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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

jueves, 28 de octubre de 2010

Un Jesús peligroso

"Ventana abierta"


Un Jesús peligroso

Los hombres libres. Los hombres que tienen el coraje de cambiar lo que hay que cambiar. Los hombres capaces de revelar el nuevo rostro de Dios. Todos esos son un riesgo y un peligro para cuantos preferimos sestear cómodamente en lo de siempre. Para cuantos no nos atrevemos a poner en tela de juicio lo que siempre se nos ha dicho. Y nos dejamos llevar de la corriente. Para todos ellos, Jesús es un peligro.
Fue todo un peligro para la religión de la Ley.
Fue todo un peligro para todos los que vivían el Dios de la Ley.


Fue todo un peligro para todos aquellos que creían que primero hay que ser bueno para que Dios los ame.
Por eso, Jesús fue el gran escándalo para los buenos fariseos:
 “Este come y se hospeda en casa de los pecadores”.
Los malos y los pecadores siempre han sido un escándalo para los buenos.


Menos para Jesús, que personalmente se invita a hospedarse en su casa y a comer con ellos.
Todos vivimos demasiado esa pobre idea de que ser bueno era distanciarnos de los malos y no contaminarnos con ellos. Algo así como si fueran los otros los que nos manchan y ensucian.

Conozco a un religioso que quiso hacer algo por esas pobres mujeres que, por elegancia de nuestro lenguaje, llamamos de “las cuatro letras” o simplemente “mujeres de la vida”. ¡Qué finos y fariseos, si luego no tenemos reparo alguno en llamarlas “prostitutas”!


Pues este buen hombre entró en contacto con ellas. Se metió en su propio barrio, por donde los “buenos” no se atrevían a pasar, simple y llanamente “por eso de qué dirá la gente o para que la gente no piense mal”. A él le importó muy poco lo que la gente dijese y murmurase. Sabía que Jesús también las amaba y las quería y quería echarles una mano y sacarlas de su situación de marginación.


Cada semana reunía a un grupo de ellas tratando de hacerles recuperar su dignidad. Organizó un ropero para que pudiesen ganarse algo. Y hasta buscó empresas que comprasen lo que ellas hacían. Pero las murmuraciones eran cada día mayores. Pero su experiencia duró solo un año.

En la parroquia, algunos dejaron de asistir a su misa. Hasta que el Superior, muy cuidadoso de la buena imagen del súbdito, le prohibió tajantemente seguir con su labor. Le hizo ver que con su trabajo alejaba a la gente de la Iglesia y se iba a otra parroquia. ¡Era un peligro para la Parroquia. 
¡Tremendo problema! Y no encontró mejor solución que, lograr que los Superiores Mayores lo destinasen a otro lugar en otra provincia.
Estas pobres mujeres, durante un tiempo, acudían a la Parroquia preguntando por el Sacerdote. “¡Es el único que nos ha visto y tratado como personas!” “¿Por qué se lo han llevado?”


De seguro que salvaron su imagen, su fama y su reputación. Pero aquellas mujeres quedaron abandonadas y marginas. ¡Pobre Jesús! También él se metió con gente de mal vivir. También él se hospedó en casa de un pecador. También él se sentó a comer y cenar. Y también sus feligreses comenzaron a murmurar de él:
“Come con pecadores”.

Y mientras tanto, ninguno de ellos se dio cuenta de que el pecador Zaqueo comenzaba un cambio radical en su corazón:
“La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más”.
Cuantos se escandalizaron del buen sacerdote preocupado por la dignidad de esas pobres mujeres y dejaron de asistir a su Misa, ¿serían luego capaces de dar la mitad de los bienes que tenían a los pobres?
¿Serían capaces de meter la mano al bolsillo y a la billetera y devolver lo que posiblemente habían adquirido injustamente?

Cuando se trata de darle la mano al débil, al marginado, al pecador, Dios no cuida de ensuciar su imagen.
Porque Dios no vive de la imagen que puedan tener de Él, sino de la verdad del hombre y la salvación del hombre.
A Dios no le importan las murmuraciones de los que se creen buenos. Le importa más la dignidad del hombre.


En la Cruz, Dios perdió toda su dignidad humana. Pero fue precisamente en la Cruz donde reveló la dignidad y la grandeza del hombre y de su corazón divino.
Quien se aleja de los malos, para conservar su buena imagen, se está alejando de Dios. La distancia entre nosotros y Dios es la misma distancia que establecemos entre nosotros y los malos.

P. Clemente Sobrado C. P.


jueves, 14 de octubre de 2010

¿Por qué rezamos poco? Jueves, 14 - Octubre - 2010

"Ventana abierta"


¿Por qué rezamos poco?


