"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
ESCUCHA, NUESTRO DIOS ES EL ÚNICO SEÑOR
28 Acercándose uno de los
escribas que le había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le
preguntó: « ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? »
29 Jesús le contestó: «El
primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor,
30 y amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas.
31 El segundo es:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que
éstos.»
32 Le dijo el escriba:
«Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro
fuera de Él,
33 y amarle con todo el corazón,
con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si
mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»
34 Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas. (Mc. 12, 28-34)
He aquí el primer mandamiento y el único. ¿Por
qué nuestro corazón se complica tanto al acercarnos a Dios y buscar de qué
forma lo amaremos mejor? Todo lo que es confuso y carece de claridad, no es de
Dios, porque “Dios es Luz sin tiniebla alguna”. Y Jesús, respecto al
primer mandamiento, nos habló sin ninguna oscuridad. Nos puso delante
a su Padre-Dios. ¡El, qué bien lo conoce, porque es su Hijo
Único! Y, nos dijo: “Ámale, porque Él es el Amor
y tu Creador y, por un acto de amor has sido creado. Él es
el ser Único y todo sale de Él y a Él vuelve, pues el fin
de todas las cosas y el del hombre, es dar gloria y alabanza a Dios con
todo su ser.
¿Es que puede haber objeciones ante Dios?,
¡no!, lo nuestro es aprender, más y mejor cada día, cómo “amar a Dios con
todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todo
nuestro ser”. Y, para que este amor no se quedara en el aire, nos
puso delante al prójimo, un hijo de Dios como yo y, por
tanto, mi hermano en la naturaleza y también por la gracia.
Y Jesús nos aseguró que, amando a este hombre,
estamos amando a Jesús en él: Yo soy ese herido en el camino de la vida; Yo soy
ese hambriento que me pide pan; Yo soy ese sediento de vida y verdad que me
reclama la Palabra de Dios y una encarnación de la misma en mi vida: ser otro
Cristo misericordioso. Si todo este programa está en nuestro horizonte de la
vida, podremos oír de nuestro Padre-Dios: “¡Ven, hijo, siervo bueno y
fiel, pasa al banquete de tu Señor!”. Con las armas de su misericordia,
podremos presentarnos humildemente ante Él porque, por delante, irá nuestro
hermano agradecido. Y oiremos de Jesús: “no estás lejos del Reino de Dios”.
El Señor sabe que proclamar este mandamiento
puede estar muy prendido en mi boca, pero el cumplirlo como Jesús ha
hecho, esto excede nuestras fuerzas porque el pecado, que siempre nos
acompaña, nos pone delante el egoísmo y el olvido de mi hermano y a veces hasta
el olvido de Dios por adherirme a otros dioses. ¡No es tan difícil
que esto nos suceda y, si miramos la historia de
Israel, el Pueblo de Dios, ¡lo comprenderemos mejor! Sólo su
gracia, que procede de su misericordia, hará posible el ir
haciéndonos, poco a poco, fieles al amor de
Jesucristo. ¡Él, sí que es el Testigo Fiel! ¡Jesús
amó al Padre sobre todas las cosas y por esto hizo
en todo su voluntad, aunque a veces le resultará costoso y
difícil: “¡Padre, si es posible, que pase de mí
este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya!”. Y esta
voluntad divina, ¡lo llevó a la Cruz, y por ésta todos somos santificados!
Así, pues, ¡Señor Jesús, hazme beber del manantial de tu gracia para cumplir tus mandamientos con gozo y santidad y amarte sobre todo! ¡Amén! ¡Amén!
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