"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
PERMANECED EN MÍ, COMO LOS SARMIENTOS EN LA VID
1 « Yo soy la vid
verdadera, y mi Padre es el viñador.
2 Todo sarmiento que
en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más
fruto.
3 Vosotros estáis ya
limpios gracias a la Palabra que os he anunciado.
4 Permaneced en mí,
como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo,
si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.
5 Yo soy la vid;
vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto;
porque separados de mí no podéis hacer nada.
6 Si alguno no
permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los
recogen, los echan al fuego y arden.
7 Si permanecéis en
mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo
conseguiréis.
8 La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. (Jn. 15, 1-8)
Jesús se llama aquí “la Vid
verdadera”. Esta planta, tan abundante en Palestina, les tenía que
decir mucho a sus habitantes porque estaban de continuo labrando
la tierra y cuidando la vid, para que diera mucho
fruto esa vid que con tanto mimo habían plantado. Ellos, bien sabían
que, si algún sarmiento se desgaja del tronco, había que
arrancarlo y echarlo al fuego porque no podía dar fruto, si la savia
no lo recorría y lo alimentaba.
Y en esta atmósfera de la
vid, Jesús, asegura a sus discípulos que tienen que
permanecer siempre unidos a Él. Él tiene en sí savia divina y está
deseando repartirla abundantemente a sus sarmientos. Esto les hará ser muy
fecundos.
Como en muchos pasajes de los
Evangelios, habla Jesús de lo que tienen que ser y hacer sus seguidores y
de lo que no deben ser ni hacer. En ello nos va la vida eterna porque
la Palabra de Jesús es la misma gloria de Dios y nuestro fin
bienaventurado, que para no otra cosa nos ha creado
Dios: “Sin Mí, no podéis hacer
nada”. ¡Y, “nada”, es “nada” que nos conduzca al amor
de Jesús!
Con su Palabra en los labios y en el
corazón, seremos también discípulos de Jesús. Y esta
fidelidad nos será recompensada con la escucha atenta de Dios a
nuestras plegarias y peticiones, si van encaminadas por el amor a Dios y a
mis hermanos. Y, en verdad, seremos sarmientos, ramas
del Señor, fértiles en buenas obras y en santidad. Y es que, la
gloria de Dios es que el hombre viva con la savia que recorre el
tronco, que es Jesús. Pero sabemos que hay otra “savia" que
no es la de Jesús. Es la savia del mundo, que nos
da “el Príncipe de este mundo”. Este alimento, al
probarlo, nos parece “sabroso y dulce al paladar”, pero lleva en
sí fruto de muerte, que no me deja entrar en el verdadero Jardín del Edén
que es el Cielo.
De nuevo, ante la oferta de Jesús de
tenerle a Él como nuestro Único Señor, podemos
volver el rostro y no tomarlo, sino seguir nuestras apetencias
que siempre serán: una búsqueda desorbitada de nosotros mismos y de
nuestra propia excelencia. ¡Dios no quiera que nos peguemos a otra
vid, sino a la que el Labrador Divino nos ha regalado, en
el colmo de su generosidad y amor! Y, Ésta, es
Jesús, su Hijo, que rebosa santidad y quiere
repartirla a aquellos que, con libertad y deseo de
Dios, busquen en el hontanar de su Palabra, todo lo que les da
la vida bienaventurada.
¡Señor, Tú sabes que, a estas fuentes
de vida, no podemos llegar y menos beber de su agua, esa que salta hasta la
vida eterna, si no es ¡por la fuerza de su gracia! ¡Solo Tú
puedes llevarnos de la mano para que no nos perdamos o desviamos hacia otros
pastos apetitosos, pero que son de muerte! ¡Nunca desgajados
de TI, siempre injertados en el Tronco que también nos dio a luz
a la gracia! El Espíritu de Jesús hará esta obra de
misericordia, porque ha visto en nosotros a “un pobre de Dios”, ¡con los rasgos
muy parecidos a los del Hijo Divino!
¡Señor, ven a nuestros corazones al oír nuestra plegaria, pero hazla Tú porque no sabemos pedir lo que nos conviene! ¡Mas, Tú sí que la sabes y conoces en nosotros! ¡Qué así sea, Dios mío! ¡Amén! ¡Amén!
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