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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

jueves, 26 de agosto de 2010

¿Y los no olvidados?


“Invitados”, “cuando invites”. Hay invitados y no invitados. Los invitados pueden escoger los primeros puestos o los últimos. Pero ¿qué puesto pueden elegir los no invitados, aquellos a quienes nadie invita? ¿Qué lugar han de ocupar los no invitados?
Tal vez el Evangelio de hoy tendríamos que leerlo hoy al revés. No el Evangelio de los invitados, sino el Evangelio de los no invitados. Porque en realidad son más aquellos que nadie invita que aquellos a quienes invitamos cada día. Esos que no tienen la posibilidad ni de elegir los primeros puestos, ni tampoco los últimos.
Estoy pensando en dos tipos de no invitados:
Los no invitados por la sociedad.
Los no invitados por la Iglesia.
Los no invitados por la sociedad todos los conocemos:
Son todos los marginados.
Son todos los excluidos.
Son todos los pobres.
Son todos los que luego no pueden invitarnos.
Los que carecen de una mesa o de una silla para sentarse.
Les basta la silla del suelo y la mesa es un papel tendido sobre la tierra.
A la mesa de la riqueza y del bienestar sólo algunos tienen el privilegio de ser invitados. A la reunión de los 7 o de los 20 ahora, sólo pertenecen aquellos que lo tienen todo.
¿Quién invita a la reunión de los 7 o de los 20 a los pueblos marginados?
¿Quién les invita a los pobres del mundo?
¿Quién les invita a aquellos cuyas riquezas muchas veces explotamos los demás?
¿A caso no tienen nada que decir hoy a los países ricos?
Los no invitados por la Iglesia, tal vez pasan más desapercibidos.
La verdad que no sé cuántos pobres son invitados por la Iglesia a sentarse a la mesa de los grandes.
Tampoco en la mía veo demasiados invitados pobres.
Porque cuando alguien es invitado a mi comunidad, tiene que ser o una alta autoridad de la Jerarquía, a algún amigo al que le debemos favores.
En todos los años que llevo de vida consagrada todavía no he visto invitado a ningún pobre o mendigo.
Siempre he sentido cierto rechazo a esos titulares de los periódicos cuando hablan de que el Papa, los Obispos, los Sacerdotes en un acto de humildad han lavado los pies a doce pobres, doce ciegos o doce hombres del Asilo de Ancianos.
Porque siempre pensé que lavar los pies a un hermano, quienquiera que fuese, no era un acto de humildad sino de espíritu de servicialidad. Lavar los pies a un pobre no es un gesto de humildad sino de servicio.
¿Y quién invita a las mujeres en la Iglesia?
¿No son también ellas las excluidas en la Iglesia?
¿No las excluimos de casi todo en la Iglesia?
No las excluimos de la comunión eucarística, claro está.
Pero luego las queremos lejos del altar.
¿Contamos con ellos a la hora de tomar decisiones?
Tenemos el “Presbiterio de los sacerdotes”.
Aún no conozco “Presbiterio alguno de mujeres”.
No entro en la discusión de su exclusión del Sacerdocio.
Pero no todo es sacerdotal en la Iglesia.
Hay muchas cosas no sacerdotales en la Iglesia.
Se necesitan algo más que secretarias.
¿Pero dónde están ellas a la hora de tomar decisiones?
Si en la sociedad política mandan los ricos y son ellos que toman las decisiones para todo el mundo, en la Iglesia quienes mandan son los hombres y, son ellos, principalmente sacerdotes, los que toman las decisiones para toda la Iglesia. Incluso si se trata de tomar decisiones sobre las mujeres, o sobre el matrimonio.
Lo que pretende Jesús aquí es salir en defensa de la “comensalía” como espacio de encuentro de todos, de amistad y de fraternidad entre todos. Pero, no solo podemos hablar de “comensalía” para compartir el pan sino para compartir la vida integral.
Simón se escandalizó de que una mujer, y esta pecadora besara y lavase los pies de Jesús. ¿Aceptaríamos hoy que las mujeres lavasen los pies en la Iglesia o sólo las queremos para que nos laven los platos en la cocina?
Los discípulos pudieron discutir quién de ellos sería el mayor en el Reino de los cielos. Las mujeres aún no tienen la oportunidad cuál de ellas puede ocupar el primer lugar en la Iglesia.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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lunes, 23 de agosto de 2010

Reflexionando el Evangelio - Domingo XXI del Tiempo Ordinario. Lunes, 23 - Agosto - 2010

"Ventana abierta"


Reflexionando el Evangelio - Domingo XXI del Tiempo Ordinario


El cura de todos. P. César Piechestein


Queridos Hermanos:
En el evangelio de este domingo, el Señor nos invita a esforzarnos y a entrar por la puerta estrecha, que es la que lleva a la salvación. Pero es verdad que muchos se esfuerzan y de muy distintas maneras, aunque salta a la vista que no se esfuerzan en lo que realmente cuenta para la vida eterna.

La sociedad actual siempre está impulsándonos al esfuerzo. 
Ya no es extraño ver a personas bastante maduritas, emprender nuevos estudios (masterados, diplomados,etc) cuando ya parecería que no era necesario. Así como con el estudio, crece el esfuerzo por el trabajo, buscando mejores empleos, con mejores pagas. Vivimos en un medio donde se nos lleva por el camino del esfuerzo.

Sin embargo, aunque el trabajo, la prosperidad material y el estudio, son cosas positivas, nos podemos estar yendo por el camino errado. Por eso y para desarrollar bien la reflexión de hoy, debemos tomar el mensaje de la segunda lectura, de la carta a los Hebreos. Allí se nos habla de la corrección.

Dios, que es el mejor de los padres, nos corrige. Dice la lectura que el buen padre da azotes a su hijo para corregirlo. Creo que a todos nos ha pasado de alguna manera. Dios nos ha movido el piso, nos ha "zamarreado" alguna vez. Y son esos momentos los que nos hacen reaccionar y comprender que es lo que verdaderamente cuenta. "Los últimos serán los primeros" dice el Señor. Quizás para el mundo vale poco una persona que se preocupa más por su vida espiritual que por la material. Quien procura enriquecerse en buenas obras y no en posesiones materiales, podría ser considerado un tonto. Pero, aunque el mundo nos considere últimos, nosotros sabemos que para Dios estamos primero, pues nos estamos esforzando por entrar por la puerta estrecha.