La pregunta me parece tonta. Eso es como preguntarle a dos enamorados ¿por qué hablan tanto? O preguntarle a una pareja de esposos cansados ¿por qué se hablan tan poquito? El Evangelio de hoy nos habla de “cómo tenían que orar siempre sin desanimarse”.

- Se habla mucho con alguien cuando tenemos algo que decirle. Cuando dentro llevamos cosas que compartir. O simplemente cuando queremos comunicamos con alguien. A mí me encantan los niños cuando están hablando los mayores.

Ellos meten cuchara cuantas veces pueden. Y ya pueden decirles que se callen, que no molesten y no fastidien. “Mami… papi… mi hermanito, mi hermanita… oye mami, dónde…”. Te he dicho que no molestes… que estoy hablando con tu tío César… Tú ya puedes seguir en lo tuyo que ellos siguen en lo suyo… “mami… papi…”. Ellos se sienten en su ambiente. Se sienten con derecho a que se les escuche, por muy ocupados que estén los viejos…

- Por eso, preguntar por qué rezamos tan poco, pareciera tener una respuesta muy simple: ¿No será que no tenemos nada que decirle a Dios? ¿No será que no nos sentimos en ambiente con Él?

- El problema de la oración en sí no existe. Lo que existe es una experiencia de Dios que se eclipsa en nuestro interior. Dios pareciera no ser gran noticia para nosotros. En la medida en que Dios es o deja de ser noticia dentro de nosotros, en esa misma medida, rezamos o dejamos de rezar. Por eso Santa Teresa, que tanto sabía de oración, define la oración como “hablar de cosas de amistad”. Porque no me digas que con los amigos, los amigotes, no hablas. Hasta es posible que te manden callar porque no dejas hablar a los demás. En cambio cuando se trata de hablar con Dios, necesitamos que nos manden rezar.


- Me impresionó un amigo mío, hoy invidente. pese a que aún es joven. Me mandó llamar pues quería confesarse. Lo visité en su casa. Después de confesarle le dije que rezara por penitencia un Padre nuestro. Por favor, Padre, déme una penitencia. No me diga Ud. que rezar un Padre nuestro es penitencia. Para mí, rezar, es algo muy agradable, placentero, me siento a gusto rezando. Dígame, Padre, ¿por qué Uds. los sacerdotes han acostumbrado tan mal a la gente en la confesión? Por una parte los invitan a que recen a Dios diariamente, y luego les hablan de la oración como “una penitencia por los pecados”.., por favor, Padre… Desde entonces siento cierto rechazo cada vez que digo a alguien “reza un Padre nuestro por penitencia”.

- Rezar… una penitencia… En mis largos años de sacerdote no había caído en la cuenta. Rezar no puede ser penitencia. Rezar tiene que ser un momento agradable, porque eso de oración es “cosa de amistad”. Y yo no hago penitencia cuando hablo con los amigos.

- Claro que alguien puede decirme que él espera para rezar, a sentir a Dios como amigo suyo. Pues, no estoy de acuerdo. Es cierto que con los amigos hablamos a gusto. Pero también es cierto que hablando nos hacemos muchos amigos. Cuántas veces te encuentras con alguien a quien no conoces. Comenzáis a charlar y al final del viaje sois amigos. Ya os cursáis mutuas invitaciones. Pues si bien la oración nace de la amistad con Dios, también es cierto que cuanto más reces más irás sintiendo a Dios como amigo.

- Puede que al principio te sientas un tanto corto en tus manifestaciones. Pero Dios es un tipo que fácilmente se deja querer y amar. Si comienzas a charlar con Él, pronto te darás cuenta de que “es un tipo simpático, y que te cae bien”. Lo importante es que rompas el hielo. Comienza, no importa lo que le digas. Y si no sabes cómo hacerlo, cuéntale cómo te ha ido durante el día. Y si prefieres, dile lo que te cuesta aguantar a tu marido o a tu esposa, y hasta le puedes decir que con la suegra es inútil, pues se quiere meter en todo… Así de simple. ¿Para qué andar con rodeos, si Él está esperando tu primera palabra que le dé ocasión para entrar en amistad contigo?

- Recuerdas esa propaganda “fui al gimnasio y no pasó nada… compré ropa nueva… y no pasó nada. Sigo igual de gorda”. Hay muchos que tienen una dificultad para rezar. Le recé el otro día, y no pasó nada. No me hizo caso. Le pedí que me ayudara en lo otro y no pasó nada, tampoco me hizo caso. Para qué seguir.

Oye, amigo, tú también me das la impresión de que lo único para lo que quieres las amistades es para desplumarlas, pedirles tarjetas de recomendaciones, ascensos. La amistad es otra cosa, hermano. Deja que la amistad profundice vuestra relación y verás cómo las cosas llegan sin pedirlas. No seas de los que sólo rezan cuando se mojan. Yo no creo que hables con tu madre sólo cuando necesitas pedirle dinero para irte al cine. Ni creo que hables con tu enamorada cuando necesitas que te haga un favor.


