Carta del Arzobispo de Sevilla + Juan José Asenjo Pelegrina.
Queridos hermanos y hermanas:
Dedico esta carta
semanal a los Ángeles Custodios, cuya memoria celebraremos el próximo jueves.
En la Eucaristía de ese
día recitaremos este fragmento del Salmo 90: A sus ángeles ha dado órdenes para
que te guarden en sus caminos, que sintetiza con mucha precisión el sentido de
esta fiesta.
Pocas experiencias nos
son tan cercanas como la constatación diaria de nuestra fragilidad y de
nuestras limitaciones, a las que se añade la experiencia del dolor, la
enfermedad y el sufrimiento. Al mismo tiempo, los cristianos profesamos
gozosamente nuestra fe en Dios, padre providente y bueno que nos regaló el don
de la vida y que después no se ha olvidado de nosotros, pues cuida y dirige
nuestra vida con su providencia amorosa. Dios nuestro Señor ejerce esta tutela
por medio de las personas que nos quieren: nuestros padres, hermanos, amigos y
quienes tienen alguna responsabilidad sobre nosotros. Pero, sobre todo, ejerce
su solicitud providente sobre nuestras vidas a través de los santos ángeles.
¿Quiénes son los
ángeles, y concretamente los Ángeles Custodios?
En el Credo confesamos
nuestra fe en un sólo Dios, padre todopoderoso, creador de todo lo visible e invisible.
La fe en Dios y en lo que Dios nos ha revelado incluye la aceptación de la
existencia de los ángeles, espíritus puros, incorpóreos e inmortales,
invisibles a nuestros ojos, pero seres personales, dotados de inteligencia y
voluntad y, por lo tanto, capaces de tener una relación con nosotros. Los
ángeles son como el lujo de la creación, la obra más perfecta de Dios creador,
expresión de su gloria y partícipes de su felicidad. Ellos están a su servicio,
para alabarle y para manifestar su providencia a favor de los hombres.
La existencia de los
ángeles es una verdad de fe, fundada en la Sagrada Escritura y en la Tradición
de la Iglesia. Desde la creación están presentes en los momentos estelares de
la Historia Santa. Ellos conducen al Pueblo de Dios en su peregrinación por el
desierto. Toda la vida de Jesús, desde la Encarnación a la Ascensión, “está
rodeada de la adoración y del servicio
de los ángeles” (CIC, 333). El ángel Gabriel anuncia a María su maternidad; el
cántico de los ángeles anuncia a los pastores el nacimiento de Jesús; ellos
protegen su infancia, le sirven en el desierto, lo reconfortan en su agonía y
anuncian su resurrección. Por otra parte, la predicación de Jesús contiene
continuas alusiones a los ángeles.
Os invito, queridos
hermanos y hermanas, a alabar a Dios que manifiesta su omnipotencia en la
creación de los ángeles, nuestros hermanos.
Démosle gracias porque
por medio de ellos vela amorosamente sobre nosotros.
El Catecismo de la
Iglesia Católica nos dice que “toda la vida de la Iglesia se beneficia de la
ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles” (334). “Desde la infancia a la
muerte, la vida humana se beneficia de su custodia y de su intercesión”. Por
ello, pudo escribir san Basilio el Grande que “nadie podrá negar que cada fiel
tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida”
(336). Es nuestro ángel custodio, que nos acompaña, ayuda, protege, defiende,
orienta en el camino de la vida, sugiriéndonos el bien que debemos hacer y
precaviéndonos del mal que debemos evitar. El Salmo 90 describe este servicio
de los ángeles con un lenguaje de gran belleza literaria y plagado de metáforas
por medio de los ángeles, el Dios amigo de los hombres nos libra de la red del
cazador y de la peste funesta; nos refugia bajo sus alas y su brazo es nuestro
escudo y armadura. Por ello, no tememos el espanto nocturno, ni la flecha que
vuela de día, ni la peste que se desliza en las tinieblas, ni la epidemia que
devasta al mediodía.
Este lenguaje metafórico
no nos debe inducir a pensar que la existencia de los ángeles custodios sea una
mera metáfora o una bella imaginación infantil, o como el dulce sueño con que
cerrábamos los ojos después de invocarlos en nuestra infancia. La cercanía
bienhechora de los ángeles, su tutela y custodia a favor nuestro es una gozosa
realidad.
Os invito, queridos
hermanos y hermanas, a alabar a Dios que manifiesta su omnipotencia en la
creación de los ángeles, nuestros hermanos. Démosle gracias porque por medio de
ellos vela amorosamente sobre nosotros. Os invito a robustecer nuestra devoción
a nuestro ángel custodio y a intensificar la familiaridad, la amistad y el
trato con él, pues de ello sólo se derivarán muchos bienes espirituales. En
efecto, nuestro ángel amigo nos ayuda cada día a ser fieles al Señor y a vivir
con gozo nuestra vocación cristiana.
Os invito, por fin, a
imitar a los ángeles custodios. Frente a la tentación cainita e insolidaria de
desentendernos de los dolores, los sufrimientos y las carencias de nuestros
hermanos, quienes cada día experimentamos la bondad, la misericordia y la
providencia de Dios que nos llega a través de los ángeles, estamos más
obligados que nadie a ser custodios de nuestros hermanos, especialmente de los
más humildes y sencillos, a ayudarles, defenderles y servirles.
Para todos, mi saludo
fraterno y mi bendición.
+Juan José
Asenjo
Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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