"Ventana abierta"
Archidiócesis de Sevilla
Beatriz Melguizo
Cambiar el mundo
Esta lámina, de un
ABC antiguo, me la regaló enmarcada hace tiempo mi buena amiga Mariló y la
tengo en la cocina de casa.
Preparando hoy la comida, y encomendándome a la Virgen “para que saliera
buena”, me inspiró el título del post.
Si observamos la pintura, vemos a la Virgen en una escena cotidiana con su
hijo de pequeño. ¡Con qué naturalidad se desarrollaría esta escena
en la cocina del Hogar de Nazaret, ¿verdad?!
María en su cotidianidad, a los ojos del mundo, estaba simplemente
cocinando y pendiente de su hijo como otras madres; pero a los ojos de Dios,
estaba cumpliendo una Misión divina y por tanto, santificándose.
Como nos decía Santa Teresa: “Entended que, si es en la cocina, también
entre los pucheros anda el Señor”.
Una manera de santificarse es ofrecerle el trabajo a Dios. Haciendo las
cosas “con sentido de trascendencia” y no por rutina.
En casa, desde pequeños, cuando le decíamos a mi madre: “qué
rica está la comida”, siempre nos contestaba: “Es que
está hecha con amor”.
Se trata de hacer santa cualquier actividad realizándola por amor a Dios y
a los hombres, con la misma perfección que uno pueda hacerla y ofrecerla a la
vez en unión con Cristo por la redención del mundo. Así siempre dará fruto
apostólico.
Santifiquemos no sólo nuestro trabajo, sino el ambiente donde lo
realicemos. La oración es nuestra mejor arma para conseguir todo lo anterior.
De esta manera, podremos conseguir transformar el mundo entero en el “hogar” de
los hijos de Dios; haciendo que éste sea el “hogar de Nazaret”.
San Josemaría decía:
“La
santificación del trabajo ordinario constituye como el quicio de la verdadera
espiritualidad para los que —inmersos en las realidades temporales— estamos
decididos a tratar a Dios”.
Amigos de Dios, 61
«Canta pero camina; mantén tu trabajo cantando; no te dejes llevar de la pereza; canta y camina». ¿Qué quiere decir «camina»? Progresa, progresa en el bien […], progresa en la verdadera fe, progresa en la santidad. Canta y camina”. (S. Agustín, Sermón 256).
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