"Ventana abierta"
El
extraño caso de la murciana incorrupta
El cuerpo incorrupto de Sor Úrsula, tal y como se conserva en Alicante
ANTONIO BOTÍAS
Domingo, 8 - Noviembre - 2015
La mística Úrsula Micaela Morata profetizaba muertes, tenía el don de
la bilocación y su cuerpo se conserva intacto desde hace tres siglos
A Úrsula Micaela
Morata, aunque nadie dudaba de que estaba más que muerta, nunca llegaron a
enterrarla. Primero, porque su fama de santidad era tal que tuvieron que
extender el velatorio durante seis días. Y segundo, porque concluido aquel
plazo, las hermanas capuchinas que cuidaban el cuerpo descubrieron que aún
estaba caliente y flexible. Así que esperaron y esperaron mientras un olor a
nardos, de tanto en vez, inundaba la estancia. De eso hace más de tres siglos.
Aunque la religiosa goza de gran predicamento en Alicante, donde sucedió
esta historia, apenas a unos cuantos kilómetros, en esta Murcia de la
desmemoria, pocos saben que una de sus paisanas atesora tan grande biografía.
Grande y curiosa.
A
sor Úrsula se le atribuyen toda suerte de prodigios, entre los que figuran los
milagros, levitaciones, visiones, ataques físicos del demonio y hasta
experimentó la bilocación que supuestamente le permitía estar en dos lugares al
mismo tiempo. Sin olvidar el don de profetizar, por ejemplo, un desbordamiento
del Segura a su paso por Murcia. Incluso el rey Carlos II, Mariana y Juan José de
Austria mantuvieron correspondencia con la murciana.
Sor Úrsula, como es fácil
imaginar, no nació monja. Pero sí lo hizo en Cartagena el 21 de octubre de
1628. Era la menor de trece hermanos, de padre italiano y madre madrileña, una
familia acomodada que se sumió en la tragedia cuando la pequeña Úrsula, con
apenas tres años de edad, perdió a sus progenitores.
Cuentan las crónicas que, desde muy niña, experimentó episodios místicos.
El primero de ellos, cuando contaba cuatro o cinco años y la viruela casi acaba
con su vida. Mucho tiempo después, al relatar su autobiografía, habría de
escribir que sintió «una inmensa claridad y luz divina» que le llevó incluso a
pensar que «estaba ya en la gloria».
De sueño en sueño, llegó a profetizar la muerte de un sacerdote vinculado
a la familia y que, como aseguró la joven, le había anunciado que acababa de
morir. Desde ese instante, asombrada por su acierto, abandonó a su novio e
ingresó en el convento de las Capuchinas de Murcia, el que fundara la beata
María Ángela Astorch, otra murciana que atesora una historia digna de contar.
Y, por cierto, su cuerpo también se conserva incorrupto en el convento del
Malecón.
Sor Úrsula hizo sus votos en 1647 y se convirtió en religiosa. Pero poco
habría de durarle el tiempo de la contemplación. Solo un año después, una
terrible epidemia de peste la convirtió en improvisada enfermera. Y apenas se
había restablecido la comunidad del terrible percance, la célebre riada de San Calixto,
en 1651, obligó a las monjas a abandonar su convento, lo que a Úrsula casi le
cuesta, además, abandonar la fe.
Acertado anduvo su confesor en aquel tiempo, pues le ordenó que luchara
contra la «noche oscura del alma» escribiendo su autobiografía. De hecho,
desarrolló una mística paralela a Santa Teresa de Jesús. Tan entregada estuvo a
esta tarea que pronto protestaron el resto de religiosas. Algunas, aterradas
por las levitaciones y profecías, llegaron a denunciarla ante la Santa
Inquisición. No es de extrañar. En cierta ocasión avisó a una familia de que su
hijo, soldado en las guerras de Sicilia, acababa de llegar al puerto de
Cartagena y debían ir a recogerlo. Allí estaba el joven.
En 1672 se trasladó a la ciudad de Alicante para fundar un convento, del
que sería primero vicaria y luego abadesa hasta su muerte, el 9 de enero de
1703. Ya entonces tenía, aparte de 75 años, fama de santidad.
Murió mientras
sujetaba un crucifijo, que las hermanas intentaron quitarle para amortajarla.
Pero parecía imposible. Hasta que le pidieron que abriera la mano. Y lo hizo.
Además, los médicos registraron que el corazón, ya muerta varias horas,
permanecía caliente y que un olor a rosas inundaba la celda.
Cumplidos los seis días de velatorio, la comunidad decidió no sepultar el
cuerpo hasta que presentara signos de corrupción. Pero los años no parecían
pasar por sus carnes. De hecho, en 1742, casi cuatro décadas después de la
muerte, el obispo de Orihuela ordenó que el cadáver se conservara en un arca.
El proceso para la beatificación de la religiosa comenzó en 1984,
promovido por el entonces obispo, Pablo Barrachina, y concluyó en el año 2009. Corresponde ahora al Vaticano conceder o no la santidad a la murciana.
Ese
mismo año se sometió el cuerpo a un exhaustivo análisis forense que demostró
cómo el proceso de momificación natural de la religiosa «es verídico y
realmente ocurrió».
Los científicos no lograron aclarar los motivos, si bien
demostraron que en los restos no había vida microbiana.