Dejémonos corregir por Dios y agradezcamos a los hermanos que nos ayudan a ver el camino. Recuerden que la corrección fraterna siempre es una obra de misericordia que hay que saber agradecer y saber practicar también. Seguramente así daremos abundantes frutos.

Hasta el Cielo.
P. César Piechestein
elcuradetodos ... ustedes

jueves, 19 de agosto de 2010

Domingo 21 C. del T.O. Sólo el amor nos puede salvar.

"Ventana abierta"



Sólo el amor nos puede salvar
Clemente Sobrado C. P.

El Domingo 7 de marzo del 2010, El Comercio de Lima, publicaba un artículo de mi siempre admirado Paolo Coelho, titulado la “Ley de Jante”, que traducida a la vida ordinaria pudiéramos llamarla “Ley de la mediocridad”, “Ley del mínimo esfuerzo”.
Una ley que facilita una vida sin líos ni problemas con los demás. Mientras vivas agazapado en la mediocridad de cada día, nadie se meterá contigo. Claro que Coelho le da otra versión mucho más positiva y dinámica:
“Tú vales mucho más de lo que piensas. Tu trabajo y tu presencia en esta tierra son importantes, aunque no lo creas”.
Claro que, si piensas de esta forma, vas a tener muchos problemas por estar transgrediendo la Ley de Jante, no te dejes intimidar por ellos, continúa viviendo sin miedo y acabarás venciendo”.

Lo he vuelto a leer hoy al meditar el Evangelio de este Domingo 21 c del ordinario, y que yo titularía “La ley de la tacañería o de los tacaños”: “Señor, ¿serán pocos los que se salvan?”. Y que también Jesús trata de cambiar. Frente a la salvación por la ley, Jesús nos ofrece la salvación por el amor.

Claro que, al igual que la Ley de Jante, también la salvación mediante la Ley ofrece menos problemas y menos complicaciones. Cumplir la Ley es el camino de la salvación. Y quien se somete a la ley será bien acogido por los jefes y responsables. Somos santos por cumplir la ley, aunque luego nuestro corazón viva mustio y apagado, achatado e insensible para con el resto de los hombres. Cumplir la ley es no crear complicaciones a los que mandan.

Pero Jesús no ha venido a anunciar la salvación por la ley, sino la salvación por el amor. Y él mismo fue la primera víctima por no someterse a la pobreza y a la mediocridad de la Ley. Si se hubiese sometido a la Ley no le hubiese pasado nada. Nadie le molestaría ni nadie la condenaría a muerte. Pero anunciar la “ley del amor” y reducir todas las demás  leyes a dos solas: amar a Dios y amar al prójimo, es un atrevimiento que luego se paga caro.

Jesús la llama “ley de la puerta estrecha”, cuando en realidad la verdadera estrechez está en la Ley. Es que muchos se imaginan que vivir del amor es peligroso. La mayoría sigue creyendo más en la eficacia de los Diez Mandamientos que en la fuerza de las Ocho Bienaventuranzas. Siguen creyendo que el amor se presta a que cada uno haga lo que le viene en ganas y salga del control de los que mandan.

Los padres tienen más fe en su autoridad que en su amor.
Por eso luego tenemos hijos inmaduros e inseguros.
Los educadores prefieren el rigor de su autoridad a la bondad de una sonrisa, de la comprensión o de una palabra amable.
Así tenemos alumnos soldados y no hombres libres.
La autoridad tiene más fe en la fuerza que en el respeto y valoración de las personas.
Preferimos la obediencia al Derecho Canónico que el amor del Evangelio. La ley “de la mediocridad”.
La ley se convierte siempre en la medida de nuestra estatura humana y espiritual.
La ley se convierte en la meta de todo ideal. Por eso la ley impide crecer. Basta estar siempre en el mismo sitio y no pretender mayores ascensiones. Basta ser obediente, por más que nunca experimentemos la iniciativa de la creatividad personal.
Mientras tanto el amor nos hace libres.
El amor cree y se fía de las personas y las deja crecer aunque se salgan con frecuencia de los marcos establecidos y abran caminos nuevos.


Con la ley nunca tendremos héroes que escalen altas y peligrosas montañas.
Con la ley nunca tendremos héroes que se arriesguen a lo desconocido.
Con la ley nunca tendremos quienes piensen distinto a nosotros y se dediquen simplemente a repetir lo de siempre, lo que nosotros pensamos.


Es fácil vivir guiados y marcados por la ley, porque el camino ya está hecho y señalado y no hay desvíos ni cruces. Todo está señalizado en la vida. La salvación no tiene sino un solo camino. No hay peligro de equivocarse. ¿Cuántas veces no hemos escuchado que “el que obedece nunca se equivoca”?

En cambio, vivir del amor claro que es siempre más peligroso porque el amor es siempre creativo y vive de la libertad del Espíritu. Y el Espíritu es viento que sopla y empuja, recrea: “Ven Espíritu Santo y recrea la faz de la tierra”.
Vivir del amor es vivir cada día atentos a las nuevas oportunidades, a las nuevas sorpresas de la vida, a la originalidad diaria de Dios que nunca se repite.
¿Es el amor la “puerta estrecha”?  Es posible.


Porque el amor es siempre más exigente.
Porque el amor es siempre más libre y la libertad es riesgo.
Porque el amor es siempre más comprometido.
Porque el amor es siempre más generoso.
Porque el amor es siempre más atento a las necesidades de los demás.
Porque el amor es siempre más sorpresivo.


