Archidiócesis de Sevilla
UN CIRIO DE PALIO ENCENDIDO
Padre Marcelino Manzano
Fui yo quien te
engarzó en la valiosa joya de una señora elegante, una Señora del barrio de San
Vicente, de ojos grandes y corazón traspasado, a la que por el día de su santo,
cada año, un viernes que llamamos de Dolores, tras dejarle un beso en su divina
mano, le regalamos una joya, la misma pero siempre distinta, que le dicen paso
de palio.
Fui yo, querido cirio, quien te engarzó, como una
piedra preciosa, en la joya de la Señora. Era una noche de marzo, ha hecho
ahora dos años. De la mano de tu prioste, en un ritual aprendido en tantas
noches de fundir que se prolongan hasta el alba por San Vicente, te fijé en el
candelero. Y aquel Lunes Santo, primera tanda de candelería, alumbraste su cara
y fuiste oración en nombre de los que no pueden volverse para rezarte,
disciplina de nazarenos de ruán. Y en aquella Pascua, tras la misa de acción de
gracias delante del palio, retornaste a mis manos, más pequeño y también
llorando lágrimas de cera como queriendo imitar a la Señora elegante de San
Vicente. Te llevé a mi casa no como un simple recuerdo, sino como un signo de
amor y un tesoro valioso de esos que guardamos con celo y algunos no
comprenden. Un cirio gastado que fue luz de Lunes Santo y nunca pensé en volver
a encender.
Se han ido marzo y abril con la mayor de las amarguras,
por una enfermedad que ha destrozado vidas y nos ha robado una Semana Santa. Y
digo robar, porque las semanas santas las tenemos contadas para cada uno, y no
vuelven. Y tú, querido cirio, en marzo y abril volviste a darnos luz, encendido
sobre la sencilla mesa del despacho de casa, donde en estos días de encierro
nos hemos congregado muchos días los nazarenos de las Penas, sin antifaz pero
con el cinturón de esparto hecho nudo de emociones en la garganta, para
escuchar al Resucitado y sentarnos a comer con él al atardecer del día, y
reconocerle al partir el pan mientras le hablábamos de nuestros temores.
Has sido tú de nuevo, querido cirio, un sacrificio
ofrecido en plegaria pidiendo fortaleza a Aquel en quien podemos todo. Tu luz
en la Eucaristía doméstica nos ha permitido seguir caminando y confiando. Hay
quien dice que estas misas no han valido, que no tienen eficacia sacramental,
que encerrarse es de cobardes. Pues que le pregunten a los que han convertido
el ordenador y la televisión en un altar doméstico, cuando han llegado a casa
tras repartir alimentos o mascarillas, tras venir de hacer la compra a un
hermano anciano y solo, o de vuelta del Economato cerca de San Lorenzo. Que le
pregunten a las familias que no se han movido para preservar su salud y la de
todos, a los niños que no han estrenado la túnica, pero cada tarde, con sus
padres, han visto el cirio encendido, junto a otro más grande, morado, que fue
alumbrando al Señor caído de San Vicente.
Nunca pensé en encenderte más, querido cirio. Y ahora
que, Dios mediante, volveremos a reunirnos en el templo, un poco más
distanciados y con otro tipo de antifaces, doy gracias al Señor por habernos
hecho entender aquello que decía San Pedro: “también vosotros, como piedras
vivas entráis en la construcción de una casa espiritual para un sacerdocio
santo” (1 Pe 2, 5). Somos piedras vivas del templo de la Iglesia. Cada nazareno
sin túnica, cada familia de la hermandad, ha sido piedra viva de una Iglesia
sobre la que nada ni nadie prevalecerá, ni virus ni enemigos más grandes. Una
Iglesia que ahora vuelve a otros lugares consagrados, pero sabiendo que el
primer y más grande lugar consagrado para el Señor es el alma, el corazón, la
conciencia.
Querido cirio, que un día fuiste luz para la joya de la
Señora de los Dolores y ahora lo has sido en nuestras misas de confinamiento,
te seguiré encendiendo por los que se fueron y por la salud de los que
permanecemos, mientras vamos desgranando el rosario y lo vamos terminando con
una letanía de piropos… Madre de las familias, ruega por nosotros…
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