cara.
¿Qué escoges para ti y para los tuyos?
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