"Ventana abierta"
Carlos Amigo: «Solo quería ser fraile y, si acaso, profesor»
El cardenal dejó los estudios de Medicina porque se vio atraído por el
estilo de vida franciscano. «El deseo de vivir para siempre está en la esencia
de la persona», dice fray Carlos.
CESAR COCA
MADRID
Al cardenal y
arzobispo emérito de Sevilla Carlos Amigo (Medina de Rioseco, 1934) se le puede
aplicar con todo rigor la vieja frase de Terencio: nada humano le es ajeno. No
lo ha sido en ningún momento de su vida, lo mismo durante sus años juveniles en
la Facultad de Medicina, que luego como sacerdote franciscano, en su etapa de
arzobispo de Tánger, más tarde en la capital de Andalucía o ahora, que lleva
una ajetreada vida de jubilado acudiendo a cuantas llamadas recibe, y son
muchas. Al cardenal Amigo, o fray Carlos como prefiere que le llamen, le gustan
la antropología y el fútbol, la filosofía y la novela histórica, la
electrónica, la cerámica y la ópera. Desde su metro noventa de estatura,
contempla el mundo con preocupación, pero sin perder ni un ápice de afabilidad;
aunque todavía esté recuperándose de una intervención quirúrgica que lo mantuvo
ingresado en un hospital durante un mes y medio a comienzos de verano. Durante
una larga conversación en Madrid, en una mañana calurosa que no parece
preludiar el otoño, repasa su biografía, deteniéndose en un anecdotario rico y
diverso. «¿Pedirle algo a la vida?¿Cómo voy a pedirle más de lo que me ha
dado?» Ese es el espíritu de este príncipe de la Iglesia culto, abierto y buen
conocedor del islamismo.
Usted procede de una familia de
clase media. Su padre era médico en Medina de Rioseco.
Toda la familia de mi padre era de allí, y la de mi madre, de Valladolid.
Mi padre había estado de médico en varios pueblos, luego se especializó en
Odontología y se instaló en Medina para que los hijos pudiéramos ir al
instituto sin tener que trasladarnos a Valladolid. Éramos nueve hermanos,
aunque uno murió siendo muy pequeño y a mí, que soy el penúltimo, me pusieron
su nombre.
También tuvo un tío muy famoso, el
psiquiatra Vallejo-Nájera.
Sí, lo fue, pero creo que el más célebre fue mi primo Juan Antonio. Cuando
yo estaba en el seminario, los domingos me invitaban a comer en su casa. Él me
enviaba a veces a alguna persona con problemas, solo para que la escuchara. Mi
relación con él fue muy intensa. Un día me llamó para decirme que le quedaban
dos meses de vida. Sigue pareciéndome increíble la serenidad con la que
organizó todo: la despedida de sus amigos, su propia muerte y hasta su funeral.
Dejó organizada una comida de los familiares más próximos para cuando
volviéramos del cementerio.
Nació en un pueblo que quedó en
zona nacional durante la Guerra. ¿Recuerda algo de entonces?
Nada, apenas unas imágenes borrosas. Junto a mi casa estaba la de mis
abuelos, que tenían una bodega en el sótano. Un día, estábamos desayunando y,
por una alarma, salimos corriendo y nos metimos allí. Cuando regresamos, se
había quemado el chocolate, que nadie retiró del fuego. Otro día vi pasar unos
tanques por la carretera. Mis padres hicieron lo posible para que no viéramos
nada que luego nos dejara malos recuerdos.
Empezó la carrera de Medicina.
¿Tuvo dudas con su vocación?
Creo que tendría 15 años cuando le dije a mi padre que quería ser
misionero. Él me recomendó que primero acabara el Bachillerato y luego
decidiera. Imagino que pensaba que iba a ser médico, como pasaba con todos los
varones de la familia.
Pensaría que iba a ser así, porque
se matriculó en Medicina en Valladolid. ¿Cómo era el ambiente allí?
En la ciudad entonces se decía que allí solo había curas, militares y
universitarios. En esos tres círculos se conocía todo el mundo y el ambiente
era estupendo. Había una amistad verdadera que solo se interrumpía en los
veranos, cuando muchos estudiantes que eran de fuera se iban a sus casas.
¿Cuáles eran sus aficiones en ese
tiempo?
Me gustaba mucho el fútbol y jugaba al baloncesto en un equipo local. Como
premio, nos regalaban entradas para ver los partidos del Valladolid.
