Caballeros y Damas del Pilar
Para conocer quién es y la misión única que tiene hoy
la Virgen María con cada hijo de la Iglesia, tenemos que reconocer su Venida,
que no es una aparición sino una visita: “una presencia”. Jesús “vino a los
suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 11), “¡ay de los que no saben reconocer el tiempo de la visita!” (Lc 19,
43s). Bien podríamos trasladar estas palabras del Evangelio a la Venida de
María en carne mortal a Zaragoza donde la Virgen si viene y nos visita, es
para ofrecerse como llave, pues solo con su Fe abrimos nuestra puerta a Cristo que está
llamando (Ap 3,20). ¡Ay de los que no reconocen su visita, de los que no la
acogen por Madre despreciando la fe!
Comencemos
considerando las dos promesas hechas por Jesús y María antes de su Ascensión y
Asunción a los cielos garantizándonos su Presencia entre nosotros.
*La
de Jesús la recoge el Evangelio: “Sabed que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). La promesa de su
permanencia entre nosotros bien sabemos que se cumple en la Eucaristía que es
nuestra “roca de refugio, baluarte donde nos ponemos a salvo” (Sal 143).
Según el Beato Bernardo F.de Hoyos la
Eucaristía “es el objeto de la Devoción al Corazón de Jesús” porque es su
Corazón vivo y palpitante.
*La
de María la recoge una antigua tradición cristiana apoyada por
la Iglesia desde año inmemorial, fue en su venida en carne mortal a Zaragoza
cuando dejó la columna a Santiago, conocida popularmente
como “el Pilar” garantizando “que estaría hasta el fin de los tiempos”.
Esto
fue como decirnos que Ella estaría con nosotros todos los días hasta el fin del mundo porque “el Pilar” simboliza su Presencia Materna
que es el garante de nuestra Fe.
La
promesa de que “no faltará la fe en España”, no ha sido formulada explícitamente por la Virgen, pero la Iglesia
la contempla implícitamente en la columna que nos legó: Donde está María, el corazón se abre a la Fe.
Jesús
permanece con su Iglesia en la Eucaristía y la Virgen permanece con su Iglesia
en la fe que trasmite a sus hijos. A estas dos Presencias se acoge la Iglesia
para no naufragar.
Igual
que una columna acompañaba al Pueblo de Israel peregrinando con ellos en el
desierto dirigiendo su itinerario (Ex 13, 21-22). Ahora esa columna que guía en
las emboscadas de la ruta a la Iglesia que peregrina hasta la tierra prometida
del Cielo, es la Virgen María.
“Mi
Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te CONDUCIRÁ a Dios”, le
dijo la Virgen a Lucía, la vidente de Fátima. Ella conduce nuestra
peregrinación.
San Juan Pablo II
afirma “que la iglesia participa de la fe de María… una fe que llama “heroica”
y que es nuestra “herencia”. Y “que buscamos en la fe de María el propio sostén
de la nuestra. Y precisamente esta participación viva de su fe decide su
presencia especial en la peregrinación de la Iglesia como nuevo Pueblo de Dios
en la tierra” (Redemptoris mater 27).
Es
decir, su Presencia se perpetúa en los hijos que ahora viven con su Fe,… como
una madre vive y se hace presente después de haberse ido en la sangre de sus
hijos.
Esta
experiencia vital de la vida de María, que es su “fíat”, su “hágase”, configura
la nuestra, es como si lleváramos genes suyos que nos caracterizan como Madre
espiritual que es nuestra por el bautismo en el que nos incorporamos a Cristo.
Nosotros no heredamos
los ojos de María, el color de su pelo, la tez de su piel, esto lo heredo Jesús
que nació físicamente de Ella. Nosotros lo que heredamos es en el orden de la
gracia ¿y qué es lo que caracterizó toda la vida espiritual de María? Su fe…
una fe viva, madura y audaz, en definitiva “heroica”, como la llama San Juan
Pablo II. Por eso, la llama “la Madre de los creyentes”, y ¿una madre que
hace?… comunica la vida que tiene a sus hijos; por tanto, la Virgen es nuestra
Madre en la Fe.
María,
por tanto, es la columna firme que da solidez a nuestra edificación en Cristo.
Esta edificación sobre la roca que es Cristo (1Co 10, 1-6), se hace visible en
la roca que es Pedro, fundamento de la Iglesia (Mt 16,13). La Virgen nos
garantiza nuestra adhesión al Santo Padre para no edificar errados, sino
confirmados en la fe del Vicario de Cristo en la tierra (Lc 22,32).
También
el pueblo de Israel, que se dejó guiar por la columna día y noche, tenía a la
cabeza a Moisés con su cayado. En él, vemos representado a quien Cristo elige para conducir al pueblo que peregrina hasta la
tierra prometida. Somos “ PEREGRINOS CON EL PAPA”.
Así
como el Apóstol Santiago consagró el primer templo de la cristiandad a la Virgen María para depositar allí “el Pilar”;
nosotros, templos inhabitados por la Santísima Trinidad, lo consagramos a María
para dejar que su Presencia Materna opere en nosotros, nos garantice la fe y
con ella se garantice nuestro culto a Dios.
El Cardenal
Ratzinger, comentando el secreto de Fátima, nos dice “que la Devoción al
Corazón Inmaculado de María es, un acercarse al “fíat” de María, centro
animador de toda la existencia”. Y afirma “que el fíat de
María, la palabra de su corazón, ha cambiado la historia del mundo, porque ella
ha introducido en el mundo al Salvador, gracias a su sí”.
Con
cada sí que ofrecemos como María estamos permitiendo al Salvador introducirse
en la historia y seguir redimiendo. Somos asociados al Redentor por medio de la
fe de su Esclava. No hay sí que demos que no pase por el Corazón de María.
