"Ventana abierta"
Una parábola inspirada en una denuncia
profética (Amós 6,1a.4-7)
La parábola del rico y Lázaro, exclusiva del
evangelio de Lucas, se inspira en un texto del profeta Amós, elegido este
domingo como primera lectura. Este profeta del siglo VIII a.C. vivió una
situación muy parecida, en ciertos aspectos, a la de hoy: gente millonaria, que
puede permitirse toda clase de lujos, y gente que llega a duras penas a fin de
mes o incluso pasa hambre.
El profeta se dirige a la clase alta de las dos
capitales, Jerusalén (Sión) y Samaria, y denuncia su forma lujosa de vida. El
lujo se extiende a todos los ámbitos: al mobiliario, con lechos y
divanes de marfil, mientras la inmensa mayoría de la gente duerme en el suelo;
a la comida, a base de carne de carnero y de ternera, cuando los
pobres se contentan con pan y agua, unas uvas y un poco de queso; a la bebida en
copas refinadas o de gran tamaño (el término hebreo puede interpretarse de
ambos modos); a los perfumes carísimos, mientras los pobres
sólo huelen a sudor.
Y esta gente que se permite toda clase de lujos
“no se duele del desastre de José”. José no es una persona concreta sino
todo el país, conocido entonces como Casa de José porque sus tribus principales
eran Efraín y Manasés, los dos hijos del patriarca José. Lo que
denuncia el profeta es que esa gente que vive con toda clase de lujos no se
preocupa lo más mínimo del sufrimiento de millones de personas que lo pasan mal.
Como castigo, les anuncia la invasión de un ejército extranjero que pondrá fin
a sus orgías y los deportará.
El rico comilón (Epulón) y el
pobre Lázaro (Lucas 16,19-31)
La parábola de Lucas, inspirada inicialmente en
el texto de Amós, podemos dividirla en tres partes.
El rico y el pobre (vv.19-21). Del rico no dice el nombre, solo
menciona su forma de vestir y su excelente comida. Se viste de púrpura
y lino, tejidos valiosos, que se usan para los ornamentos sacerdotales (Ex
28,5). Su excelente comida le ha valido en España el nombre de Epulón, basado
en la palabra epulabatur de
la traducción latina.
Del pobre, en cambio, comienza dando su nombre. Lázaro significa «Dios ayuda», nombre que resulta irónico, porque Dios no parece ayudarlo. Su vestido son llagas que le cubren el cuerpo y lamen los perros. Comida no tiene. Desearía llenarse el vientre con los trozos de pan que se utilizaban para empapar en el plato y para limpiarse las manos, que luego se arrojaban bajo la mesa. La expresión «deseaba saciarse» recuerda al hijo pródigo en su época de hambre, pero este tuvo la posibilidad de buscar solución, volviendo a la casa paterna. El pobre está tirado a la puerta del rico, casi sin poder moverse.
Muerte y sepultura (v,22). Cosa nada extraña en un
cuento, parece que los dos mueren el mismo día. Desde
ese momento cambia su suerte. El pobre es llevado por los ángeles al seno
de Abrahán, idea que no encuentra paralelo en la literatura bíblica, pero que
expresa muy bien el excelente trato
recibido por el pobre. Del rico se dice escuetamente que «fue
sepultado». El autor del libro de Job habría descrito un cortejo fúnebre
solemne: «Lo conducen al sepulcro, se hace guardia junto al mausoleo… Después
de él marcha todo el mundo, y antes de él incontables» (Job 21,32-34). La
parábola no menciona tanta pompa, ni siquiera un solo acompañante; solo dice
que lo sepultaron, se hundió en la tierra, no en el seno de Abrahán.
El rico, Lázaro y Abrahán (vv.23-31). Los protagonistas son el
rico y Abrahán. Lázaro no dice nada, se limita a pasarlo bien. Después de
enterrarlo, el rico se encuentra en el Hades, término griego que designa
originariamente al Dios del mundo subterráneo y, más tarde, a dicho mundo, un
lugar de tormento, en el que las llamas provocan una sed terrible. Aunque ese
espacio está separado del seno de Abrahán por un abismo infranqueable, se puede
ver al patriarca y dialogar con él. Esto
da lugar a un largo diálogo entre ellos, con tres peticiones del rico y las
consiguientes repuestas del patriarca.
Primera petición (24-26). Lo que pide no puede ser menos: una gota de agua en la punta de un dedo de Lázaro, para apagar la sed. Abrahán comienza su respuesta en el mismo tono cariñoso. El rico lo ha llamado «padre» y él lo llama «hijo». Pero no le concede lo que pide, aduciendo dos argumentos.
1) La suerte se ha invertido: el que tenía todo lo bueno en esta vida, se ve
ahora atormentado; el que solo tuvo males, ahora es consolado. Que el pobre
reciba su premio después de haber sufrido tanto en esta vida es fácil de
aceptar. En cambio, el castigo
del rico es tan terrible que algún pecado debe haber cometido. En
esta línea, lo que más debe intranquilizarnos (porque
la parábola pretende sacudir la conciencia) es que el rico no es un
explotador ni un criminal, no se dice que pagara un salario de miseria a sus
obreros ni que se hubiera enriquecido con el narcotráfico. Lo que denuncia la
parábola es su forma exquisita de vestir y de comer, sin fijarse en el pobre
que está tendido a su puerta. Es
la injusticia indirecta causada por el egoísmo.