¿Las chicas? ¿Bailar?
No tuve novia formal, pero salíamos con chicas. ¿Enamorado? Sí, imagino
que sí, quedábamos con chicas. Entonces, las relaciones no eran como ahora...
En cuanto a lo de bailar, no me gustaba, pero era porque las chicas no querían
bailar conmigo, por los pisotones que les daba.
***
Había tomado la decisión de ordenarse sacerdote al final del primer
trimestre, pero no se atrevía a contárselo a su progenitor, muy ilusionado con
la idea de que fuera médico. Por eso esperó hasta que el curso estaba
prácticamente acabado para hacer una confidencia a su hermana mayor, a
sabiendas de que ella lo diría a su madre y ésta se lo contaría al padre. «No
es que no me gustara la Medicina, pero se dio una especie de contagio. Unos
franciscanos habían ido a una celebración familiar y me gustó su forma de
vivir». Es inútil buscar en esos años un deslumbramiento, un momento de su vida
en que viera con claridad que su destino estaba en el sacerdocio. «No fue una
gran conversión», dice con sencillez. «Mi estilo de vida espiritual se lo debo
a los franciscanos. Siempre me ha llamado la atención lo que no llama la
atención de la mayoría, las cosas poco importantes». Así explica no solo su
relativamente tardía vocación religiosa, sino también la decisión de ingresar
en la orden.
Ordenado sacerdote con 26 años, luego estudia Filosofía en Roma,
Psicología en Madrid, Teología en Santiago, se interesa por la Antropología. Su
curiosidad parece inagotable.
Tuve que estudiar cosas diferentes porque había pocos profesores para
impartir algunas materias como Filosofía de la Ciencia, Antropología y otras.
Lo hice por necesidad, ya que querían que diera esas clases, pero también es
cierto que me interesaron mucho algunas cosas. La Antropología, por ejemplo.
Todo lo que se relaciona con las persona siempre me ha interesado.
***
Llevaba una tranquila vida
académica y lo envían de arzobispo a Tánger. ¿Qué pensó cuando conoció el
nombramiento?
Me quedé descolocado. Yo quería ser fraile y, si acaso, profesor. Fíjese
cómo fue que me retiré una semana con unos libros para estudiar qué era eso de
ser obispo. Lo habíamos visto todos en Teología, claro, pero eran materias
sobre las que pensábamos que solo iban a ser útiles para unos pocos, y no les
prestábamos mucha atención. No me veía de obispo y, como ya había dicho no a
algunos cargos con anterioridad, el nuncio de Argel, que fue quien me comunicó
el nombramiento, me dijo que no olvidara que estaba obligado a la obediencia al
Santo Padre. Ese destino cambió totalmente mi vida.
¿Cómo se sintió en una ciudad de
gran mayoría musulmana?
La diócesis abarcaba varias poblaciones que sumaban dos millones y medio
de musulmanes y algo menos de 7.000 católicos. Además, estos procedían de
muchos lugares. La relación entre judíos, musulmanes y católicos era magnífica.
Los muchachos convivían en los institutos, nos invitábamos unos a otros a
nuestras fiestas, la gente te saludaba por la calle. Conservo muchos amigos de
entonces. Cuando me hicieron cardenal, más de uno me dijo que yo era su
representante... El mejor diálogo es el de la vida.
***
El temor al fundamentalismo
Carlos Amigo fue nombrado arzobispo de Tánger cuando tenía solo 39 años.
Allí estuvo ocho, viviendo en una ciudad de abrumadora mayoría musulmana. Hizo
amigos, conoció el islamismo, compartió fiestas con dirigentes religiosos y con
simples fieles. Su visión no es por tanto la de un mero observador en la
distancia o un teórico que se queda en el análisis de los textos sagrados.
¿Le preocupa el fundamentalismo?
Muchísimo. En mi época en Tánger no se veía. Formaba parte de una
conferencia episcopal que agrupaba Libia, Túnez, Marruecos, Argelia y el
Sahara. Veías lo que pasaba allí, escuchabas a unos y otros y era enriquecedor.
Nunca pude pensar que llegarían a ocurrir cosas como las que están pasando.
¿No había grupos radicales
entonces?
Sí, había algunos que habían nacido con un espíritu místico, que luego
evolucionaron hacia lo social, más tarde lo político y ahora... Es el caso de
los Hermanos Musulmanes. El fundamentalismo vino a partir de algunas
revoluciones, pero el islam no es tan compacto como a veces se ve desde aquí.