Ante la pregunta tacaña de la ley “¿Serán pocos los que se salven?” tendremos siempre la respuesta del “amor que quiere que todos se salven y que no se pierda ninguno”. Y por eso mismo “vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”.
Clemente Sobrado C. P.
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jueves, 12 de agosto de 2010

La sonrisa de María. 12 - Agosto - 2010

"Ventana abierta"


La sonrisa de María


¿Alguien ha visto alguna vez alguna imagen de María sonriéndose?
Lástima que en el aquel tiempo no hubiese cámaras fotográficas para que San José o el mismo Jesús le hubiese sacado una buena foto. Yo estoy seguro que saldría sonriendo.
Le hemos puesto todas las caras habidas y por haber. Pero eso sí, como era tan buena y tan santa, siempre seria. Cara bonita, pero seria.
Pareciera que para ser bueno y santo hay que plegar bien los labios y no enseñar los blancos dientes con una sonrisa.
Conocemos demasiado bien a la Virgen Dolorosa.
Y hasta nos conmueven sus lágrimas de madre.
¿Y conoceremos igualmente a la Virgen de la Alegría?
Porque yo estoy seguro de que María debió de ser la mujer más feliz y alegre del pueblo. Y razones tenía de sobra para ello.
¡Yo no quiero pensar que María nunca le regaló una sonrisa y hasta una linda carcajada a José!





¿Y ustedes se imaginan a una madre que no le regale cada día infinidad de sonrisas al Niño, haciéndole cuchi cuchi o haciéndole cosquillitas en la barriguita?
Sonrisas del Niño.
Sonrisas de la Madre.
Sonrisas del Carpintero.






Yo quiero la Virgen de la sonrisa esposa.
En su visita a Isabel, le bastó un simple saludo, para que, el crío que llevaba en sus entrañas la vieja, saltase de alegría. Si un simple saludo fue causa de alegría, cómo tendría que ser su presencia.


Yo quiero la Virgen de la sonrisa de la visitación.
Y el encuentro con Jesús resucitado en la mañana de la Pascua ¿a caso no fue una explosión de gozo, de alegría y de fiesta? ¿Y alguien hace fiesta sin la alegría de una sonrisa?


Yo quiero la Virgen de la sonrisa pascual.
Y su muerte, como encuentro definitivo con Dios, ¿no debió ser toda una sonrisa al encontrarse con la sonrisa de Dios que la recibía en un estrecho abrazo de eternidad y bienaventuranza?

Yo quiero la Virgen de la sonrisa del encuentro beatífico con Dios.
Y ¿qué pensamos de la Asunción de María?
¿No fue a caso la Asunción el momento de suprema felicidad de María?
¿No fue a caso la Asunción el momento de la suprema realización de María?
¿No fue a caso la Asunción el momento del supremo encuentro con Dios?



Yo quiero la Virgen de la sonrisa en su Asunción gloriosa.
Porque la fiesta de la Asunción se celebró primero en el cielo, mucho antes de que los cristianos la celebrásemos aquí en la tierra.
Y si en el cielo hacen fiesta por un pecador que se convierte, ¿qué fiesta no habrá habido en el cielo con la llegada de la que nació Inmaculada y nunca tuvo salpicadura alguna del mismo.


Yo quiero la Virgen de la sonrisa que hace fiesta en el cielo.
¿Y cómo celebraremos nosotros esta fiesta de la Asunción?
En infinidad de pueblos serán Fiestas patronales, con música y baile.
Pero ¿y en la Iglesia?
Bueno espero que la Misa sea cantada.
¿Pero con curas con una piedad y fervor que más parece dolor de estómago?
¿Con monaguillos que tienen prohibido perder su formalidad?
¿Con un Pueblo de Dios con caras largas de fervor, hasta que salgan de la Iglesia y entonces suene la fiesta?


Perdonen, pero yo quisiera que la fiesta de la Asunción de María, del triunfo glorioso en cuerpo y alma a los cielos fuese la fiesta de la Virgen de la alegría. La Virgen de la sonrisa. ¿Y ustedes, qué piensan?

Clemente Sobrado C. P. www.iglesiaquecamina.com

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jueves, 5 de agosto de 2010

"¿Lo has dicho por nosotros o por todos?"


Siempre es más fácil escuchar las campanas que suenan por otros que las que suenan por nosotros. A veces, en la vida ordinaria, se dan detalles en los que no nos detenemos pero que son bien curiosos. ¿Nunca te ha sucedido? Alguien te está llamando y tú no oyes nada, hasta que alguien te dice: “¡oye, te están llamando!” Reacción: “¿A mí?” Como si cuando llamamos a alguien siempre llamamos a los otros. Nos resulta difícil darnos por aludidos.
La actitud de Pedro, en este texto de Lucas pudiera pasar desapercibida, y sin embargo me resulta sumamente curiosa y hasta cuestionadora: “Señor, ¿todo esto lo has dicho por nosotros o por todos?” ¿Lo has dicho por nosotros o por los demás? Siempre es más fácil escuchar las cosas que afectan a los demás que aquellas que nos afectan a nosotros personalmente.
Es más fácil escuchar la Palabra de Dios para los demás que no escucharla como dicha para nosotros mismos:
¡Qué bien le viene esto a mi marido!
¡Qué bien le viene esto a mi esposa!
¡Qué bien le viene esto a fulanito!
Diera la impresión de que la Palabra de Dios siempre le viene a medida al resto, menos a nosotros mismos.
Recuerdo haberlo escuchado siendo estudiante. Había en Bilbao un sacerdote muy célebre, porque era de los que no tenía pelos en la lengua. Y decía las verdades a pedradas. Un día parece que habla sobre los ricos y debió de ponerlos bien en su sitio.
Y había una Señora ya mayor, que según decían ni sabía lo que tenía de lo rica que era. Y se encontró con un sacerdote de nuestra comunidad y muy suelta de lengua le dice: “Padre…. ¿ya escuchó el otro día a Don Claudio? ¡Qué cosas dijo contra los ricos, Padre, y qué bien dichas! Los ricos para ella eran los otros, no para ella que se pudría en dinero.
Es posible que no en la misma medida pero que a muchos de nosotros nos suceda lo mismo. Escuchamos por otros y para otros. Y a nosotros ni nos salpica.
¿Que hay violencia en el mundo? Ah, pero de eso tienen la culpa los otros.
¿Qué hay hambre en el mundo y muchos se mueren porque no tienen qué comer? Ah, pero de eso tienen la culpa los otros. A mí que me registren.
¿Qué hay muchos ancianos abandonados? ¡Vaya hijos los de hoy!
¿Qué hay enfermos a quien nadie visita? ¡Es que la gente hoy solo piensa en ella misma! Claro, yo no soy gente.
¿Qué la gente hoy no colabora? Es que hay demasiado egoísmo. Pero yo no muevo en dedo.
¿Que la Iglesia anda mal? La culpa la tienen los curas.
¿Que muchos abandonan la Iglesia? Eso es culpa de los de arriba.
Todos los demás son los culpables. Nosotros los inocentes.
Lo difícil es escuchar la Palabra de Dios como dicha para mí.
Lo difícil es sentir el dolor de los demás como compromiso para mí.
Lo difícil es ver esas fotos de niños con hambre como enviadas para mí.
Señor, cuándo proclamamos tu Palabra ¿es para mí o es para los demás?
Señor, cuándo vemos los pecados de tu Iglesia, ¿soy yo culpable o los demás?
Dios habla a todos. Pero me está hablando a mí.
Dios habla a todos. Pero se dirige personalmente a mí.
¡Qué fácil me resulta como sacerdote interpretar la Palabra de Dios para los fieles que me escuchan!
¿Pero la interpreto primero como dicha para mí?
Jesús dijo un día que si no creían a sus palabras, creyesen al menos a sus obras.
La mejor predicación de la palabra será cuando los demás la puedan leer en mi vida.
El mejor anuncio de la solidaridad será cuando me vean solidario a mí.
El mejor anuncio de la comprensión será cuando me vean a mí comprensivo con todos.
Mi mejor homilía será aquella que los fieles puedan reconocer en mi vida.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 29 de julio de 2010

