"Ventana abierta"
CUENTO SOBRE EL
ÁGUILA QUE NO SABÍA VOLAR
Me contaron, una vez,
una historia que recuerdo a menudo. Hablaba sobre una familia de águilas
que perdieron a su hijo primogénito cuando, mientras planeaba surcando el cielo
a gran altitud, fue alcanzado por los perdigones de un cazador en su ala
derecha y, herida, se precipitó estruendosamente al suelo… Muriendo al
instante a causa del impacto. Su madre, horrorizada, lo vio
todo… Y jamás pudo borrar esa trágica imagen de su retina.
Tanto es así, que tomó una decisión desesperada: no enseñaría a
volar a la menor de sus crías, para evitar así que la historia se repitiera.
De modo que hizo de su hija un auténtico y cómico personaje que se encontraba
en boca de todos: el águila que caminaba… Porque no sabía volar.
Pasaron los años
y todos se acostumbraron a tal peculiaridad, salvo el padre de la
criatura, que sufría al ver a su majestuosa cría convertida en poco más que un
ave de corral. Así que una mañana, al despuntar el alba, tomó a su
hija y le rogó que la acompañara a dar un paseo. Resultaba curioso ver a
dos hermosas águilas caminando, una junta a otra, a lo largo del camino.
– Debes saber, hija
mía, que tu naturaleza te llama a surcar los cielos, a volar a gran altura
y a descubrir una visión del mundo que ahora desconoces– comenzó a
decirle el padre.
– Pero, papá, mis
alas no sirven para volar… No son como las tuyas… Las mías son para
hacer bonito, un objeto decorativo… Me lo dijo mamá- respondió la hija.
No queriendo descubrir –por amor, pudor y respeto- los miedos de
su esposa ante su hija, el maduro águila obvió la cuestión de fondo y se
limitó a responder:
– Yo te enseñaré cómo
emplear tus alas para volar. Y empezaremos ahora, planeando.
Para ello la condujo,
siempre caminando, hasta la cima de la Montaña del Vuelo, un alto pico sobre el
que se adivinaba a otras águilas que, en círculos, hacían guardia desde lo alto
del cielo.
– Vas a
aprender a planear- le dijo. Basta con que te arrojes al vacío y
extiendas tus alas como ahora mismo estoy haciendo yo… Nada más, y nada
menos. Si lo haces así, no habrá nada que temer… El aire te
sostendrá y te elevará.
La joven águila se
asomó al borde de la montaña y descubrió el altísimo precipicio que le separaba
del suelo…
– Hoy no, papá.
Tengo miedo. Necesito tiempo.
Comprendiendo la
dificultad que suponía para su hija, no quiso el padre forzarla, así que
respetó su voluntad:
– De acuerdo, cariño,
tienes un día entero para prepararte. Mañana volveremos y saltarás.
Regresaron caminando
a casa, en silencio. Cavilando la una sobre sus temores, el otro sobre
sus esperanzas.
En el hogar, la preocupada hija se acercó a su madre y le
explicó lo que había sucedido y lo que su padre le exigiría al día siguiente.
Paralizada por el
temor –y conocedora de que ningún ruego ablandaría la firme resolución de su
esposo- la amantísima y preocupada madre dio un consejo a su hija:
– Haz una cosa, entrénate desde lugares menos altos para aprender cómo se hace.
Tienes hasta mañana para aprender.
A la más joven de las
águilas le pareció una muy sensata observación, así que trepó a lo alto de un
árbol, se alzó hasta su copa, extendió sus alas, se arrojó al vació… Y
cayó estruendosamente al suelo, machucándose la cabeza y el costado al impactar
con las piedras que había en tierra.
Indignada, no lo dudó: fue a la
busca de su padre.
– Papá, me has engañado: yo no puedo volar. He subido a un
árbol, me he arrojado al vacío y he caído a plomo. Mis alas son
decorativas, y tú eres un insensato. Mamá tenía razón… Mejor sigo
caminando, es más seguro, es mi camino.
El padre la contempló
con tristeza y le respondió:
– Hija mía, yo no te pedí que saltaras desde un árbol; te llevé a lo
alto de una montaña para hacerte volar. Porque tus alas necesitan de la
altura para lograr sostenerte, son como un paracaídas. Sin altura, sin
asumir riesgos, no hay vuelo. Tienes los medios, sólo es necesario que
adquieras el valor para utilizarlos. De lo contrario, tendrás que
resignarte a seguir caminando… Aunque en tu interior sepas que las
alturas del cielo te están llamando.
Ese mismo día, la
joven águila siguió los consejos de su padre y voló… Aprendiendo, además,
tres importantes lecciones que también a nosotros pueden sernos de gran
utilidad en nuestra vida, que no siempre vivimos como debemos:
1. A menudo tenemos un potencial que desconocemos.
2. Sin correr grandes riesgos no hay grandes éxitos.
3. A veces nuestros seres amados, por un exceso de amor y
celo, nos impiden desarrollarnos y alcanzar las metas a las que estamos
llamados.
Sírvanos este
mito-cuento como llamada de atención, como aviso que nos llega desde el cielo
para que dejemos de lado todos nuestros temores, asumamos el reto, y
descubramos la fantástica vida que nos espera si somos capaces de danzar con el
riesgo.
Que pases un buen fin
de semana.
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