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No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

domingo, 18 de octubre de 2015

El Papa Francisco declara santos a los padres de Santa Teresa de Lisieux. 18 de octubre de 2015

"Ventana abierta"


El Papa Francisco declara santos a los padres de Santa Teresa de Lisieux

18 de octubre de 2015 
POR Álvaro de Luna / ACI Prensa
Fotos: Daniel Ibáñez / ACI Prensa

El Papa Francisco presidió esta mañana en la Plaza de San Pedro del Vaticano la Misa de canonización de Vincenzo Grossi, María de la Inmaculada Concepción (conocida como Madre María de la Purísima) y de Louis Martin y Marie Zélie Guérin, padres de Santa Teresita de Lisieux.

En su homilía, el Pontífice manifestó que es incompatible ostentar el poder mundano y ser humilde como Jesús. Por eso, “en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio” y por tanto “el que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia”.
“Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad”.

Francisco aseguró que Jesús ofrece “una nueva concepción de vida”, la del servicio. “En la tradición bíblica, el Hijo del hombre es el que recibe de Dios ‘poder, honor y reino’” pero “Jesús da un nuevo sentido a esta imagen y señala que él tiene el poder en cuanto siervo, el honor en cuanto que se abaja, la autoridad real en cuanto que está disponible al don total de la vida”.

El Obispo de Roma recordó que “con su pasión y muerte él conquista el último puesto, alcanza su mayor grandeza con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia”.
“Hay una incompatibilidad entre el modo de concebir el poder según los criterios mundanos y el servicio humilde que debería caracterizar a la autoridad según la enseñanza y el ejemplo de Jesús”.

“Incompatibilidad entre las ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de Cristo; incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos terrenos y la lógica de Cristo crucificado”.

Sin embargo, “sí que hay compatibilidad entre Jesús ‘acostumbrado a sufrir’ y nuestro sufrimiento”.
En realidad “Jesús realiza esencialmente un sacerdocio de misericordia y de compasión” y “ha experimentado directamente nuestras dificultades, conoce desde dentro nuestra condición humana; el no tener pecado no le impide entender a los pecadores”.
“Su gloria no está en la ambición o la sed de dominio, sino en el amor a los hombres, en asumir y compartir su debilidad y ofrecerles la gracia que restaura, en acompañar con ternura infinita su atormentado camino”.

El Papa aseguró que “cada uno de nosotros, en cuanto bautizado, participa del sacerdocio de Cristo; los fieles laicos del sacerdocio común, los sacerdotes del sacerdocio ministerial”.

“Así, todos podemos recibir la caridad que brota de su Corazón abierto, tanto por nosotros como por los demás: somos ‘canales’ de su amor, de su compasión, especialmente con los que sufren, los que están angustiados, los que han perdido la esperanza o están solos”.

El Papa Francisco pronunció estas palabras al comentar las lecturas del día, que “nos hablan del servicio y nos llaman a seguir a Jesús a través de la vía de la humildad y de la cruz”, dijo al comenzar su reflexión.

El Siervo de Yahveh descrito por el profeta Isaías “no ostenta una genealogía ilustre, es despreciado, evitado de todos, acostumbrado al sufrimiento”. Es alguien “del que no se conocen empresas grandiosas, ni célebres discursos, pero que cumple el plan de Dios con su presencia humilde y silenciosa y con su propio sufrimiento”.

“Su misión, en efecto, se realiza con el sufrimiento, que le ayuda a comprender a los que sufren, a llevar el peso de las culpas de los demás y a expiarlas. La marginación y el sufrimiento del Siervo del Señor hasta la muerte, es tan fecundo que llega a rescatar y salvar a las muchedumbres”.
Francisco subrayó que “Jesús es el Siervo del Señor: su vida y su muerte, bajo la forma total del servicio son la fuente de nuestra salvación y de la reconciliación de la humanidad con Dios”.

“El kerigma, corazón del Evangelio, anuncia que las profecías del Siervo del Señor se han cumplido con su muerte y resurrección”, afirmó ante centenares de peregrinos provenientes de diversos países del mundo.

El Papa explicó que el Evangelio que se proclamó, de San Marcos, “muestra como los discípulos Santiago y Juan reclaman puestos de honor al querer sentarse a la derecha y a la izquierda de la Virgen”.

“El planteamiento con el que se mueven estaba todavía contaminado por sueños de realización terrena”, explicó el Santo Padre.
Pero entonces Jesús “produce una primera ‘convulsión’” al decir: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis… pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado”.

“Con la imagen del cáliz, les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban”.
“Su respuesta es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás”.

Por eso, “frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, los discípulos están llamados a hacer lo contrario” y les advierte: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor”.

Después de estas palabras, Francisco manifestó que los nuevos santos “sirvieron siempre a los hermanos con humildad y caridad extraordinaria, imitando así al divino Maestro”.