Una Iglesia en un granero


La historieta creo haberla leído en A. De Mello. Bueno, si es de otro, que me perdone. Dos hermanos decidieron repartir la herencia de sus padres que eran agricultores. Uno era soltero y el otro casado. Como buenos hermanos repartieron el trigo a partes iguales. Pero el soltero pensó: bueno, yo soy soltero y necesito menos que mi hermano que está casado, tiene mujer e hijos. Y así de noche iba y sacaba en un poco de trigo de sus sacos y lo echaba en los sacos de su hermano.
Pero resulta que también el hermano casado sacó sus cuentas. Bueno, yo tengo suficiente, además tengo esposa y tengo hijos, mientras que mi hermano tiene que vivir solo. Y cada noche bajaba al granero y echaba algo de su trigo en los sacos de su hermano. Así pasaron los días hasta que una noche, por esa coincidencias de la vida, los dos se encontraron en el granero haciendo la misma faena. Se sonrieron. Se dieron un abrazo.
La noticia cundió por el pueblo. Cuando murieron los dos hermanos el pueblo decidió levantar en aquel lugar una Iglesia. ¿Qué mejor lugar para una Iglesia que un granero donde en secreto se vivía la caridad y el amor fraterno?
Lo que realmente nos diferencia a los hombres es el corazón y no el montón de trigo que llena nuestros  graneros.
Lo que definitivamente nos diferencia a todos es:
Si en vez de pensar en uno mismo pensamos en los demás.
Si en vez de pensar en nuestras necesidades pensamos en las de los otros.
Si en vez de amontonar para nosotros decidimos compartir con los demás.
Si en vez de pensar que yo soy soltero y necesito asegurar mi futuro porque luego no tendré nadie que se preocupe de mí, prefiere cada noche compartir su trigo con el hermano que posiblemente tenga más necesidades hoy.
Es interesante el comentario de Benedicto XVI cuando habla de la justicia y la caridad.
Muchos se imaginan que la caridad solo es un parche a las necesidades de los demás. La caridad es pan para hoy y hambre para mañana.
Y para ello, es preciso acudir a la justicia.
Hoy tiene mejor prensa la justicia que la caridad o el amor.
Pero la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde.
En tanto que la caridad va mucho más allá de la justicia. Es compartir de lo nuestro para que el otro tenga más de lo que le toca.
Es necesaria la justicia.
¿Pero será suficiente la justicia sin amor?
Por la simple justicia lo mío es mío, aunque el otro se muera de hambre.
Por la simple justicia el pobre tiene lo que le toca y el rico almacena lo que realmente él sembró.
La justicia puede terminar por ser una “codicia justa”.
En tanto el amor mira mucho más lejos que nuestros propios graneros.
La codicia nos hace exclamar: “hombre, tienes acumulado para muchos años; túmbate, come y bebe u date buena vida”.
En cambio, el amor contempla todo lo que uno tiene, pero inmediatamente se fija en que otros no pueden tumbarse, ni comer ni beber ni darse buena vida, porque viven cada día escuchando la misma música de sus necesidades.
El hombre de la parábola posiblemente era justo. Lo que tenía era suyo. Le pertenecía.
Pero carecía del sentimiento de la solidaridad, del sentimiento del compartir, del sentimiento de amor.
Es la historia de estos nuestros dos hermanos.
Habían repartido con sentido de justicia.
Pero luego el amor de sus corazones les llevó a compartir de lo suyo con el otro en el secreto de la noche.
Hasta que el secreto se hizo día en sus almas, se hizo encuentro fraterno y se hizo sonrisa y se hizo abrazo.
¿Hay mejor lugar para construir una Iglesia que un granero donde la justicia se hace caridad y donde la codicia se hace generosidad?
La Iglesia está llamada a ser justa y a anunciar la justicia.
Pero sobre todo, la Iglesia está llamada a ser el testigo fiel del amor que proclama Jesús en el Evangelio.
Dios es justo. Pero con la justicia que se encierra en el amor.
Dios es justo. Pero Dios es, por encima de todo, amor.
Dios es justo con la justicia del amor “hasta entregar su vida por los demás”.
La justicia no debe hacernos olvidar el amor, como el amor no debe hacernos olvidar la justicia.
¡Qué bueno hubiese sido que la parábola de Jesús terminase: “hombre tienes suficiente, come y bebe y date buena vida, porque hoy todos los hombres tienen lo suficiente para vivir, para comer y beber y vivir una vida digna de su condición humana”.
Clemente Sobrado C. P.

