"Ventana abierta"
Los cinco minutos del Espíritu Santo
Mons. Víctor Manuel Fernández
Al Espíritu Santo se lo suele representar con
una llama de fuego. De hecho, el día de Pentecostés descendió sobre los
Apóstoles de esa manera: "Entonces vieron aparecer unas lenguas de fuego,
que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Y todos quedaron llenos
del Espíritu Santo" (Hechos 2,3-4).
¿Por qué el fuego?
Porque cuando el Espíritu Santo se hace
presente de una manera especial, las personas no quedan igual. Se produce un
cambio. Nadie puede quedar indiferente si aparece una llama de fuego en su
cabeza, si allí donde hacía frío y oscuridad repentinamente hay calor y luz.
Todo cambia.
El Espíritu Santo nos permite ver las cosas de
otra manera, y nos ilumina el camino para que no tengamos miedo. Él derrama
calor, para que no nos quedemos acurrucados, apretando las manos y
refugiándonos en un lugar cerrado. Por eso su presencia nos llena de confianza
y de empuje.
Entonces, es bueno invocar al Espíritu Santo
para que inunde de color y de vida nuestra existencia:
"Ven fuego santo, luz celestial, porque a veces me dominan las tinieblas y tengo frío por dentro. Ven, Espíritu, porque todo mi ser te necesita, porque solo no puedo, porque a veces se apaga mi esperanza. Ven, Espíritu de amor, ven".
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