La mayor parte de los musulmanes no son violentos ni fundamentalistas.
¿Le parece posible una alianza de
civilizaciones?
La idea es positiva y se ha ido ampliando en cuanto a su ámbito. Fue un
concepto que surgió con Erdogan y Zapatero. Yo estuve invitado a la primera
reunión y hubo pocos participantes porque parecía una idea un tanto excluyente.
Al principio, tenía connotaciones políticas que no gustaban a algunos. Me
parece un proyecto positivo si no se hace para defenderse, porque entonces
sería algo más problemático.
¿Cree que lo que está sucediendo es
una verdadera guerra santa?
La guerra santa no es para los musulmanes un concepto violento, salvo
cuando su propia fe se ve atacada. O se habla del esfuerzo del creyente para
ser fiel y coherente con esa misma fe. Pero no puede haber una guerra santa
para aniquilar o imponerse a los demás. Eso lo rechaza cualquier musulmán
auténtico. El problema es que la religión se usa, y se ha usado siempre, para otros
fines.
***
Tiene el cardenal
Amigo una afición poco habitual entre las personalidades relevantes de la
Iglesia: leer novelas. No son su lectura más habitual ahí están los libros de
Teología, la Filosofía y otras materias más relacionadas con su actividad y trayectoria,
pero reconoce que siempre tiene alguna en su mesilla. «Me gustan las que están
bien escritas, porque además de la historia que cuentan te permiten enriquecer
el vocabulario. Suelo guiarme por las recomendaciones de los suplementos
culturales». Y va desgranando algunos autores y títulos que, no casualmente,
están ambientados en ciudades que conoce bien: La catedral del mar y La reina
descalza de Ildefonso Falcones, El tiempo entre costuras de María Dueñas, un
puñado de volúmenes de Eduardo Mendoza y Carlos Ruiz Zafón... historias que
transcurren en Barcelona, Tánger o Sevilla, en lugares en los que ha discurrido
su propia vida.
***
Si estaba tan integrado en Tánger,
¿le gustó que lo enviaran a Sevilla?
Estaba tan ambientado allí que fue un trauma. Solo conocía la ciudad por
un breve viaje turístico, así que me tocó cambiar de cultura otra vez. Y además
tenía todo en contra: entonces estaba muy vivo aquello de que las comunidades
deben tener obispos propios, y yo no era sevillano, ni andaluz, ni siquiera un
obispo español desde el punto de vista eclesiástico. Y, además, franciscano.
¿Cómo fue la adaptación?
Me dieron un gran consejo: que me dejara enseñar. No traté de comprender
algunas cosas, sino de vivirlas. Sevilla es una forma de vivir. Y cuando a mí,
nacido en un pueblo con maravillosas procesiones de Semana Santa, me
preguntaban por las de Sevilla, siempre respondía igual: es el mismo Evangelio
con distinta música. La religiosidad popular es igual en todas partes.
Uno de los acontecimientos más
relevante de esos años fue la boda de la infanta Elena, que usted ofició. ¿Se
sintió extraño rodeado por la Familia Real, políticos, banqueros, famosos...?
Cuando me llamaron, lo primero que imaginé fue que se trataba de organizar
una visita de los Reyes. Luego hablamos muchas veces: la Reina insistió mucho
en que para ellos era el matrimonio de una hija. Así lo pensé yo: la boda de
una hija de una familia muy especial, pero una boda. Me dieron todas las
facilidades, libertad para organizar la ceremonia, me consultaban cualquier
cambio. Lo único que inicialmente no me gustó fue que la retransmisión por
televisión marginaba los elementos religiosos.
¿Y cómo lo arregló?
Hablé con Pilar Miró, le expliqué cómo lo veía y ella lo entendió y cambió
muchas cosas. Parecía una mujer muy seria, pero de cerca daba gusto hablar con
ella. Quizá un día escriba un libro de memorias deteniéndome en personajes que
he conocido: de Gadafi a Pilar Miró o Lady Di.
En 2003, el Papa Juan Pablo II lo nombró cardenal. «Mi padre me habría
dicho lo mismo que cuando fui elegido obispo: ¡Qué bien! Enhorabuena. Pero lo
que más me gusta es que te portes bien con toda la gente». Ha participado en
dos cónclaves, los que eligieron para ponerse al frente de la Iglesia a
Benedicto XVI y Francisco. Al cumplir los 80, perdió el rango de elector, de
manera que no volverá a encerrarse en la Capilla Sixtina en ese acto ritual que
concita la atención de centenares de millones de personas, sean o no católicas.