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jueves, 22 de julio de 2010

No es fácil rezar el Padre nuestro


Me sucedió con un caballero: “Por penitencia rece un Padrenuestro”. Se me echó a reír y me dice: “¡Tan poquita cosa!”. Y le dije: “Si eres capaz de rezarlo bien, es suficiente”.
Es que nos hemos acostumbrado a rezar el Padre nuestro con tanta facilidad que casi nos sale espontáneo y lo rezamos sin enterarnos de lo que decimos. Cada vez estoy más convencido de que eso de rezar un Padre nuestro no es nada fácil, sino bien difícil. Debiera ser fácil. Pero termina siendo difícil.
Los discípulos, en el Evangelio de Lucas, comienzan por pedirle a Jesús que les “enseñase a rezar”. Y Jesús, a diferencia de todos estos maestros modernos que comienzan por enseñarnos toda una serie de técnicas, simplemente les enseñó el Padre nuestro.
A nosotros, desde niños, nos han enseñado a aprenderlo de memoria. Es posible que fuese la primera oración que aprendimos de memoria y que comenzamos a rezar, sobre todo al acostarnos.
Lo aprendimos de memoria como aprendimos a sumar, restar, multiplicar y dividir.
Pero ¿alguien nos enseñó a rezarlo?
Porque una cosa es saber y decir de memoria el Padre nuestro.
Y otra muy distinta es saber rezarlo.
Porque eso de rezar no es decir palabras de memoria.
Jesús mismo nos previene que no usemos demasiada palabrería.
Porque rezar es entrar en comunión de sentimientos con el mismo Jesús.
Porque rezar es abrir nuestro corazón al corazón de Dios.
Porque rezar es poner en sintonía y afinamiento nuestro corazón con el corazón de Dios.
Y porque rezar el Padre nuestro es entrar en la vivencia del Evangelio del Reino.
Pienso que Jesús mismo trató de enseñarnos esa pedagogía al decirnos que oremos comenzando por decir: “Padre nuestro”.
Todo comienza con una experiencia de Dios como Padre.
Todo comienza con una experiencia de sentirnos hijos de Dios.
Todo comienza con una experiencia de comunión con todos los hermanos.
Es decir, comenzamos por crearnos un clima espiritual y una vivencia de paternidad, filiación y fraternidad. Y sólo desde ese clima y esa vivencia tienen sentido el resto de invocaciones y peticiones.
Los discípulos pensaban en orar como los discípulos de Juan.
Pero Jesús los sitúa en un marco distinto al de Juan.
La oración del cristiano comienza con una visión, una experiencia y una vivencia distinta de un Dios también distinto. Por eso la oración refleja muy  bien, nuestra idea de Dios. Alguien lo expresó muy bien “dime cómo rezas y a quién rezas y te diré como es tu Dios”. Que pudiéramos traducir también: “dime como es tu oración y te diré cómo es tu fe”.
En las primeras comunidades cristianas, el Padre nuestro pertenecía un tanto al secreto de las comunidades. Y que sólo se enseñaba cuando el catecúmeno había profundizado en su experiencia de fe. Es que sin una verdadera fe no se puede rezar el Padre nuestro, porque implica descubrir primero al Dios de Jesús, al Dios revelado por Jesús, que es el Dios Padre.
Por eso mismo, para rezar bien el Padre nuestro necesitamos poner como base ambiental tres experiencias fundamentales:
La experiencia de Dios como “Padre”.
La experiencia de que no rezamos solos sino como comunidad de hijos-hermanos.
La experiencia de que somos la gran familia de Dios “nuestro”.
Podemos rezar desde la soledad, pero nunca rezamos “solos”.
Rezamos siempre unidos a toda la comunidad y familia de Dios.
Unidos a todos los hombres, en nombre de todos los hombres.
En nombre de toda la Iglesia.
No rezamos como “huérfanos”, pero tampoco “como hijo único”.
Rezamos como “familia numerosa”.
Los músicos, antes del concierto, comienzan por afinar los instrumentos poniéndolos todos en el mismo tono. El cristiano para rezar el Padre nuestro tiene que comenzar también por afinar su corazón.
Ponerlo en tono de paternidad divina.
Ponerlo en tono de filiación divina.
Ponerlo en tono de fraternidad divina.
Cuando hayamos sintonizado bien estas tres experiencias, ya será más fácil entender lo de “tu nombre”, “tu reino” y “tu voluntad”, como también “nuestro pan”, “nuestro perdón” y “nuestras tentaciones”.
Rezar en entrar en los sentimientos de Jesús orante, también aquí pudiéramos decir, “cuando oréis, tened en vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 15 de julio de 2010

Cocinar está bien, escuchar está mejor


Resulta simpática esta página del Evangelio de Lucas. Marta y María y Jesús. La una metida en la cocina sin enterarse de lo que pasa en la sala de estar. Mientras tanto, María, se olvida de los pucheros y prefiere sentarse a los pies de Jesús y escuchar su palabra.
Es bueno el “servir” que es el oficio de Marta. Pero mucho mejor es el oficio de María: “estar con” y “escuchar”. Nadie dudaría de que, si llegado el mediodía, no hay almuerzo prepa- rado, todos se hubiesen quejado. Pero también es cierto que, tener un invitado en casa y dejarlo solo viendo televisión, por causa de los pucheros, tampoco resulta demasiado elegante.
En la vida se necesitan las dos cosas. Se necesita el servicio de la cocina y se necesita el acompañamiento del que está con nosotros. Se necesita trabajar para ganarse el pan de cada día y se necesita de un tiempo para encontrarnos como personas. Aquí Lucas no plantea en modo alguno la primacía de lo contemplativo sobre la vida activa, sino más bien, lo que es y debe ser esencial en la relación de las personas.

“Sentada …”

Cuando se trata de escuchar a alguien no valen las prisas.
Sólo se escucha bien cuando uno está tranquilo y no mirando al reloj.
Sólo se escucha bien sentados, señal de que tengo todo el tiempo para ti.
Sólo se escucha bien cuando el otro se siente cómodo porque sabe que no nos está quitando nuestro tiempo.
Una de las condiciones para hablar y escucharnos es que tú y yo nos sintamos a gusto, sintiendo que tú eres importante para mí y yo soy importante para ti.