San Vicente Grossi fue un párroco celoso, preocupado por las necesidades de su gente, especialmente por la fragilidad de los jóvenes. Distribuyó a todos con ardor el pan de la Palabra y fue buen samaritano para los más necesitados”.

Santa María de la Purísima vivió personalmente con gran humildad el servicio a los últimos, con una dedicación particular hacia los hijos de los pobres y enfermos”.

Por su parte, “los santos esposos Luis Martin y María zelia Guérin vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas santa Teresa del Niño Jesús”.

En definitiva, “el testimonio luminoso de estos nuevos santos nos estimulan a perseverar en el camino del servicio alegre a los hermanos, confiando en la ayuda de Dios y en la protección materna de María. Ahora, desde el cielo, velan sobre nosotros y nos sostienen con su poderosa intercesión”.

Los nuevos santos

El de los padres de Santa Teresa de Lisieux, de quien el Papa Francisco es devoto, ha sido el primer matrimonio en ser canonizado en la misma ceremonia en la historia de la Iglesia.

Louis Martin nació en Burdeos (Francia) el 22 de agosto de 1823 y falleció en Arnières-sur-Iton (Francia) el 29 de julio de 1894. Maria Zelie Guérin nació en San Saint-Denis-Sarthon (Francia) el 23 de diciembre de 1831 y falleció en Alençon (Francia) el 28 de agosto de 1877.

La familia, después de diecinueve años de matrimonio, ante la crisis económica que afligía a Francia, queriendo garantizar bienestar y futuro a sus hijos, halló la fuerza de dejar la ciudad francesa de Alençon y trasladarse a Lisieux. 

Luis Martín trabajó como relojero y joyero, y Celia Guérin como pequeña empresaria de una taller de bordado. Junto con sus cinco hijas, emplearon tiempo y dinero en ayudar a quienes tenían necesidad.

Por su parte, la Madre María de la Purísima, nacida en Madrid, fue la sucesora de Santa Ángela de la Cruz, fundadora de las Hermanas de la Cruz. Su proceso de beatificación se abrió tan sólo siete meses después de su muerte en el año 2004.

Austera y pobre para sí misma –“De lo poco, poco”, solía decir– hacía vivir a las hermanas el espíritu del Instituto en la fidelidad a las casas pequeñas y se entregó a todos los que la necesitaban, especialmente a las niñas de los internados. También los pobres y enfermos ocupaban un lugar privilegiado en su corazón.

Así atendía con verdadero cariño a las ancianas enfermas de las “cuevas” de Villanueva del Río y Minas (Sevilla, España), cuando estuvo allí de superiora. Diariamente por la mañana iba hasta las “cuevas” para atenderlas: las lavaba, les hacía la comida, les lavaba la ropa. Y siempre se reservaba los trabajos más duros y penosos.

Vincenzo Rossi fue un sacerdote de la diócesis italiana de Cremona. Cuando era niño, aprendió a orar de su madre y se enteró de la seriedad del trabajo de su padre. Después de la recepción de su primera comunión, le anunció a su familia su deseo de unirse al sacerdocio.

Cuando quiso entrar en el seminario para ser sacerdote, su padre lo quería quedarse con la familia, pero finalmente cedió a los deseos de su hijo. A pesar de esto, se vio obligado a posponer sus planes debido a razones familiares, por lo que trabajó en la fábrica de su padre durante un breve período de tiempo.

Entró en el seminario el 4 de noviembre 1864 y comenzó sus estudios para el sacerdocio en Cremona. Grossi fue ordenado como sacerdote el 22 de mayo de 1869. Fue destinado como párroco en Regona y Vicobellignano en 1873 y 1883 respectivamente, donde se dedicó a los pobres.

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El Papa Francisco presidió hoy en la Plaza de San Pedro la Misa de Canonización de los beatos Vincenzo Grossi, Maria dell’Immacolata Concezione, Louis Martin y Marie Zélie Guérin, estos últimos padres de Santa Teresita de Lisieux.

En su homilía, el Pontífice comentó las lecturas de la liturgia del día y afirmó que “frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, los discípulos están llamados a hacer lo contrario”. Pidió seguir a Jesús a través de la humildad y la cruz y expresó que existe una “incompatibilidad entre las ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de Cristo; incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos terrenos y la lógica de Cristo crucificado”.

A continuación ofrecemos el texto completo:
Los santos proclamados hoy sirvieron siempre a los hermanos con humildad y caridad extraordinaria, imitando así al divino Maestro.

El profeta Isaías describe la figura del Siervo de Yahveh (53,10-11) y su misión de salvación. Se trata de un personaje que no ostenta una genealogía ilustre, es despreciado, evitado de todos, acostumbrado al sufrimiento. Uno del que no se conocen empresas grandiosas, ni célebres discursos, pero que cumple el plan de Dios con su presencia humilde y silenciosa y con su propio sufrimiento. Su misión, en efecto, se realiza con el sufrimiento, que le ayuda a comprender a los que sufren, a llevar el peso de las culpas de los demás y a expiarlas. La marginación y el sufrimiento del Siervo del Señor hasta la muerte, es tan fecundo que llega a rescatar y salvar a las muchedumbres.

