"Ventana abierta"
El ratón y el león
Había una vez un
fiero león que dominaba toda la selva que le circundaba. No en balde a estos
fuertes felinos se les suele conocer como el rey de esos parajes.
Animal que pasara por
algún sitio cercano a él, animal que debía reverenciarlo y mostrarle sus
respetos, si es que quería evitar algún mal momento.
Un día, tras mucha
actividad física, el león se echó en un descampado a tomar una siesta para
reparar sus fuerzas. Estaba tan cansado que cayó en un sueño profundo tras tan
sólo unos segundos.
Mientras dormía por
allí apareció un pequeño ratón muy inquieto y juguetón, al que le hizo gracia
ver a aquel enorme león tirado en medio de la nada y roncando a pata suelta.
Al roedor le llamó
esto tanto la atención que decidió encaramarse imprudentemente en aquel bulto
animal y empezar a jugar allí. Así, corría de aquí para allá sobre el cuerpo
del león, sin percatarse que sus pasitos hacían cosquillas y perturbaban el
sueño del fiero animal.
A medida que fue
pasando el tiempo para el león se hicieron insostenibles las cosquillas y
despertó abruptamente. Cuando se percató qué era lo que había provocado la
interrupción de su sueño dio un zarpazo tan rápido para atraparlo, que el pobre
ratón no tuvo la más mínima oportunidad de escapar.
De esta forma el león
tenía aprisionado al roedor entre sus garras y violentamente.
Le preguntó:
- ¿Quién diablos te
crees que eres pequeño animal? ¿Acaso no sabes quién soy? ¿Por qué eres tan
imprudente como para interrumpir mi descanso? ¿No aprecias tu vida? Soy el rey
de la selva y todos me deben respeto. Nadie se atreve a molestarme y menos
mientras duermo.
Muerto de miedo y
comprendiendo su osadía el ratoncito pidió clemencia al fiero animal.
- Lo siento señor.
Juro que no volveré a cometer tal tontería. Le ruego me perdone la vida y
estaré en deuda eterna con usted. Quién sabe si pueda serle útil de alguna
forma en el futuro.
- Útil tú a mí –dijo
el león con sorna. –No seas tonto. ¿Cómo podrá un animal tan minúsculo como tú
ser útil o ayudar a un animal tan grande y poderoso como yo? Si fuera sólo por
eso, realmente mereces morir por tus atrevimientos.
- No señor por favor
–rogó el ratón. –Le pido reconsidere su decisión y deje vivir a este pobre y
tonto animalito. Juro que no volveré a molestarlo nunca más.
Al ver llorar sin
medida al pequeño roedor, el león se apiadó de su caso y lo dejó vivir. Además,
estaba tan lleno por el atraco de comida que se había dado antes de dormir, que
realmente un pequeño ratón no haría la diferencia para su sistema digestivo.
Así lo soltó, no sin
antes advertirle que si se volvía tan osado una próxima vez, no viviría para
contarlo.
Pasaron días después
de esta situación y resulta que en una jornada como otra cualquiera el león
andaba de caza por la selva.
Tan enfocado iba en
una gacela que tenía más adelante, que no se percató de que estaba yendo
directo hacia una trampa hecha por hombres.
Sin margen para
maniobrar y escapar, el león cayó presa de tales artilugios y se vio de pronto
atado por todos lados.
En vano trató de
soltarse y de romper las cuerdas que lo ataban. Por mucha fuerza que tenía, el
amarre estaba hecho con tal ingenio, que la fuerza bruta del animal no podían
hacer nada contra él.
De esta manera, para
escapar y preservar su vida al león no le quedó más remedio que rugir y gritar
en busca de ayuda.
Sin embargo,
asustaban tanto sus rugidos a los animales, que ninguno se atrevía a acercarse
por allí, pues pensaban que el león estaba molesto y acercarse a él podría ser
dañino para su integridad.
Dio la casualidad que
los rugidos fueron escuchados por el pequeño ratón al que el rey de la selva le
había perdonado la vida. El roedor comprendió que algo grave debía estar
pasando por los rugidos, razón por la que sin pensarlo dos veces acudió en
ayuda de Su Majestad.
Al llegar vio que
este estaba completamente atrapado y ofreció su ayuda.
- Señor león, creo que
es momento que le devuelva el favor que usted me hizo cuando me perdonó la
vida. Yo lo liberaré de tales amarras para que no sea víctima del animal más
fiero de todos.
El león, molesto de
que sólo hubiese acudido el ratón molesto de aquella ocasión, al cual no
valoraba en absoluto por su escaso tamaño, dijo:
- Te lo dije una vez y
te lo vuelvo a decir. Nada puede hacer un minúsculo animal como tú para
ayudarme a mí, el animal más fuerte de esta selva.
- Pues veremos
–replicó el ratón, que sin dejarse amilanar se afiló los dientes y la emprendió
a mordiscos contra la cuerda principal del amarre.
Tan buenos son los
ratones mordisqueando y desgatando lo que se propongan, a pesar de su tamaño,
que tras sólo unos minutos de haber empezado su faena pudo vencer el grosor de
la cuerda y liberar al león.
Este, entre
sorprendido y agradecido, no tuvo más remedio que pedir perdón al roedor por
sus comentarios y dar gracias por haberle salvado la vida.
Había comprendido de
una vez y para siempre que en esta vida todos somos importantes y podemos ser
útiles, sin importar nuestro tamaño o fuerza. Lo único que importa es el deseo
y el empeño que le pongamos a aquello que nos mueve.
Por supuesto, desde
ese día el ratón y el león de nuestra historia fueron muy buenos amigos.
Andaban juntos siempre.
El león le facilitaba alimentos al roedor, mientras
este exploraba primero por él para ver que no hubiese trampas en el camino y si
el felino caía en una, pues lo liberaba con su importante habilidad.
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