Cayetano nace en Vicenza, que pertenecía en aquel entonces a la República
de Venecia, de padres nobles. Su padre ostentaba el título de conde de Thiene.
Su madre otro de mayor gloria y que sin duda influirá mucho más en el alma y
vida futura de Cayetano: era terciaria dominica. Ella se preocupará, sobre
todo, de la educación sólida en piedad de su hijo y le hablará tantas veces de
la vanidad de las riquezas y honores del mundo.
La divina Providencia guía sus pasos por los senderos de una nueva vía.
Un día estaba en sus bellos jardines meditando en cosas del cielo cuando ve que
una blanquísima paloma da vueltas sobre su cabeza y le parece oír este hermoso
mensaje: "Cayetano, la paz sea contigo. Procura no perderla nunca. Y trata
de contagiarla a los demás". Será ésta una de las notas más
características de su vida. Él será para sí duro, mortificado e intransigente,
pero en cambio será suave y dulce para con los demás. Será siempre la dulzura,
la paz, el porte delicado y distinguido lo que llamará la atención dé este
apuesto joven jurisconsulto primero y clérigo después.
Estudió leyes en Padua y en Vicenza y ejerció durante algún tiempo de
abogado pero pronto, después de unos años pasados entre pleitos y leyes, verá
que aquél no es su camino y procurará tomar otro que le conduzca con mayor
certeza hacia la verdadera vida.
Se ordena sacerdote y trabaja de lleno en toda clase de apostolados: A
imitación de San Pablo, en primer lugar se retira al desierto de Rampazzo y
pasa algún tiempo entregado a la oración y mortificación de su cuerpo. Después
el obispo lo elige como familiar y así entra Cayetano a formar parte del clero
romano en el que influirá más que ningún otro clérigo de su tiempo. Son los
años floridos del Renacimiento que trae muchas cosas buenas y otras que
materializan y alejan de la verdadera práctica de la fe y de la entrega
generosa al Señor.
El Papa Julio II el 1512 convoca el V Concilio de Letrán. Pronto se da
cuenta Cayetano que antes que reformar la Iglesia y las estructuras, lo que
importa es reformarse uno a sí mismo. Por ello cada día antes de llegarse al
altar piensa: "Yo polvo y gusanillo me atrevo a presentarme ante la
Santísima Trinidad y tocar con mis manos al Creador del Universo".
Cayetano celebraba la Misa como un serafín. Sabrá apreciar lo grande de este
misterio cuando dice al compañero de antaño y ahora Papa Pablo IV: "El
sacrificio de la Misa es la ocupación más excelente de la tierra, el negocio
más urgente, preferible a cualquier otro, por ser la vida y savia de toda
obra".
Cayetano se entrega, sobre todo, a la reforma del clero ya que es
consciente de la gran influencia que el sacerdote ejerce en la marcha de la
humanidad. Para ello funda, en compañía del futuro Pablo IV, la Orden llamada
popularmente de los Teatinos. Su ideal será: Imitar la vida de los Apóstoles,
tratando de ensamblar la vida contemplativa con la activa mediante un gran vida
de austeridad y ardor apostólico.
A Cayetano se le ve crecer de día en día en los caminos de la perfección.
Lo notan cuantos le tratan de cerca. Un día dice: "Veo a Cristo pobre y a
mí rico. A Cristo despreciado y a mí honrado. Así no puedo seguir. Deseo y
quiero parecerme a él. Para ello voy a dar un paso más". Y lo dio.
Su misión ya estaba cumplida. Fue el mejor preparador del Concilio de
Trento. Sin hacer ruido, delicadamente, partió hacia la eternidad con deseos
ardientes "de unirse con el Cordero Inmaculado". Era el 7 de agosto
de 1547.
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