Jesús es el Siervo del Señor: su vida y su muerte, bajo la forma total del servicio (cf. Flp 2,7), son la fuente de nuestra salvación y de la reconciliación de la humanidad con Dios. El kerigma, corazón del Evangelio, anuncia que las profecías del Siervo del Señor se han cumplido con su muerte y resurrección.

La narración de san Marcos describe la escena de Jesús con los discípulos Santiago y Juan, los cuales –sostenidos por su madre– querían sentarse a su derecha y a su izquierda en el reino de Dios (cf. Mc 10,37), reclamando puestos de honor, según su visión jerárquica del reino. El planteamiento con el que se mueven estaba todavía contaminado por sueños de realización terrena. Jesús entonces produce una primera «convulsión» en esas convicciones de los discípulos haciendo referencia a su camino en esta tierra: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis… pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado» (vv. 39-40).

Con la imagen del cáliz, les da la posibilidad de asociarse completamente a su destino de sufrimiento, pero sin garantizarles los puestos de honor que ambicionaban. Su respuesta es una invitación a seguirlo por la vía del amor y el servicio, rechazando la tentación mundana de querer sobresalir y mandar sobre los demás.

Frente a los que luchan por alcanzar el poder y el éxito, los discípulos están llamados a hacer lo contrario. Por eso les advierte: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor» (vv. 42-43). Con estas palabras señala que en la comunidad cristiana el modelo de autoridad es el servicio. El que sirve a los demás y vive sin honores ejerce la verdadera autoridad en la Iglesia. Jesús nos invita a cambiar de mentalidad y a pasar del afán del poder al gozo de desaparecer y servir; a erradicar el instinto de dominio sobre los demás y vivir la virtud de la humildad.

Y después de haber presentado un ejemplo de lo que hay que evitar, se ofrece a sí mismo como ideal de referencia. En la actitud del Maestro la comunidad encuentra la motivación para una nueva concepción de la vida: «Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» (v. 45).

En la tradición bíblica, el Hijo del hombre es el que recibe de Dios «poder, honor y reino» (Dn 7,14). Jesús da un nuevo sentido a esta imagen y señala que él tiene el poder en cuanto siervo, el honor en cuanto que se abaja, la autoridad real en cuanto que está disponible al don total de la vida. En efecto, con su pasión y muerte él conquista el último puesto, alcanza su mayor grandeza con el servicio, y la entrega como don a su Iglesia.

Hay una incompatibilidad entre el modo de concebir el poder según los criterios mundanos y el servicio humilde que debería caracterizar a la autoridad según la enseñanza y el ejemplo de Jesús. Incompatibilidad entre las ambiciones, el carrerismo y el seguimiento de Cristo; incompatibilidad entre los honores, el éxito, la fama, los triunfos terrenos y la lógica de Cristo crucificado. En cambio, sí que hay compatibilidad entre Jesús «acostumbrado a sufrir» y nuestro sufrimiento.

Nos lo recuerda la Carta a los Hebreos, que presenta a Cristo como el sumo sacerdote que comparte totalmente nuestra condición humana, menos el pecado: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado» (4,15). Jesús realiza esencialmente un sacerdocio de misericordia y de compasión.

Ha experimentado directamente nuestras dificultades, conoce desde dentro nuestra condición humana; el no tener pecado no le impide entender a los pecadores. Su gloria no está en la ambición o la sed de dominio, sino en el amor a los hombres, en asumir y compartir su debilidad y ofrecerles la gracia que restaura, en acompañar con ternura infinita su atormentado camino.

Cada uno de nosotros, en cuanto bautizado, participa del sacerdocio de Cristo; los fieles laicos del sacerdocio común, los sacerdotes del sacerdocio ministerial. Así, todos podemos recibir la caridad que brota de su Corazón abierto, tanto por nosotros como por los demás: somos «canales» de su amor, de su compasión, especialmente con los que sufren, los que están angustiados, los que han perdido la esperanza o están solos.

Los santos proclamados hoy sirvieron siempre a los hermanos con humildad y caridad extraordinaria, imitando así al divino Maestro. San Vicente Grossi fue un párroco celoso, preocupado por las necesidades de su gente, especialmente por la fragilidad de los jóvenes. Distribuyó a todos con ardor el pan de la Palabra y fue buen samaritano para los más necesitados. Santa María de la Purísima vivió personalmente con gran humildad el servicio a los últimos, con una dedicación particular hacia los hijos de los pobres y enfermos.

Los santos esposos Luis Martin y María Azelia Guérin vivieron el servicio cristiano en la familia, construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas santa Teresa del Niño Jesús.


El testimonio luminoso de estos nuevos santos nos estimulan a perseverar en el camino del servicio alegre a los hermanos, confiando en la ayuda de Dios y en la protección materna de María. Ahora, desde el cielo, velan sobre nosotros y nos sostienen con su poderosa intercesión.

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