2) Entre nosotros y vosotros existe un abismo
infranqueable. La idea coincide con la del libro etiópico de Henoc, que habla
de un abismo entre la región donde termina la gran tierra y un lugar desierto y
terrible.
Segunda petición (v.27). El rico no ceja y plantea un deseo muy distinto, que a él no le beneficia en nada, pero sí a su familia. De nuevo sería Lázaro quien debería actuar, presentándose ante los cinco hermanos para darles un testimonio e impedir que vengan a este lugar de tormento. La respuesta de Abrahán es breve y seca: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen». No es fácil imaginar a cinco millonarios consultando la Biblia. ¿Qué espera el patriarca que saquen de su lectura? El mensaje social de la legislación del Pentateuco (Moisés) y de profetas como Amós, Isaías, Miqueas… es de una fuerza enorme. Si el lector no lo sabe, el rico lo ha captado de inmediato.
Tercera petición (vv.30-31). Lo que pretende el rico es la conversión de sus hermanos. Y esto se consigue mejor con la aparición de un muerto (Lázaro) que con mucha lectura. La respuesta de Abrahán niega que incluso el mayor milagro, la resurrección de un muerto, sirva de algo si no existe la actitud de escuchar a Dios. El v.31 recuerda lo ocurrido con otro Lázaro, el hermano de Marta y María. Después de su resurrección, muchos judíos creyeron en Jesús; pero algunos contaron a los fariseos lo que había hecho, y se decidió su condena a muerte (Jn 11,45-48). Y las comunidades cristianas, al escuchar este cuento, refrendarían que tampoco la resurrección de Jesús consiguió convencer a quienes se negaban a creer en él.
El cambio que introduce la parábola. Mientras Amós piensa que el castigo ocurrirá en esta vida, mediante la invasión de los asirios, Jesús lo desplaza a la otra vida. Él no se hace ilusiones; en esta vida, el rico seguirá disfrutando, y el pobre pasando hambre. Este cambio radical en el punto de vista ayuda a entender otras afirmaciones del evangelio de Lucas.
En el Magníficat, María pronuncia
unas palabras que, aplicadas a nuestro mundo, resultan estúpidas o de un
cinismo blasfemo cuando dice que Dios “a los hambrientos los colma de bienes y a
los ricos los despide vacíos”. A la
luz de la parábola del rico y Lázaro queda claro cuándo tendrá lugar esa
revolución.
Lo mismo afirma el comienzo del Discurso en la
llanura, que contrasta la situación presente (ahora) con la futura. “Dichosos los pobres, porque el
reinado de Dios les pertenece. Dichosos los que ahora pasáis hambre,
porque seréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque
reiréis… Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya recibís vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque pasaréis
hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque lloraréis y haréis duelo” (Lc 6,20-25).
¿Dos textos trasnochados?
Tanto Amós como Jesús
viven en una sociedad muy distinta de la nuestra (al menos de la del Primer
Mundo). Entonces no existía la clase media. La riqueza se acumulaba en pocas
manos, mientras la mayor parte del pueblo vivía en circunstancias muy duras.
Aplicar la parábola a los multimillonarios de hoy día, jeques árabes, grandes
industriales, artistas de cine, deportistas de élite… supondría dejar con la
conciencia tranquila a los millones de personas que vivimos en circunstancias infinitamente
mejores que la inmensa mayoría de la población mundial. Si ahora mismo resulta difícil resistir su
mirada, mucho más difícil será cuando nos mire Dios.
P. Leonardo
1. Esta parábola me sacude en mi pensar, hablar y, sobre todo, hacer…
2. Granada
es una ciudad donde por todas partes ves Lázaros…y ven pasar a su lado-
sentados, ambulantes, con letrero implorando ayuda y callados delante de un
vaso – a muchos ”ricos”, “ricas” y “riques”…Y yo soy uno de ellos…
3. A
veces pienso, se me ocurre, que ellos están castigados por Dios…y yo
bendecido…No sé por qué, ni qué méritos he tenido, pero estoy entre los ricos,
la vida se me ha presentado así…
4. Es
más; continuamente me quejo…quiero más…lucho por más…miro siempre hacia arriba
y nunca para abajo.
5. Bueno, y ¿qué hacer? Pues
humildemente, tengo las ideas claras: mi actitud olvidadiza, escurridiza,
indiferente, no le agrada a Dios. Y menos, juzgadora de los de mi abajo.
Jesús da una respuesta contundente, seria, transcendental…
6. Desde
luego, poner mis cualidades, sociales, políticas, económicas al servicio
contra la indiferencia, a favor de la justicia. Y ayudar realmente al pobre.
Colaborar o promocionar acciones concretas a su favor.
7. El haberse acostumbrado a ver
tanta miseria, me recuerda aquella frase: “la rutina o la costumbre están cerca
de la indiferencia”…y eso es malo.
8. Y recordar que Jesús vino a crear, poner en la práctica el Reino de Dios: paz, amor, justicia, libertad y verdad. Nunca lo debo perder de vista.
9. Sigo con remordimientos: a ver si Jesús me cambia…"



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