"Ventana abierta"
Web católico de Javier Olivares
Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa
que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada
bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar? ¿Qué puedo
hacer para que me valoren más?
El maestro sin mirarlo, le dijo:
- Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte,
debo resolver primero mi propio problema. Quizás después... y haciendo una
pausa agregó: si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este problema
con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar.
- E... encantado, maestro- titubeó el joven,
pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas. Bien,
asintió el maestro. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño y
dándoselo al muchacho, agregó:
- Toma el caballo que está allá afuera y
cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo porque tengo que pagar una
deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes
menos de una moneda de oro. Ve y regresa con esa moneda lo más rápido que
puedas.
El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó,
empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún
interés, hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el
joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara
y solo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle
que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En
el afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de
cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de
oro y rechazó la oferta.
Después de ofrecer su joya a toda persona que
se cruzaba en el mercado, más de cien personas, abatido por su fracaso montó su
caballo y regresó. ¡Cuánto hubiera deseado el joven tener esa moneda de oro!
Podría entonces habérsela entregado él mismo al maestro para liberarlo
de su preocupación y recibir entonces su consejo y ayuda. Entró en la
habitación.
- Maestro -dijo- lo siento, no se puede
conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera obtener dos o tres monedas de
plata, pero no creo que yo pueda engañar a nadie respecto del verdadero valor
del anillo.
- Qué importante lo que dijiste, joven amigo
-contestó sonriente el maestro-. Debemos saber primero el verdadero valor del
anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo?
Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuanto te da por él. Pero no
importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. El joven
volvió a cabalgar.
El joyero examinó el anillo a la luz del candil
con su lupa, lo pesó y luego le dijo:
- Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere
vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo.
- ¡58 MONEDAS! -exclamó el joven.
- Sí, -replicó el joyero- yo sé que con tiempo
podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... si la venta es
urgente...
El joven corrió emocionado a la casa del
maestro a contarle lo sucedido.
- Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-
Tú eres como este anillo: Una joya, valiosa y única. Y como tal, sólo puede
evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que
cualquiera descubra tu verdadero valor?
Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en
el dedo pequeño. Todos somos como esta joya, valiosos y únicos y andamos por
los mercados de la vida pretendiendo que gente inexperta nos valore.
SIEMPRE RECUERDA LO MUCHO QUE TÚ VALES, AUNQUE QUIZÁS, ALGUNAS PERSONAS A TU ALREDEDOR NO TE LO DEMUESTREN."
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