Los amigos mendigos ordinariamente no saben de amistad. Más bien diría que son tíos de los que hay que prevenirse. La mejor amistad se da cuando el amigo se siente precisado a querer hacer algo por ti sin que tú se lo pidas. Yo creo que Jesús andaba por esa línea cuando dijo que “el Padre, aún antes de pedirle nada, ya sabe lo que necesitamos”.


No seas tú como aquel niño a quien su mami le preguntó: hijito ¿ya has rezado algo al levantarte? No, mami, durante el día yo no tengo miedo. Sólo rezo de noche que es cuando me da miedo estar solo. Prefiero que digas como Gandhi: “Puedo pasar un día sin comer, pero no puedo pasar un día sin orar”.

Clemente Sobrado C. P.
PD: Muy en breve os enviaré la dirección para entrar a mi nuevo Blog: “Club amigos de la Esperanza”.

(Si este mensaje te ha dicho algo, compártelo con tus amistades)

jueves, 7 de octubre de 2010

El dolor une lo que la religión divide. Jueves, 7 - Octubre - 2010

"Ventana abierta"

El dolor une lo que la religión divide


La curación de los diez leprosos resulta sorprendente. Samaritanos y judíos no podía verse. La Samaritana se extraña de que “un judío hable con ella siendo samaritana”. A Jesús le niegan posada porque “va camino de Jerusalén”.
¿Por qué será que la religión en vez de unir termina desuniendo?
¿Por qué los que no tienen mí fe, han de resultarme extraños y hasta enemigos?
¿Por qué los que no son de mi Iglesia, tienen que ser una especia de competidores y extraños?
Los grandes líos entre Pablo y Pedro, comer o no comer con los paganos.
Y eso sucedía en tiempos de Jesús.
Y sigue siendo una realidad también hoy.


En una de mis visitas a Jerusalén, se me ocurrió abrir la Biblia en la explanada del templo. Pudo costarme caro. Inmediatamente me vino uno gritando, que no sé lo que me decía porque hablaba en árabe. Debí guardarla de inmediato en mi bolso de mano.
Europa se debate sobre la supresión de los signos religiosos en los Centros Educativos y lugares públicos, “por respeto, dicen, a las distintas creencias”. Los signos religiosos, como el Crucifijo, es una ofensa para los demás.
¿No estaremos deshumanizando la religión y la fe?
De tanto pensar en Dios y defender los derechos de Dios, ¿no nos estaremos olvidando de los hombres, su dignidad y su libertad?
Una religión que no respeta las distintas manifestaciones ¿será un verdadero signo de Dios?
Y sin ir más lejos, ¿no estamos constantemente acusándonos, aún dentro de la Iglesia, como si cada uno, cada grupo tuviese un Dios en pelea consigo mismo y con el Dios de las demás?
Que si Jesuitas u Opus Dei, dicen unos.
Que si tradicionalistas o de avanzada, dicen otros.
Que si el único auténtico camino de fe y vida cristiana es el nuestro, el de nuestro Movimiento.
¿No estaremos convirtiendo la Iglesia en una especie de aglomerado de Partidos Políticos, donde los unos les sacan la mugre a los otros, sobre todo en el Parlamento o a la hora de las Elecciones?
Felizmente yo diría que, más allá de lo religioso, de la Ley y de nuestros “diositos” está el dolor que es capaz de unirnos, compartiendo la misma realidad y el mismo sufrimiento.

 Junto a nueve judíos estaba “un samaritano”. Incluso los diez se ponen en camino y son curados de su lepra los diez.
Parecen ser un grupo unido mientras comparten su lepra y su aislamiento y su marginación.
Sin embargo, una vez limpios de la lepra, y regresan a su religión, de nuevo vuelven a separarse. Los nueve siguen su camino al encuentro de los sacerdotes para reintegrarse a la comunidad de la Ley. Y el samaritano regresa en solitario a Jesús a dar gracias y alabar a Dios.



El samaritano no tiene sacerdotes que lo reciban.
El samaritano no tiene templo que lo acoja.
El samaritano no tiene comunidad que le abra los brazos.
Regresa al que está por encima de la religión.
Regresa al que está por encima de la Ley y del Templo.
No basta el milagro de su curación para descubrir la novedad de Jesús.
No basta el milagro de su curación para abandonar la antigua Ley que los marginaba.
No basta el milagro de su curación para incorporarse al Dios de Jesús.


