"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
JESÚS EN NAZARET, SE ADMIRA DE SU FALTA DE FE
1 Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen.
2 Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él.
4 Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.»
5 Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos.
6 Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando. (Mc. 6, 1-6)
Jesús llega a Nazaret con todo
el cariño y entusiasmo del que vuelve a sus raíces. Allí vivió, allí
trabajó, allí hizo amistad profunda con algunos de los
suyos. ¿Cómo no sentir en su corazón la gratitud y
veneración por su tierra?. Y entra en la sinagoga, lugar donde
había escuchado la Palabra de Dios en los oráculos de
los Profetas. Pero ahora llega no para oír y convertirse sino para
explicarles que todo ello se refiere a ÉI; que Él es el que
están esperando: “que hoy se cumple esta Escritura que
acabáis y oír; “que Soy Yo el que os ha entregado
la Ley y los Profetas y en mí se dan cumplimiento todos los
oráculos”.
Jesús enseña como Palabra
de Dios que es y va notando que entre sus oyentes comienzan a
cuestionarse de su doctrina, pues conocen su origen: unos padres
pobres como ellos y a quienes podían juzgar porque eran sus
vidas muy cercanas a la suyas, y quizás como las suyas, y nada nuevo
podía enseñarles. Pero aún así se cuestionaban: “¿de dónde saca todo
eso y esos milagros?, y desconfiaban él”. Y es
que, el Hijo de Dios, se manifestó en nuestra tierra sin
credenciales, con una vida pobre y vulgar,
como un pueblerino. Dios gusta de disfrazar lo más bello y
hermoso, lo que más vale, con un ropaje que parece ocultar toda la
grandiosidad del don que nos regala.
La Palabra de Dios, Jesús, se nos
ofrece y no nos fuerza a acogerle. Parece como que está
desamparada en este mundo nuestro que tanto gusta de lo que aparece, de
los oropeles humanos que ¡eso sí que son verdaderos disfraces
y máscaras de nuestra gran miseria!
Y, aún sabiendo esto, Jesús, cuando
se hizo hombre, no dejó de extrañarse de nuestra falta de fe y
de la aceptación de sus enseñanzas que les llega con autoridad y
tiene unos acentos que nunca antes habían oído sus paisanos en su sinagoga.
¡Oh Señor, que no tengamos que oír un día
de tus labios ese reproche amargo: “¡Qué poca fe! ¿por
qué has dudado?”, o este otro: “¡aún viendo signos y
prodigios, no creéis!”. ¡Qué Jesús nos libre de rechazar al que
ha venido a salvarnos, al que nos da Palabras de vida
eterna, al Hijo de Dios, el Único que me ha amado
conociendo de verdad quién soy y del barro miserable que no podría hacer ni una
obra buena si Dios no extendiera su mano poderosa sobre mí!
¡Señor, danos la humildad y sencillez, pues las glorias humanas de nada nos sirven para alcanzar la vida eterna! ¡Perdona nuestro atrevimiento y osadía insensata al juzgarte como un hombre cualquiera pues, en verdad, no eres un hombre cualquiera: tú eres Dios y yo tu siervo, cuya única tarea en mi vida es darte gloria y alabarte por tu gran condescendencia hacia mí, un pobre pecador que ¡clama siempre misericordia y perdón! ¡Pero sé con certeza que quieres tomarme para ti y en ti! ¡Abre tu mano bondadosa y no nos juzgues según nuestros pecados! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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