"Ventana abierta"
Carta Pastoral del Arzobispo de Sevilla
EL SEÑOR ES COMPASIVO Y MISERICORDIOSO
Queridos hermanos y
hermanas:
Según la sentencia de un sabio rabino contemporáneo nuestro,
la Palabra de Dios, como los diamantes más preciosos, tiene múltiples caras y
perfiles: unas veces nos acusa y denuncia nuestros caminos errados; otras veces
nos consuela y conforta; en ocasiones nos espolea para que salgamos de la
comodidad y de la tibieza; y siempre es bálsamo que cura nuestras heridas,
nuestros dolores y sufrimientos. Su mensaje es siempre oportuno para cualquier
circunstancia o situación de nuestra vida cristiana. En este Domingo XXIV del
tiempo ordinario, nos habla sobre el perdón de Dios y sobre el perdón que todos
nosotros nos debemos otorgar en la vida social y comunitaria.
Si tuviéramos que buscar una definición de qué es ser
cristiano, a partir de las lecturas de la Palabra de Dios de este domingo,
podríamos decir que el cristiano es una persona que vive reconciliada con Dios
y reconciliada también con los hombres, sus hermanos. De la reconciliación con
Dios y de su perdón, hablamos en primer lugar.
Una de las mayores certezas que el hombre puede tener a la
hora de programar su futuro y de crecer en la vida espiritual es la conciencia
de que todos somos pecadores. La Iglesia es una triste comunidad de pecadores.
Hace sesenta años, en 1943, el papa Pío XII escribió en la encíclica Mystici
Corporis Christi que el hombre de hoy ha perdido el sentido del pecado. Son
muchos ciertamente los que dicen que ellos no se confiesan porque no tienen
pecados. No faltan tampoco filósofos modernos que afirman que una de las
mayores infamias que el hombre puede cometer es sentirse pecador, porque eso es
una humillación intolerable y una destrucción de su propia libertad.
En este contexto, la Iglesia tiene el deber de proclamar que
todos somos pecadores. Ninguno de nosotros puede decir como el fariseo del
Evangelio: “Gracias te doy, Señor, porque no soy como los demás hombres…”.
Todos, hasta los santos, exceptuando a la Santísima Virgen, somos pecadores y
tenemos que entonar cada día el Yo pecador y rezar muchas veces al día Perdónanos
nuestras deudas.
El pecado es una transgresión de la Ley santa de Dios; un
desprecio de sus mandamientos, una transgresión del plan de Dios sobre cada uno
de nosotros, una ofensa a Dios y un desprecio de la sangre redentora de Cristo.
El pecado es además un envilecimiento propio. Cuando pecamos nos degradamos,
rompemos la imagen ideal del hombre que Dios creó y nos esclavizamos, porque el
hombre sólo es libre cuando se ata amorosamente a la Ley de Dios. Buscando
nuestra propia libertad, nos encadenamos.
El pecado es además una ofensa a la Iglesia. Hasta los
pecados más ocultos tienen una repercusión social porque la Iglesia es el
Cuerpo Místico de Cristo y todas nuestras acciones, buenas o malas, tienen una
repercusión positiva o negativa en la totalidad del Cuerpo Místico de Cristo.
De ahí nuestra responsabilidad: con nuestro pecado y tibieza disminuimos el
caudal de caridad de la comunidad eclesial.
La actitud de Jesús ante el pecado es conmovedora. Lo
repetiremos en el salmo responsorial de la Eucaristía de hoy: El Señor es
compasivo y misericordioso… El mismo Jesús nos dice que no ha venido a salvar a
los justos, sino a los pecadores. Convive con ellos, les perdona, los busca,
busca la oveja perdida y voluntariamente se inmola en la Cruz en propiciación
por nuestros pecados. Después de su resurrección instituye el sacramento de la
Penitencia cuando dice a los apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. A quienes
perdonéis los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retengáis les quedan
retenidos.
Cada vez que nos arrodillamos ante el sacerdote para confesar
ante Dios nuestros pecados, el Señor nos perdona hasta el fondo y sin
restricciones si tenemos las debidas disposiciones. Nos abraza como el padre de
la parábola del hijo pródigo que, alejándose de él, ha dilapidado la fortuna.
El padre, sin embargo, no se lo echa en cara, no lo castiga, lo recibe, lo
abraza y organiza una fiesta. En el sacramento del perdón, además, el Señor nos
regala la gracia merecida de una vez para siempre por Jesús en la Cruz, junto
con una gracia peculiar para luchar contra el mal.
En este domingo agradecemos al Señor la institución del
sacramento del perdón, el más hermoso y el más importante después del bautismo
y de la eucaristía, pues es el sacramento de la reconciliación, de la paz, la
alegría y el reencuentro con el Señor.
El evangelio de hoy nos habla también del perdón mutuo a
partir de una pregunta de Pedro, seguramente al final de la vida pública del
Señor. La razón última es nuestra común condición de hijos de Dios y, en
consecuencia hermanos, redimidos por la sangre preciosa de Cristo, y nuestra
pertenencia a una y misma familia, la familia grande y magnífica de la Iglesia.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina Arzobispo de Sevilla
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