Estar con Jesús

“Estar con Jesús” para escucharle. Quien no tiene tiempo para “escucharle a El” nunca llegará a intimar con El ni nunca llegará a compartir sus sentimientos. Por algo Pablo pide a la comunidad cristiana “sentid en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús”.
Estar con El, escucharle, disponer de tiempo suficiente para prestarle nuestra atención es el primer paso para interiorizar y profundizar en la relación espiritual y de fe con Jesús. De lo contrario, nuestra relación con El será siempre una relación de segunda mano, escuchando lo que otros han sentido y experimentado. Y la verdadera fe sólo es posible cuando uno mismo hace la experiencia de El como persona.
Es una pena cuando el creyente dice que no tiene tiempo para regalarse un rato de silencio para escuchar a Dios en su corazón. No tener tiempo para escuchar a Dios significa que muchas otras cosas son mucho más importantes y que a Dios lo reducimos a una especie de Post Data: “si tenemos tiempo”. Por eso también nuestra fe suele ser casi siempre de segunda mano.
Creemos por lo que otros han sentido y experimentado.
Creemos por lo que otros dicen de El.
Pero no creemos “porque nosotros mismos lo hemos visto y le hemos oído y escuchado”.

“Estar como pareja”

También la pareja necesita comer. También los hijos necesitan comer. Con el estómago vacío pareciera que también el amor languidece. Gregorio Marañón decía en uno de sus libros que, el éxito del matrimonio entre los vascos, estaba en que las mujeres conocían muy bien los gustos culinarios y los estómagos de sus maridos.
Yo no sé si la cocina será suficiente para mantener la alegría y el gozo de la pareja. De lo que sí estoy convencido es que cada uno de ellos necesita de la presencia y la compañía del otro y que el otro tenga tiempo para regalarle cada día.
Uno de los problemas hoy de la pareja es que no tienen tiempo para ellos mismos. El trabajo, y el ganar unos dinerillos más, les absorben todo el tiempo. Y el tiempo que disponen es un “tiempo de cansados y fatigados”, por tanto un “tiempo de aburrimiento”, pero en manera alguna un “tiempo de relación, de escucha y relajación”.
Amar es saber escuchar.
Amar tener tiempo para estar a tu lado.
Amar es tener tiempo para prestarte atención.
Amar es tener tiempo para decirte que tú eres ahora lo más importante.
Amar es tener tiempo para ti.
Amar es tener tiempo para hacerte sentir que escucharte es importante para mí.
Amar es tener tiempo para compartir juntos nuestros sentimientos, nuestras alegrías, nuestras penas y preocupaciones.

Estar como padres

Tampoco solemos tener tiempo para escuchar a los hijos.
Porque también los hijos quieren sentir que ellos son importantes.
Porque también los hijos quieren sentir que alguien les escucha.
Porque también los hijos necesitan sentir que son algo más que consumidores de “loncheras” o de comida.
También ellos quieren decirnos algo y manifestarnos sus sentimientos.
Y cuando nadie les escucha es que nadie les da importancia.
¿No será por eso que prefieren la calle, porque allí sus amigos sí les escuchan?
En la vida humana y espiritual se necesitan Martas que huelan a pucheros.
Pero también se necesitan Marías que prefieren dedicar su tiempo a escuchar a los demás. ¿Cuánto tiempo disponemos para “estar con” y para “escuchar al otro”?
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 8 de julio de 2010

Saber detenerse en el camino


Muchas veces me he preguntado: “¿en qué consiste ser cristiano hoy?”
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”. Confieso que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”.
Reconozco que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.
En mi vida he leído demasiados libros con títulos bien provocativos: “La esencia del cristianismo”. Confieso que hasta ahora me han complicado más la vida que todo lo que me han aclarado en mis dudas. En cambio, de una manera más simple y sencilla, con una simple parábola, Jesús me acaba de aclararlo todo.  “detenerse en el camino y no caminar dando rodeos cuando alguien me necesita”.
La fe de los piadosos
Muchos nos damos por satisfechos con ser piadosos. Rezamos mucho. Oramos mucho. Comulgamos todos los días. Realmente Tenemos una relación muy buena con Dios. Bueno, eso creemos nosotros.
¿Será suficiente ser piadosos para ser buenos creyentes?
El Sacerdote “que bajaba por aquel lugar” era un hombre piadoso. Venía de Jerusalén, posiblemente de cumplir con los servicios del Templo.
El Levita también venía de Jerusalén, posiblemente de hacer comentarios e interpretaciones de la ley.
Sin embargo, fueron incapaces de detener su paso y acercarse al hombre caído y maltrecho del camino. Muy devotos de Dios, pero demasiado insensibles hacia el necesitado. A Dios se dirigían cada día de una manera directa. Pero llegados al hombre herido, prefirieron “dar un rodeo y pasar de largo”. “Ojo que no ve corazón que llora”.
Nuestra piedad puede ser un gran peligro. Puede llevarnos a la autosatisfacción de sentirnos bien con Dios, y asegurarnos así nuestra salvación, pero haciéndonos insensibles ante los problemas del hombre que tenemos a nuestro lado.
Me gusta lo que escribe Benedicto XVI en su Encíclica “Dios es caridad”: “Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre al prójimo solamente como al “otro”, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo “piadoso” y cumplir con mis “deberes religiosos”, se marchita también la relación con Dios”. (DC 18)