El análisis fue
dirigido por Fernando Rodes Lloret, jefe de Servicio de Clínica Médico Forense
del Instituto de Medicina Legal de Alicante, junto a otros diez especialistas
en los campos Antropología Forense, Odontología Forense, Entomología Forense,
Radiología y Microbiología.
El estudio añadió que el cuerpo se encontraba, dentro de un orden, en buen
estado. A pesar de que durante la Guerra de Sucesión, allá por el año 1706, le
ataron una soga al cuello y lo arrastraron por las calles de Alicante. Y otra
profanación sufrió el 11 de mayo de 1931, cuando una turba enloquecida saqueó
el convento. Por suerte, fue posible rescatar los cuadernos biográficos de la
religiosas y algunos documentos que narran la increíble historia de esta
mística murciana, tan similar -aunque menos profunda- a la de sor Juana de la
Encarnación, otra religiosa murciana cuya obra alcanza cotas literarias tan
asombrosas como el olvido al que ha sido sometida.
Los secretos de Sor
Úrsula
Sandra Llinares Alicante 12.04.2014
Un equipo de expertos lleva a cabo el primer estudio forense de la fundadora del convento de las Capuchinas en Alicante, conocida como "la monja incorrupta" por su estado de momificación 311 años después de su muerte.
Eran las tres y media de la tarde del 24 de febrero de 2009 cuando el cuerpo de Sor Úrsula Micaela salió por primera vez del Convento de las Capuchinas desde 1703, año en el que murió en el interior de este recinto a la edad de 74 años. Ese día y a esa hora, una ambulancia camuflada trasladaba a "la Monja Incorrupta" al Hospital General de Alicante para empezar el primer y único examen forense que se ha hecho de su cadáver, en buen estado de conservación más de 300 años después, fruto de un proceso de momificación natural que ha mantenido su cuerpo incorrupto pese al paso de los años.
Dos hermanas del
convento acompañaron al equipo médico en todo momento, tanto en la ambulancia
como en los trabajos de escáner.
Una de ellas sujetó en el trayecto la mano
izquierda de sor Úrsula envuelta en un pañuelo. Un devoto se la cortó cuando ya
había muerto al ver su cadáver por la calle durante una profanación.
El buen estado de conservación del cuerpo rodea de misterio a esta monjita de
algo más de un metro y cuarenta centímetros que marchó de Murcia a Alicante
para fundar el convento de las Monjas Clarisas Capuchinas, que escribió en sus
diarios que tenía visiones místicas y que conserva su cuerpo momificado como
Santa Teresa de Ávila o los Papas «incorruptos» y cuyas «dotes proféticas»
fueron destacadas en sus propios manuscritos.
El primer estudio forense despeja el misterio de esa momificación tan repetida
en los llamados Santos y explica que la religiosa falleció bajo un clima que
puede desarrollar estos procesos, como la sequedad y el calor. Revela este
estudio que la monja estuvo desnutrida y deshidratada durante los últimos años
de su vida fruto de una enfermedad periodontal y de problemas bucales que le
hacían vomitar lo que comía y bebía, algo que favorece también la momificación
de los cadáveres debido a la falta de agua.
Estas son algunas de las conclusiones a las que llega el primer estudio
antropológico forense de Sor Úrsula Micaela, recogido en un libro publicado por
la Universidad de Alicante y cuyo autor, Fernando Rodes, califica como un
trabajo «interesante» que ha sido capaz de corroborar episodios escritos sobre
la vida de Sor Úrsula a través de un método científico, además de revelar otros
secretos. El trabajo, desde que se realizó el TAC al cadáver hasta que se
aunaron las conclusiones y datos biográficos, ha necesitado cuatro años.
La primera parte de la publicación se adentra en la vida de la monja, donde se
reproducen sus escritos –que aún pueden contemplarse en el convento de
Alicante– así como otros episodios descritos en crónicas contemporáneas. En
esta parte, el libro revela una mujer débil con una vida marcadamente mística
que sufría por los demás hasta dolerle el corazón.
La vida de Sor Úrsula refleja «profecías» como el desbordamiento del Segura en
Murcia o cambios políticos en Alicante. Expone al lector ante la vocación de
una monja cuando escucha la llamada de Dios y muestra un Alicante de principios
del siglo XVIII cargado de ignorancias ante la enfermedad y las desgracias. La
monja se aquejó durante años de la quemazón de sus llagas y del dolor de la
enfermedad. El estudio forense ha permitido conocer que sor Úrsula padecía una
profunda caries y una fístula en la mandíbula.
Aunque el informe no puede certificar la causa de su muerte, sí ha podido
discernir que padecía una enfermedad periodontal crónica de carácter moderado.
El estudio cita grandes monumentos locales como la Concatedral de San Nicolás
que era epicentro de los actos religiosos más importantes. Allí llegó,
precisamente, la expedición con la que iba sor Úrsula en el carruaje que la
trasladó desde Murcia hasta Alicante. Los datos biográficos descubren que las
honras le llegaron en Alicante como fundadora del convento de las Capuchinas.
Tras morir en 1703, relatan las crónicas contemporáneas que su cuerpo sufrió
dos profanaciones. La primera en 1706 durante la Guerra de Sucesión. Las tropas
inglesas ocuparon la ciudad de Alicante y cometieron todo tipo de actos
vandálicos y sacrilegios, entre ellos la profanación del cuerpo de la monja, a
la que arrastraron con una soga atada al cuello por la Iglesia
y las calles.
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