Habla sobre los cónclaves, con su impecable traje negro recortado sobre una
pared enteramente blanca, y lo hace restando importancia y aura a la reunión.
¿Son conscientes allí dentro, en
ese escenario grandioso, de que hay tantas miradas sobre ustedes?
Yo no tuve esa sensación. El aislamiento físico te ayuda a tener una
libertad enorme. Estás allí para ayudar a conseguir la mejor elección posible.
Estás aislado y abres los ojos y los oídos para ver signos de quién puede ser
la persona más indicada.
¿Y el papel del Espíritu Santo?
El Espíritu Santo habla por signos, por el carácter de las personas, su
inteligencia y ejecutoria...
***
Carlos Amigo
Nació el 23 de agosto de 1934 en Medina de
Rioseco (Valladolid). Comenzó a estudiar Medicina en la Universidad de
Valladolid, pero lo dejó para entrar en la orden franciscana y ordenarse
sacerdote. Luego se licenció en Filosofía en Roma, en Psicología en Madrid y en
Teología en Santiago de Compostela.
Carrera Impartió clases en Santiago y con 36
años ya era provincial de la orden. Tres años más tarde, fue nombrado arzobispo
de Tánger. En 1982 ocupó la sede arzobispal de Sevilla, que dejó en 2009, al
cumplir 75 años. Designado cardenal por Juan Pablo IIen 2003. Ha sido elector
en los cónclaves de 2005 y 2013. No volverá a serlo por haber cumplido ya los
80 años. Es arzobispo emérito de Sevilla.
Publicaciones Es autor de una treintena de
libros y numerosos artículos sobre temas teológicos y también humanísticos e
históricos.
***
¿Por qué les prohíben tener móviles? ¿Piensan en el Vaticano que van a
vulnerar la prohibición de contar lo que sucede?
El día antes del comienzo del cónclave, nos reúnen a todos y nos dicen que
no hace falta que llevemos nada más que los efectos personales porque allí hay
de todo. Ese de todo es una bolsa con un libro de rezos, una libreta y un
boli... Nos insisten en que no se pueden llevar móviles, pero luego añaden que
hay inhibidores dentro. ¿Desconfianza? No creo que la haya. El temor está en
que alguien, desde fuera, pueda captar conversaciones entre quienes están dentro
del cónclave. Por eso, también, en la residencia donde se alojan los electores,
las persianas están precintadas. Se trata de que no se puedan seguir las
conversaciones por el movimiento de los labios.
Cuando fue ordenado sacerdote, las
iglesias y los seminarios estaban llenos. ¿Qué le preocupa más: la caída de
vocaciones o la de fieles?
Me preocupa más que el cristiano sea fiel al Evangelio. Me gustaría llenar
los templos, por supuesto, pero le aseguro que preferiría lograr esa fidelidad
al Evangelio. Hay problemas, pero no son para agobiarse. Debemos trabajar sin
nostalgias del pasado ni miedo al futuro. Se está dando un renacer del
sentimiento religioso y al tiempo un rechazo de las instituciones. Y mientras
tanto florecen brujos, chamanes, adivinadores... Hay canales de televisión
ocupados por todos ellos. Por otra parte, no olvidemos que hay indicadores muy
relevantes que no hablan de crisis.
¿Cómo cuáles?
El resurgir de la caridad, la mayor solidaridad que muestran los jóvenes,
la existencia con todo lo que se dice siempre aún de 26.000 misioneros
españoles por el mundo. Se dice que la juventud ahora no va a la Iglesia. No
estoy seguro de que estuviera nunca dentro. Sí en los actos más externos, pero
¿participaba realmente en la vida de la Iglesia? Para algunos actos, sí, pero
sin continuidad.
¿Qué le pide a la vida?
¿Más de lo que me ha dado? Si acaso, serenidad y que me mantenga la mano
abierta para que el Señor me encuentre así. Pero eso se lo pido a Dios.
¿Puede garantizar de alguna forma
que hay otra vida después de la muerte?
El deseo de vivir para siempre está en la esencia de la persona. La gran
garantía es Jesucristo... Un profesor que conocí se empeñaba en demostrar la
existencia de Dios mediante las Matemáticas. Prefiero el convencimiento y su propia
palabra. Y es un convencimiento que está en todas las culturas y en todos los
tiempos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario