"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
CONOCEMOS AL HIJO, PORQUE ÉL SE NOS REVELA
25 En aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños.
26 Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
27 Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. (Mt. 11, 25-27)
Nuestros delirios de grandeza y lógicas humanas se rompen ante “los gustos de Dios” que no son los nuestros. Él ama a los humildes y a los pequeños por la sencilla razón de que, Dios es humilde, “no hace alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango y, siendo Dios por naturaleza, se hizo hombre como uno de tantos y se humilló”, ante nuestros ojos pasmados, hasta morir en una cruz. Así, la grandeza del hombre, está en la imitación de la vida humana de Jesús. ¿Quieres ser ante Dios poderoso?: hazte débil como Jesús que no rehuyó la humillación. ¡Hay un secreto gusto escondido en seguir los pasos de Cristo! ¡Él, lo hace y lo regala sus íntimos, a los que no quieren otra sabiduría sino la sabiduría enjundiosa de la Cruz!
Pero, éstas son “palabras mayores” que no entran en nuestra razón, tan lógica para las cosas de la tierra, pero ignoradas para nuestros oídos espirituales. El Espíritu Santo es sólo el que nos puede abrir el corazón y hacernos alegrar en nuestras tribulaciones, sufridas por amor a Cristo y a su imitación. El mismo nos dijo: “aprende de mí que soy manso y humilde de corazón”. También aquí, su Espíritu Santo, ha de estar como un gran Señor que entra y sale a lo largo de toda nuestra vida para que aprendamos su sabiduría y ciencia divina.
Y también, en su Evangelio, Jesús nos aseguró que somos ignorantes de la Persona del Padre y de Jesús mismo, su Hijo, si Éste no nos da paso a su conocimiento y a su amor que es lo que circula en la Trinidad, en cada persona: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Entre ellos hay una corriente de amor y entrega mutua que sabemos por revelación, pero que no podemos entender y menos explicar en nuestro precario lenguaje.
¡Pero, hay Alguien privilegiado que, siendo hombre, nos puede arrastrar a estos arcanos Misterios: es Jesús que, viniendo del Padre, sabe por experiencia lo que en el Cielo existe y se da inmensamente! El Padre y su Amor, nos es impenetrable. Pero Jesús, con un Corazón misericordioso, nos ha abierto la puerta que nos da acceso a su sabiduría. Mirando el rostro de un niño, podemos leer un poco cómo es el Padre y el Hijo. Ambos a dos, con unos ojos muy abiertos porque el Amor en Ellos, no tiene ninguna sombra de doblez y oscuridad. ¡Su rostro es encantador, tan puro y tan bello que todo es en su luz, simplicidad y apertura! Pero, mejor que nos detengamos en la inocencia de este niño y contemplémosle porque es, diría yo, la más perfecta imagen de Dios, al menos lo que podemos percibir en nuestra imperfecta humanidad.
¡Señor, Dios mío, mi Jesús, revéleme al Padre, déjame verle en Ti pues no hay diferencia entre la santidad del Padre y la tuya: “quien me ha visto a Mí, ha visto al Padre”! Antes de la venida del Espíritu Santo les dijiste a tus discípulos que “no podían cargar con ello por ahora”. Pero, tu Espíritu Santo ha descendido como fuego en nuestro bautismo y confirmación y sólo nos queda trabajar en nuestra vida para no poner obstáculos a ese Rayo luminoso y amoroso que nos hará, por tu piedad, bienaventurados…
¡Qué así sea, Jesús! ¡Amén! ¡Amén!
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