10 -Junio- 2012.
Acabada la guerra, el párroco del lugar recibió una carta, que decía así:
"Reverendo Señor Cura, somos las madres de los soldados canadienses que están enterrados junto a ese pueblecito, los encomendamos a sus oraciones y a las de todas las madres de ese lugar, que por ser madres como nosotras, comprenderán nuestro dolor.
Solamente nos gustaría pedirles un pequeño favor, que de los trigales que crecen cerca de su tumba, arranquen un manojo de espigas y nos envíen esos granos de trigo aquí, al Canadá, nosotras los volveremos a sembrar en nuestra tierra año tras año, y con la harina que produzcan, fabricaremos las Hostias para la Eucaristía. De esta manera, cuando recibamos la Sagrada Comunión, recibiremos a la vez a nuestro Señor, entregado por nosotros, junto a la entrega de nuestros propios hijos.
Firmado:
Las madres de los soldados del Canadá".
Un gesto bonito y simbólico de esa realidad profunda que llamamos la comunión.
Comunión significa, común unión, y nos podríamos preguntar con quién estamos unidos a la hora de comulgar.
Porque la Comunión es un acto muy personal, pero no individualista.
Nosotros tenemos que ser muy conscientes de que al comulgar estamos unidos con el Señor que viene, pero también con toda la humanidad, con sus necesidades, sus penas, sus alegrías... Por eso, el efecto principal de la comunidad, de la comunión, es hacernos conscientes de que nosotros, como Jesús, somos hombres y mujeres para los demás, que nuestra manera de entregarnos a Dios, de vivir para Dios, es desvivirnos por los demás día a día.
Por eso, la comunión tenía que traducirse en nuestra vida en un sentido solidario, fraterno, caritativo, comprometido, especialmente fuerte.
¿Cómo sabré yo que la comunión ha hecho en mí su efecto, que no lo hago por rutina, que no la estoy desperdiciando?
No basta tener sentimientos fuertes, ni siquiera recogimientos profundos, aunque eso ayuda, lo importante es ver en qué cambia mi vida haciéndola más comunitaria, más solidaria, más parecida a Cristo.
Con Cristo, Con Él y en Él -como decimos en la Eucaristía- sentirnos y trabajar en bien de todos.
Hay comuniones insolidarias, no son comuniones.
* Puede estar Jesús pero no estoy yo, por lo tanto no se produce la común unión.
* Puede estar Jesús y puedo querer estar yo, pero no está el cuerpo de Cristo, es decir, todos los demás, por lo tanto tampoco se da la común unión.
Sin Cristo, sin los demás, y sin mí, no se produce la Eucaristía.
Por eso, no podemos distinguir nunca entre la persona de Cristo, el cuerpo de Cristo y su Palabra, su mensaje, su Evangelio.
* Comunión sin compromiso por el Evangelio, es magia.
* Compromiso del Evangelio sin comunión, al final se convierte en pura ética, en pura moral.
Ese vivir de Él, como Él para los suyos, es la raiz de la comunión, el sentido de la comunión.
Es lo que intentaba expresar un poeta sacerdote de Jerez, Francisco Aparicio, cuando en una poesía titulada "siembra", expresaba así:
"Cierro mis ojos, abro mi alma,
siembra Tú en ella tu honda Palabra.
Sienta en mi seno de tierra árida
tu raiz húmeda, pujante y cálida.
Sube en silencio, híncheme el alma,
mi interior vida será una estática
paz silenciosa sólo acordada
Contigo.
Fuera silencio, y dentro crezca opulenta
la gran cosecha de tu Palabra".
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