"ventana abierta"
EL CAMINO DE
LA TRANSFORMACIÓN
Mc 9, 2-10
2º Domingo de Cuaresma (Ciclo B)
Hoy estamos ante una espléndida teofanía de Jesús o transfiguración, momento
fuerte en la vida de Jesús, que… nosotros vamos a ponernos muy cerca de Él…
estar en todo lo que ocurrió… presentes a todo lo que ocurrió en esta escena. Y
para ello vamos a escuchar el Evangelio, donde San
Marcos nos habla y nos dice lo siguiente:
Seis días después Jesús toma
consigo a Pedro, Santiago y Juan y los lleva a ellos solos aparte a un monte elevado, y se transfiguró ante
ellos. Sus vestidos se volvieron resplandecientes
y muy blancos, como ningún batanero de la tierra podría blanquearlos. Y se les
aparecieron Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Tomó Pedro la palabra y
dijo a Jesús: “Rabí, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti,
otra para Moisés y otra para Elías”, pues no sabía qué decir porque estaban
atemorizados. Se formó entonces una nube que los cubrió y desde la nube se oyó
una voz: “Éste es mi Hijo amado, escuchadle”. Y echando en el acto una mirada a
su alrededor, ya no vieron a nadie, sino a Jesús solo con ellos. Mientras
bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto,
hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Y guardaron estas
palabras discutiendo entre ellos qué era aquello de “resucitar de entre los
muertos”. Realmente es un texto
profundo que nos lleva a estar muy centrados junto a Jesús. Vamos a revivir lo que pasó en aquel momento:
Jesús ha estado varios días predicando por
Cesarea de Filipo y hacía seis días que había hecho la promesa del primado
a Pedro, y quiere hacerle comprender cuál va a ser su destino. Para ello van caminando, llegan al pie del monte, del Monte
Tabor, y allí coge a sus discípulos más preferidos, a los que les había puesto
el sobrenombre, a los tres, y los lleva aparte, solos, a este monte alto. Este
monte —Monte Tabor—, que sabemos que está situado en Galilea y a unos
770 metros sobre el Mar de Galilea; allí ahora se ha construido una hermosa basílica de estilo bizantino. Y
mientras oraba, se transfigura. No cambia de figura, se transforma. Ellos se quedan dormidos, cansados, y cuando despiertan se
dan cuenta de que Jesús resplandece como el sol, y su figura es como otra; sus
vestidos, blanquísimos. Se asustan y ven que está hablando con Moisés y Elías,
hablando de cómo iba a ser su muerte, de cómo iba a ser su resurrección. Y
cuando estaban así, Pedro, lleno de alegría y de felicidad, se despierta y
dice: “¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas”. Pero de pronto,
una nube les cubre y oyen una voz: “Éste es mi Hijo amado. Escuchadle”. Y al
oírla sienten miedo, se asustan, pero Jesús les dice: “No temáis, levantaos y no temáis. Venga, vámonos, pero no
digáis nada a nadie de lo que habéis visto y oído”.
¡Qué texto!... estoy ahí
viendo… yo no soy digna, no somos dignos de entrar en esta escena... Pero con cariño, con calor, la vamos a
ir profundizando, para encontrarnos y tener
un momento profundo con Jesús... ¿Qué quería hacer Jesús con esta
teofanía? Reafirmarles la fe, enseñarles el camino de la transformación. Pero fijaos,
¿cómo lo hace? Se retira a orar a un alto para contemplar a Dios.
Bien, pues nunca podremos orar si no dejamos en la falda del
monte todo lo que nos distrae y nos entorpece. Tenemos que subir, ponernos en
contacto con lo sagrado, con el Dios de la gloria.
¿Y qué les enseña
más?
Que la verdadera transformación pasa por la cruz, por las dificultades,
por las persecuciones, por los tormentos. Si yo me quiero transformaren ti, Jesús, sé que tengo que pasar por muchos
momentos malos, por caminos arduos, por senderos difíciles, pero Tú me
transformarás.
¿Y qué les dice más?
Que la verdadera
transformación sólo está en seguirle y escuchar su voz. ¡Escucharle!
Cuando estos
discípulos se vieron cubiertos por la nube… —la nube que significaba la
presencia de Dios, la gloria de Dios—, cuando nos sentimos envueltos de la
gloria de Dios, cuando nos sentimos muy cerca porque nos pegamos a Él, porque
nos metemos en su corazón, sentimos:
“Escucha, escucha y no tengas
miedo”.
Y también ¿qué nos quiere decir Jesús con este encuentro tan precioso?
Que
no tenemos que temer. No temáis. A pesar de las pequeñeces que tengamos, a
pesar de todo lo que nos rodea, a pesar de lo que nos cubre, siempre tenemos
esa nube que nos envuelve y nos lleva a decir:
“No temas, Yo estoy contigo”.
Pero antes tengo que pasar por la cruz, antes tengo que pasar por todo lo
difícil, por todo lo que más cueste.
A los
discípulos les costó rehacerse, recobrar las fuerzas, y tuvo el Señor que
llevarles a ese camino de iluminación para darles aliento.
Cuando yo me sienta
mal, cuando me sienta sin fuerzas… ¡al
Tabor!, al encuentro con el Señor. Allí sentiré la iluminación de Jesús. Pero
tengo que escucharle, porque si no es así, resultará desconcertante mi vida, no
coincidirá lo que pienso con lo que hago. Y mi escucha tiene que ser sincera y paciente.
Encontrarme con
el Señor es descubrirle, es volverle a vivir, y no tener miedo, como el apóstol Pedro que tenía miedo. No. Cuando
no entendemos la vida de Jesús, tenemos miedo. Pero ¿cuál es el camino?
¿Cuál es nuestra transformación?
La fe, nuestra
fe. Por eso hoy le vamos a pedir mucho al Señor que nos haga profundamente fieles
en la fe, y que perdamos ya el disfraz de nuestra apariencia.
Me recuerda mucho
este texto, este encuentro con Jesús… —y le digo muchas veces:
“Quítame el disfraz”—,
me recuerda a esos típicos carnavales, que van disfrazados y transformados en
el exterior; pero todo es apariencia, todo es engaño, todo es disfraz. No,
pidamos al Señor que nos quite el disfraz de nuestra vida, que nos quite esa
máscara que llevamos, y que vayamos perdiéndolo poco a poco cada vez que nos
vayamos encontrando con Él. Y así podemos oír muchas veces con atención:
“Éste es mi Hijo amado, escúchalo”.
Ya sabemos el camino: escuchar al Señor,
ser fuertes, no tener miedo, tenemos que sufrir…
¡Ánimo!, el Señor está con nosotros.
Bien, no nos desprendemos de este momento…, nos quedamos ahí…,escuchamos…,
sentimos…, oímos… la voz de Jesús que nos habla y nos dice:
“No tengas miedo. Soy Yo. Escúchame”.
Pidamos a la Virgen
que nos transforme, que nos quite ese
disfraz, esa cara que tenemos falsa de la vida; que nos ayude a creer, para que
consigamos la verdadera transformación.
¿Dónde?
En el Tabor.
¿Con quién?
Con Jesús.
¿Cómo?
Escuchándolo.
Que así sea.
Francisca Sierra Gómez. Religiosa franciscana.
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