"Ventana abierta"
¿Por qué rezamos poco?
La pregunta me parece tonta. Eso es como preguntarle a dos enamorados ¿por qué hablan tanto? O preguntarle a una pareja de esposos cansados ¿por qué se hablan tan poquito? El Evangelio de hoy nos habla de “cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”.
- Se habla mucho con alguien cuando tenemos algo que decirle. Cuando dentro llevamos cosas que compartir. O simplemente cuando queremos comunicamos con alguien. A mí me encantan los niños cuando están hablando los mayores.
Ellos meten cuchara cuantas veces pueden. Y ya pueden decirles que se callen, que no molesten y no fastidien. “Mami… papi… mi hermanito, mi hermanita… oye mami, dónde…”. Te he dicho que no molestes… que estoy hablando con tu tío César… Tú ya puedes seguir en lo tuyo que ellos siguen en lo suyo… “mami… papi…”. Ellos se sienten en su ambiente. Se sienten con derecho a que se les escuche, por muy ocupados que estén los viejos…
- Por eso, preguntar por qué rezamos tan poco, pareciera tener una respuesta muy simple: ¿No será que no tenemos nada que decirle a Dios? ¿No será que no nos sentimos en ambiente con Él?
- El problema de la oración en sí no existe. Lo que existe es una experiencia de Dios que se eclipsa en nuestro interior. Dios pareciera no ser gran noticia para nosotros. En la medida en que Dios es o deja de ser noticia dentro de nosotros, en esa misma medida, rezamos o dejamos de rezar. Por eso Santa Teresa, que tanto sabía de oración, define la oración como “hablar de cosas de amistad”. Porque no me digas que con los amigos, los amigotes, no hablas. Hasta es posible que te manden callar porque no dejas hablar a los demás. En cambio cuando se trata de hablar con Dios, necesitamos que nos manden rezar.
- Me impresionó un amigo mío, hoy invidente. pese a que aún es joven. Me mandó llamar pues quería confesarse. Lo visité en su casa. Después de confesarle le dije que rezara por penitencia un Padre nuestro. Por favor, Padre, déme una penitencia. No me diga Ud. que rezar un Padre nuestro es penitencia. Para mí, rezar, es algo muy agradable, placentero, me siento a gusto rezando. Dígame, Padre, ¿por qué Uds. los sacerdotes han acostumbrado tan mal a la gente en la confesión? Por una parte los invitan a que recen a Dios diariamente, y luego les hablan de la oración como “una penitencia por los pecados”.., por favor, Padre… Desde entonces siento cierto rechazo cada vez que digo a alguien “reza un Padre nuestro por penitencia”.
- Rezar… una penitencia… En mis largos años de sacerdote no había caído en la cuenta. Rezar no puede ser penitencia. Rezar tiene que ser un momento agradable, porque eso de oración es “cosa de amistad”. Y yo no hago penitencia cuando hablo con los amigos.
- Claro que alguien puede decirme que él espera para rezar, a sentir a Dios como amigo suyo. Pues, no estoy de acuerdo. Es cierto que con los amigos hablamos a gusto. Pero también es cierto que hablando nos hacemos muchos amigos. Cuántas veces te encuentras con alguien a quien no conoces. Comenzáis a charlar y al final del viaje sois amigos. Ya os cursáis mutuas invitaciones. Pues si bien la oración nace de la amistad con Dios, también es cierto que cuanto más reces más irás sintiendo a Dios como amigo.
- Puede que al principio te sientas un tanto corto en tus manifestaciones. Pero Dios es un tipo que fácilmente se deja querer y amar. Si comienzas a charlar con Él, pronto te darás cuenta de que “es un tipo simpático, y que te cae bien”. Lo importante es que rompas el hielo. Comienza, no importa lo que le digas. Y si no sabes cómo hacerlo, cuéntale cómo te ha ido durante el día. Y si prefieres, dile lo que te cuesta aguantar a tu marido o a tu esposa, y hasta le puedes decir que con la suegra es inútil, pues se quiere meter en todo… Así de simple. ¿Para qué andar con rodeos, si Él está esperando tu primera palabra que le dé ocasión para entrar en amistad contigo?
- Recuerdas esa propaganda “fui al gimnasio y no pasó nada… compré ropa nueva… y no pasó nada. Sigo igual de gorda”. Hay muchos que tienen una dificultad para rezar. Le recé el otro día, y no pasó nada. No me hizo caso. Le pedí que me ayudara en lo otro y no pasó nada, tampoco me hizo caso. Para qué seguir.
Oye, amigo, tú también me das la impresión de que lo único para lo que quieres las amistades es para desplumarlas, pedirles tarjetas de recomendaciones, ascensos. La amistad es otra cosa, hermano. Deja que la amistad profundice vuestra relación y verás cómo las cosas llegan sin pedirlas. No seas de los que sólo rezan cuando se mojan. Yo no creo que hables con tu madre sólo cuando necesitas pedirle dinero para irte al cine. Ni creo que hables con tu enamorada cuando necesitas que te haga un favor.
Los amigos mendigos ordinariamente no saben de amistad. Más bien diría que son tíos de los que hay que prevenirse. La mejor amistad se da cuando el amigo se siente precisado a querer hacer algo por ti sin que tú se lo pidas. Yo creo que Jesús andaba por esa línea cuando dijo que “el Padre, aún antes de pedirle nada, ya sabe lo que necesitamos”.
No seas tú como aquel niño a quien su mami le preguntó: hijito ¿ya has rezado algo al levantarte? No, mami, durante el día yo no tengo miedo. Sólo rezo de noche que es cuando me da miedo estar solo. Prefiero que digas como Gandhi: “Puedo pasar un día sin comer, pero no puedo pasar un día sin orar”.
Clemente Sobrado C. P.
PD: Muy en breve os enviaré la dirección para entrar a mi nuevo Blog: “Club amigos de la Esperanza”.
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