No piden que se les regale una estampita de Jesús.
No piden que les demos discursos ni teologías sobre Jesús.
Ellos “quieren ver”.
Ellos quieren experimentarlo personalmente.
Nada de conocer a Jesús de segunda mano.
Y que Benedicto XVI traduce así: “también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes no sólo que “hablen” de Jesús, sino que “hagan ver” a Jesús, que hagan resplandecer el Rostro del Redentor en todo rincón de la tierra ante las generaciones del nuevo milenio, especialmente, ante los jóvenes de cada continente, destinatarios privilegiados y sujetos del anuncio evangélico. Éstos deben percibir que los cristianos llevan la palabra de Cristo porque Él es la Verdad, porque han encontrado en Él, el sentido, la verdad para su vida”.
La palabra es necesaria.
La palabra sola no es suficiente.
La palabra hablada necesita de la palabra vida.
La palabra que no se revela en la vida está vacía.
Es la vida la que se hace la mejor palabra.
Es la vida la que hace creíble la palabra.
Pero los hombres y mujeres de hoy “aguantan escuchar”, pero prefieren “ver”.
No quieren tanto predicadores sino los testigos.
No quieren tanto la elocuencia sino el testimonio.
No quieren escuchar, quieren ver.
No podemos ofrecerles una fe que a nosotros ya no nos sirve.
No podemos ofrecerles una fe que nosotros tenemos en desuso.
No podemos ofrecerles una fe que ya no alumbra y no da sentido a nuestras vidas.
Ser misionero no significa regalar a los demás aquello que a nosotros nos estorba.
Ser misioneros no significa comprometer a los demás con algo de lo que nosotros decimos habernos liberado.
Las palabras abundan.
Lo que se necesita es el testimonio de vida.
Es preciso que escuchen. Para ello requieren de alguien que les anuncie.
Pero es preciso que “vean”. Para ello es indispensable el testimonio de una Iglesia que respalde la palabra y revele el verdadero rostro de Jesús.
Dios es invisible y se hace visible en Jesús.
“El que me ve a mí, ve al Padre que me ha enviado”.
Jesús hoy, ya resucitado y ascendido al cielo, es invisible.
Pero Jesús se hace visible en cada uno de los creyentes en él.
“El que nos ve a nosotros, ve a Jesús que nos ha enviado”.
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