En
la Revelación de la Virgen en Fátima el 13 de julio vemos como Ella une el
Triunfo de su Corazón Inmaculado con los fines de su Devoción que dice que
vendrá a pedir: la Consagración y la Reparación unida al rezo del Santo
Rosario, y hace alusión a la fe que se conservará en Portugal, y a los errores
que se extienden cuando uno se aparta de ella, así como los castigos y
sufrimientos que acarrea el pecado.
“Vendré
a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión
reparadora de los primeros sábados. Si atienden mis deseos, Rusia se convertirá
y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y
persecuciones a la Iglesia: los buenos serán martirizados, el Santo Padre
tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre
me consagrará a Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún
tiempo de paz. En Portugal el dogma de la
fe se conservará siempre”.
San Luis Mª G. de
Montfort ya nos lo decía antes de las revelaciones de Fátima: “que ese triunfo
y reinado de María solo llegará cuando se conozca y practique su devoción”.
El
Triunfo de su Corazón Inmaculado es el equivalente al triunfo de la fe frente a
la apostasía.
Esta
fe que asegura a Portugal, es confirmación de la ya asegurada en Zaragoza, ya que Hispania era entonces España y Portugal.
Podríamos
decir que el culto al Corazón Inmaculado hunde su raíz en la Venida de la Virgen a Zaragoza, cuando ya le
manifestó al Apóstol Santiago el triunfo de su
fe con la presencia del Pilar que dejó y que estaría hasta el fin de los
tiempos como signo de su Presencia Materna.
La
Virgen manifiesta esta unión de España y Portugal al revelar también aquí su
Corazón Inmaculado. Como Paray le Monial del Corazón de María, la Virgen
escogió una humilde celda de un conventito de Pontevedra donde pidió a Lucía
que fijará la atención en su Corazón cercado de espinas que los hombres
ingratos le clavan sin cesar reclamando su reparación. Y en Tuy vino a pedir la
Consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado con una impresionante visión
donde se manifiesta asociada al Sacrificio de su Hijo en su misión
corredentora.
El “Hágase” de
María frente a la desobediencia de Eva, es lo que aplastó la cabeza a la serpiente,
lo que la hizo triunfar en su Corazón.
El
mérito de la Virgen no fue estar llena de gracia, puesto que en esto Ella no
participó en nada, fue una predestinación por ser elegida a ser la Madre de
Dios, le fue dado de antemano por los méritos de la Pasión de su Hijo. La
vistieron como se viste a una muñeca. Después de cómo Dios la vistió para ser
la Madre, Ella podía haberse negado. Si es
feliz, es por haber creído, no por haber sido vestida Inmaculada.
Su
mérito estriba en el elogio de Jesús refiriéndose a su Madre: “Mejor, dichosos
los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”, por tanto, fue su
disponibilidad a la Gracia recibida lo que posibilito al Poderoso hacer obras
grandes por ella (Lc 1,49).
“DICHOSA
TÚ POR HABER CREÍDO” (Lc 1,45), esta fue la Bienaventuranza que recibió María
de su prima Isabel y que es extensible a todos hijos si participando de su fe
llevando una vida como la suya, vueltos hacia Dios, escuchando su Palabra,
colaborando a la gracia en el plan de Salvación. Esto es la santidad, hacer en
cada momento lo que tenemos que hacer y hacerlo bien hecho, con una sonrisa.
En
esto radica su Triunfo… en que lleguemos a participar de su Bienaventuranza por
haber creído.
Para
esto es necesario acogerla como Madre sin cortar “el cordón umbilical” por el
que nos trasmite su misma vida. Pecar mortalmente es echar a Dios de nuestra
vida y es cortar con nuestra Madre… es cortar el cordón umbilical por el que
nos alimentamos de su fe.
Pablo
VI dice “que Jesús mismo dándonosla como Madre la señala como modelo”.
(Exhortación Apostólica, Signum Magnum, 25). Pero, ¿cómo modelo de qué? de
muchas cosas sí, pero fundamentalmente colaborando como Ella en la Redención que es la dimensión reparadora que aprendieron
los pastorcitos de Fátima en su ofrecimiento a Dios.
María
es LÁMPARA VIVA, fue la primera en portar al que es la Luz ( Jn 8,12)… así la contemplamos en la imagen de la Virgen del Pilar de la Basílica Nacional de la Gran Promesa.
En esta imagen vemos
una vela: el Pilar tiene la forma
del cirio, la imagen de la Virgen
tiene la forma de una llama y su corona se
asemeja al resplandor de la luz que emite esta llama.
“Es
urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se
apaga, todas las otras luces acaban languideciendo” (Lumen fidei).
Solo
prendidos en la FE de María nuestra llama no languidece; al contrario, se
acrecienta y se propaga posibilitando que venga a nosotros el Reinado del Corazón de Jesús, y sea Cristo el
Rey y Señor de nuestras vidas como lo fue en la Santísima Virgen “que vivió
consagrada a la Persona y Obra de Jesús” (Lumen Gentium 56) con su
“fíat”consumiendo todo su aceite para su Gloria.
Sólo
a través de la Fe de la que nos hace participes, “el Poderoso podrá hacer obras
grandes en nosotros por Ella” (Lc 1,
46-55) y podremos propagar el fuego de su Amor portando la Luz de Cristo.
En la beatificación de los pastorcitos de Fátima, San Juan Pablo II decía hablando de
Jacinta y Francisco, que se habían encendido “dos llamitas para iluminar el
mundo”.
Hoy somos nosotros, esas llamas de las que Dios quiere servirse para iluminar el mundo.
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