Y añade: “Será únicamente una relación “correcta” pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mi ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama”. (id 18)
La piedad y los actos piadosos son buenos, pero tienen el peligro de engañarnos. Tienen el peligro del individualismo religioso, de encerrarnos sobre nosotros mismos y en nuestra religiosidad, y de olvidarnos del compromiso con los demás.
Un hombre poco piadoso
No sólo poco piadoso, sino pagano, infiel. Un samaritano.
También él pasa por el mismo camino. También él ve al hombre caído y descalabrado por unos bandidos.
Posiblemente rezaba poco. Pero su corazón se enterneció ante aquel desconocido herido en el camino.
Posiblemente también él llevaba prisa por llegar a destino. Pero la atención al hombre necesitado era más urgente que sus prisas.
Ni dio rodeos ni pasó de largo. Bajó del caballo, le vendó las heridas y se lo cargó hasta dejarlo en una posada. Y se hizo cargo de los gastos que todos los cuidados implicaban. “Lo que gastes de más yo te lo pagaré  a la vuelta”.
No se fijó si era judío o cualquier otro. Para él era un hombre.
No se fijó si era uno de los que no se hablaba con los samaritanos. Era un necesitado.
No se fijó si alguien lo veía. Le era suficiente que él pudiera verlo herido.
No pensó que con ello se ganaría el cielo. Sencillamente manifestó su amor al prójimo.
No se le veía mucho por la Iglesia. Pero se le veía vendando las heridas de los demás.
No era muy amigo de curas. Pero llevaba dentro el amor al prójimo.
No daba mucha limosna a la Iglesia. Pero no le dolió abrir la billetera y gastar lo que fuese necesario para curar al hombre herido.
No se preguntó si sería un hombre bueno o se había merecido la paliza. Sencillamente vio en él a un hombre.
No se preguntó si algún día le devolvería el favor. Le bastó saber que era un hombre y estaba en malas condiciones.
“La religión puede endurecer el corazón de muchas personas“… “Terminan por dar más importancia a sus observancias que al dolor y las humillaciones que padece la gente”. (J.M. Castillo)
No hay verdadero amor a Dios donde falta el amor al prójimo. Y “mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar” (Benedicto XVI n.15) El segundo mandamiento es igual al primero. ¿Lo sabíamos?
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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jueves, 1 de julio de 2010

La mies es la misma y más abundante


Al leer el Evangelio de hoy me viene a la mente un recuerdo de mi infancia. En el pueblo, digamos en la aldea, no había fuentes de trabajo. Por eso, cuando llegaba el verano, el tiempo de la siega, la aldea se quedaba casi vacía de hombres y mujeres. Todo el que podía hacer algo se iba a Castilla para segar el trigo. Era un tiempo feliz donde la gente podía ganarse “alguito”, que para una aldea era mucho.
Los años han pasado y hoy nadie va a segar a Castilla. Las máquinas modernas han suplantado a las personas. Los amplios campos de trigales de Castilla ya no están para que ser segados con la hoz ni empacados en pequeños paquetes de paja con su espiga. Hoy todo lo hace la máquina. Siega, trilla y empaca. Han cambiado los tiempos.
Me pregunto ¿qué diría Jesús hoy si vieran estas tremendas máquinas segadoras que lo hacen todo? El mundo es más grande que Castilla. Y las mieses siguen siendo abundantes. Lo que sucede es que estas mieses en las que piensa Jesús no pueden segarse con la hoz ni con las máquinas. La imagen de la “mies” es realmente significativa. Y sigue siendo válida. Y eso de los “obreros son pocos” tampoco creo que ha perdido su actualidad.
Pero, no puedo olvidar lo de la siega de mis tiempos de los trigos de Castilla. Los campos siguen siendo los mismos. Los trigales posiblemente son muchos más en el día de hoy. Pero han cambiado los sistemas.
Me sigo preguntando, ¿y nosotros seguiremos siendo los segadores de hace tantos años o no tendríamos que cambiar también de sistemas? Es posible que hace unos años los obreros de los campos y las mieses del Señor tuviesen su manera de sembrar y de segar. Pero también hoy han cambiado mucho las cosas.
Los hombres siguen siendo los mismos, pero también diferentes.
Las inquietudes y problemas de los hombres siguen siendo los mismos, pero también diferentes.
El corazón de los hombres sigue siendo el mismo, pero también diferente.
Antes se podía llevar un sermón repetido en infinidad de sitios, prescindiendo de la realidad de cada situación.
Se podía hablar sin tener en cuenta la realidad de cada corazón y de cada mente.
Hoy posiblemente esto ya no sirva. Tampoco nosotros podemos trabajar la mies del Señor con la antigua hoz. Y necesitemos cambiar de sistema. Tal vez no nos sirvan las nuevas máquinas segadoras de Castilla, pero sí necesitemos buscar los nuevos modos y sistemas de acercarnos a los hombres y de anunciar el Evangelio. Es posible que ya no nos sirvan los sermones del pasado y tengamos que redactar sermones nuevos, pero primero escuchando a los hombres, entrando en sus corazones, en su mundo, en sus preocupaciones y problemas.
Es más. Tal vez ya no nos sirva el sistema de contar con grandes masas que nos escuchen y tengamos que acercarnos a cada uno en particular y hablarle a cada uno el lenguaje que él pueda entender. Nadie cuestiona hoy en Castilla que antes se segaba todo con la hoz y se necesitaba de mucha gente. Tampoco nadie debiera cuestionar hoy el cambio de nuestra manera de proclamar y anunciar el Evangelio hoy.
Tal vez hoy no necesiten de sermones, pero sí de alguien que les escuche primero.
Tal vez hoy no necesiten de muchas palabras, pero sí de alguien que les tienda una mano y los acompañe en el camino como Jesús con los dos de Emaús.
Tal vez hoy no necesiten de muchos discursos dichos desde los púlpitos de las Iglesias, pero sí de más encuentros personales en la calle, en el hogar, en la oficina o incluso en su mundo de diversión.
Tal vez hoy no estén dispuestos a que les demos nuestras ideas, sino que les ayudemos a que sean ellos mismos los que se encuentren con el Evangelio.
Pero, claro, esto es posible que requiera de muchos más obreros. Y nos convierta a todos en segadores, aunque yo preferiría decir que, más que segadores, que a todos nos encanta segar lo que ya está maduro, el Evangelio necesite hoy de más sembradores.
Se necesite más de una pastoral personal, capilar, de contacto individual.
Se necesite más de una pastoral de siembra.
Se necesite más de una pastoral de acompañamiento hasta que la gente encuentre por sí misma su verdad y sus respuestas.
Recordemos a la Samaritana del pozo. Luego de abrirles el camino para el encuentro con Jesús, todos dicen felices: “ahora creemos no porque tú nos lo has dicho, sino porque nosotros mismos lo hemos visto”.
Los hombres son los mismos.
El Evangelio también es el mismo.
Los caminos son diferentes.
Los métodos son distintos.
Y los encargados de anunciar el Evangelio, la Iglesia, también debemos ser distintos.
Las máquinas han suplido mucha mano de obra. Pero el Evangelio necesita cada día más obreros, más mano de obra. Las máquinas han dejado a muchos sin trabajo. El anuncio del Evangelio necesita cada día más trabajadores. En esa mies del Señor, todos tenemos algo que hacer. Todos estamos llamados e invitados. Aquí nadie podrá decir que no tiene empleo o trabajo.
Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com
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viernes, 25 de junio de 2010