Es posible que muchas veces el apego a la “tradición”, a lo de siempre, sea el mayor obstáculo para una religión renovada.
Es posible que muchas veces el apego a lo “de siempre”, sea el mayor estorbo para abrirnos a lo nuevo, a la actualidad y contemporaneidad de Dios.
Es posible que las leyes, las estructuras de los hombres, la fidelidad a las leyes sean como un muro que impide ofrecer un nuevo rostro de Dios a los hombres de hoy.
Y es posible que también los “samaritanos” de hoy, aquellos que no piensan como los “buenos”, estén más abiertos y disponibles para “regresar”, no a la tradición sino a Jesús mismo, reconociendo en Él, el verdadero Evangelio de Dios. 

“¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?” Y le dijo: “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”.


Clemente Sobrado C. P.www.iglesiaquecamina.com

"Queremos ver a Jesús"

"Ventana abierta"


"Queremos ver a Jesús"


P. Clemente Sobrado C. P.

En su Mensaje con motivo del Domund 2010, Benedicto XVI repite casi literalmente las palabras de Juan Pablo II en su Exhortación “Novo Milenio Ineunte”, donde ambos citan el texto del Evangelio de Juan: “Queremos ver a Jesús”.

Aquellos griegos llegados para la fiesta: No piden que se les hable de Jesús.
No piden que se les regale una estampita de Jesús.
No piden que les demos discursos ni teologías sobre Jesús.
Ellos “quieren ver”.
Ellos quieren verlo con sus propios ojos.
Ellos quieren experimentarlo personalmente.
Nada de conocer a Jesús de segunda mano.


“Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo “hablar” de Cristo, sino en cierto modo “hacérselo ver”. (NMI n.16)
Y que Benedicto XVI traduce así: “también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes no sólo que “hablen” de Jesús, sino que “hagan ver” a Jesús, que hagan resplandecer el Rostro del Redentor en todo rincón de la tierra ante las generaciones del nuevo milenio, especialmente, ante los jóvenes de cada continente, destinatarios privilegiados y sujetos del anuncio evangélico. Éstos deben percibir que los cristianos llevan la palabra de Cristo porque Él es la Verdad, porque han encontrado en Él, el sentido, la verdad para su vida”.


Es cierto que Jesús envió a los suyos a “anunciar” a “proclamar” el Evangelio a toda la creación.
La palabra es necesaria.
La palabra sola no es suficiente.
La palabra hablada necesita de la palabra vida.
La palabra que no se revela en la vida está vacía.
Es la vida la que se hace la mejor palabra.
Es la vida la que hace creíble la palabra.
La Iglesia habla mucho de Jesús.

Pero los hombres y mujeres de hoy “aguantan escuchar”, pero prefieren “ver”.
No quieren tanto predicadores sino los testigos.
No quieren tanto la elocuencia sino el testimonio.
No quieren escuchar, quieren ver.


Por eso, el DOMUND que quiere ser “la ocasión para renovar el compromiso de anunciar el Evangelio y dar a las actividades pastorales un más amplio respiro misionero”, implica también una revisión de nuestra propia fe que queremos compartir con los demás.

No podemos ofrecerles una fe que a nosotros ya no nos sirve.
No podemos ofrecerles una fe que nosotros tenemos en desuso.
No podemos ofrecerles una fe que ya no alumbra y no da sentido a nuestras vidas.
Ser misionero y tener conciencia misionera no es darles lo que a nosotros nos sobra.
Ser misionero no significa regalar a los demás aquello que a nosotros nos estorba.
Ser misioneros no significa comprometer a los demás con algo de lo que nosotros decimos habernos liberado.
El verdadero problema misionero de la Iglesia está en la sinceridad entre lo que anunciamos y lo que vivimos.
Las palabras abundan.
Lo que se necesita es el testimonio de vida.
Es preciso que escuchen. Para ello requieren de alguien que les anuncie.
Pero es preciso que “vean”. Para ello es indispensable el testimonio de una Iglesia que respalde la palabra y revele el verdadero rostro de Jesús.
Todos estamos llamados a ser ese rostro vivo de Jesús.
Dios es invisible y se hace visible en Jesús.
“El que me ve a mí, ve al Padre que me ha enviado”.
Jesús hoy, ya resucitado y ascendido al cielo, es invisible.

Pero Jesús se hace visible en cada uno de los creyentes en él.
“El que nos ve a nosotros, ve a Jesús que nos ha enviado”.


Para ser una Iglesia auténticamente misionera, todos tendremos que revisar muchas cosas que oscurecen y nublan el rostro de Jesús. Mientras tanto, los hombres y mujeres de hoy nos siguen gritando, a veces en silencio: “Queremos ver a Jesús”. ¿A caso no nos cuestiona esa frase tan corriente de hoy de “Yo creo en Jesús, pero no en la Iglesia”. Posiblemente sea una excusa. Pero no puede dejar de ser una interrogante.

P. Clemente Sobrado C. P.