A Dios le pedimos documento de Identidad

Los hombres necesitamos pedirle sus credenciales a Dios, su DNI, con el que identifique. (Foto: Educared)

Los hombres necesitamos pedirle sus credenciales a Dios,
 su DNI, con el que identifique.
 (Foto: Educared)

Siempre tenemos razones para resistirnos a las llamadas y la visitas de Dios. Jesús tiene experiencia de estas resistencias y razonamientos del corazón humano. Juan ya lo expresa en su Prólogo al Evangelio cuando dice:
“En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella (la Palabra), y el mundo no la conoció”. (Jn 1,10)
“Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”. (Jn 1,11)
Y ahora que Jesús visita a su pueblo lo vuelve a experimentar en carne propia. Como siempre, los hombres necesitamos pedirle sus credenciales a Dios, su DNI, con el que identifique. A Jesús se lo dijeron bien claro, pese a que “se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”. “Haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún”.
Me encanta aquel texto de Tagore cuando escribe:
“Mi huésped ha llegado a casa esta mañana de otoño.
¡Dale, corazón mío, la bienvenida con una canción!
Que tu canto sea como ese azul que tu sol ilumina, como ese aire húmedo del rocío, como el oro exuberante de las mieses; la canción de esas aguas sonoras.
O, mejor permanece callado en su presencia, mirándolo a la cara, y después deja tu hogar y márchate a su lado en silencio”.
Reconocen que tiene “palabras de gracia”, de salvación, de liberación. Pero tampoco ellos quieren creer a la palabra de Dios. Le exigen señales, signos que lo acrediten. ¿Por qué será que en la puerta de nuestro corazón Dios siempre encuentra una especie de aduana para revisar su equipaje antes de darle paso y abrirle la puerta?
Dios no es de los que empuja la puerta. Es de los que llama. Es los que toca primero y pide permiso. Y nosotros acudimos al principio constitucional de la “inviolabilidad de nuestra casa, de nuestro corazón.
¿No sería mejor que lo recibiésemos dándole la bienvenida con una canción?
O incluso, ¿no sería mejor que nos quedásemos pasmados y admirados de su amor y su cariño por nosotros, en callado silencio ante su presencia? ¿No sería mejor mirarle a la cara y descubrir en ella su sonrisa de gracia y de amor? Para que enamorados de él, también nosotros “dejásemos el hogar” de nuestras seguridades y de nuestros intereses y, decidiésemos marcharnos con él, a su lado como los discípulos, en silencio.
Dios no nos pide ni exige nada cuando quiere ser nuestro huésped.
Dios no nos cobra ni nos pide señal alguna.
Dios solo quiere que le abramos la puerta, que le aceptemos gozosos, cantando la canción de las “aguas sonoras”. ¿A caso nos parece un precio demasiado elevado para quien llega a nosotros con “palabras de gracia”?
Un día me encontré con un joven desesperado consigo mismo. “Mi vida, Padre, es un asco. Yo siento asco hacia mí, porque he vivido una vida vacía metida en todos los lodazales. Y como verá, para mi edad de veintiséis años, es un verdadero asco. Y no sé qué hacer con ella”.
En ese momento yo tenía en mis manos uno de los volúmenes de la Obra de Tagore. Y le respondí: ¿quieres que te lea unas frasecitas no más? Escucha:
“Perdí mi corazón por el camino polvoriento del mundo; pero tú lo cogiste en tu mano. Se esparcieron todos mis deseos, tú los recogiste y los fuiste enhebrando en el hilo de tu amor. Vagaba yo de puerta en puerta, y a cada paso me acercaba más a tu portal”.
¿Quién es ese tipo? Puedes ser tú mismo. ¿Pero de quien es esa mano y ese portal? Es la mano y el portal de Dios. ¿Y usted cree que Dios se va manchar las manos con esta basura? Le encanta ensuciarse las manos con toda la basura del corazón humano.
¿Pero eso tendrá un precio? Ninguno. Al contrario, es El quien paga por llevarse esa basura de tu vida. Pero ¿y qué debo hacer, porque a mí no me parece nada fácil? Facilísimo. Basta que tú te dejes, que abras la puerta de tu corazón y le dejes entrar. ¿Y qué negocio piensa hacer Dios con la basura de mi vida, también él la recicla? Efectivamente la recicla cambiando tu corazón y tu vida en un corazón y en una vida nuevos.
Lo llevé a la Iglesia y lo dejó solo ante el Sagrario en silencio. Yo me alejé un poco y dejé que se desahogase en lágrimas ante el Señor. Cuando se levantó, limpió con el pañuelo sus ojos y me pidió lo confesara. Lo hice allí mismo sentados en una banca. Desde entonces, cada vez que me encuentra me saluda siempre con “aquí la basura reciclada”.
No le pidamos a Dios documentos de identidad. Escuchemos sus “palabras de gracia” y dejémosle entrar y recibámoslo con una sonara canción.

Oración

Señor: reconocemos la belleza de tus palabras y luego las echamos al olvido.
Te pedimos te acredites ante nosotros. Ya ves que somos desconfiados.
Nos fiamos de cualquiera, menos de Ti.
Abrimos nuestra casa a muchísima gente, pero todavía no te hemos abierto las puertas a Ti.
Di palabra de gracia a mi corazón.
Que no ponga excusas y problemas a tu entrada.
Que siempre esté abierto a tus llamadas
y mi respuesta sea una canción agradecida.
Clemente Sobrado C.P.

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